It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

viernes, 31 de diciembre de 2021

Balance 2021

No sé cuánto tiempo llevo ya haciendo esto del balance anual, pero sin duda es uno de mis momentos favoritos del año. Sentarme en mi escritorio, pararme por un instante y hacer un recorrido a la inversa por los últimos 365 días del año que finaliza y vomitar sobre una página en blanco lo que vaya saliendo de mis entrañas. Siempre lo siento como si se tratara del visionado de una película que ya he visto pero que recuerdo a parches. ¿Sabéis esa sensación de ir escena por escena y poco a poco ir recordando cada detalle con asombro, casi como si fuera la primera vez? Y a menudo pienso "ostras, ¿eso me pasó a mí hace tan solo unos meses?" Siempre es lo mismo, si a principio de año con lo que estaba viviendo me hubieran dicho que acabaría de esta otra manera, nunca me lo hubiera creído.

Cuando empezó el 1 de enero de 2021 pensé que ya tenía clara la palabra que definiría mi año. Creí que esa palabra sería "reconquista". Tenía la certeza de que el 2021 sería el año en el que reconquistaría mis sueños (sin tener muy claros cuáles eran estos en realidad). Me marqué muchos objetivos, casi todos relacionados con los idiomas, pero también con mi independencia y mi paz mental. Quería, al fin y al cabo, sentirme autorrealizada. Y pongo el énfasis en "auto-" porque no quería tener objetivos que involucraran a nadie más a nivel emocional y porque quería sentir la satisfacción de conseguirlos sola, por mí misma.

Al final, como siempre en la vida, una se lleva sorpresas y termina el año dándose cuenta de que todas las personas necesitamos de otras para sentir esa realización. No se trata de dependencia, sino interdependencia. Resulta que, como seres sociales que somos, construir redes de afecto, tener apoyos emocionales y vínculos sólidos, es esencial para nuestro bienestar mental y social.

Empecé el año queriendo estar "sola", teniendo mi espacio, y ahora lo termino anhelando compañía, entendiendo que, obviamente el contacto humano del tipo que sea, no sólo es satisfactorio, sino vital. He aprendido que ni la soledad total ni la dependencia emocional son estados deseables, sino que, por el contrario, la virtud se encuentra en la moderación.

Y tal vez esa debería ser la palabra que elija para definir mi año. Yo que siempre he sido de extremos (y que sigo siéndolo en ciertos aspectos), de blancos o negros, de todo o nada, me hallo en un momento en el que la moderación supone para mí un estado de calma y estabilidad. No quiero vivir en un estado de introspección total y eterno, pero tampoco en uno sobrecargado de estímulos y experiencias. No necesito probar ni abarcarlo todo, no encuentro ya satisfacción en el "cuanto más mejor", ni veo nada positivo en la diversidad per se. Porque resulta que en los límites y el autocontrol he encontrado la mayor libertad. Porque yo elijo -o lo intento, siempre responsablemente - qué, cómo, cuándo y por qué. Porque la exquisitez se encuentra en saber elegir calidad por encima de cantidad.

Lo sé, me estoy haciendo mayor... Y ese es otro pensamiento que ha predominado en mi mente este año: el paso del tiempo. Este año más que nunca he reflexionado muchísimo en la madurez y el envejecimiento como partes intrínsecas e ineludibles de la vida. El cuerpo envejece, y contra eso no podemos hacer nada, más que agradecer cada día que nuestro cuerpo siga cumpliendo las funciones vitales para las que existe. No hace falta amarse continuamente. Con aceptarnos es suficiente. Con nuestra belleza, pero también nuestra fealdad (arrugas, canas y achaques propios de la edad).

Este año me ha servido para darle la vuelta a eso del crecimiento personal y aceptar que no siempre hace falta avanzar ni ser mejor. Que a veces me puedo "estancar" y disfrutar de ese parón sin fustigarme por no ser constantemente "la mejor versión de mí misma". Está bien no cambiar constantemente (ser demasiado volátil no es una virtud). E incluso está bien ser mediocre o del montón. No somos tan especiales (ni hace falta serlo). ¿Acaso no nos basta con ser polvo de estrellas? La felicidad no es estar siempre a tope, ni vivir miles de experiencias increíbles, ni tener cientos de momentos de placer. La felicidad simplemente es aceptar que el mundo puede ser una mierda a veces, pero que la vida puede ser maravillosa si así la sentimos. Despertarnos, respirar, pensar, amar... el mero hecho de poder hacer esto cada día, ya debería ser suficiente.

En en esta sociedad de hiperconsumo (lo quiero todo), inmediatez (lo quiero ya), materialismo (poseer por encima de ser) y superficialidad (lo que cuenta es la imagen que los demás tienen de mí y no cómo me siento), contar con personas con las que poder hablar de la vida, las emociones, los miedos, lo que amamos, lo que odiamos, lo que nos enfada, lo que nos excita... es sin duda un oasis entre tanta sequía de autenticidad y solidez. Y ese es el oasis con el que yo me quedo a final de este 2021.


Lo mejor del 2021

  • Idiomas: haber continuado mis clases de rumano y haber retomado el italiano, pero sobre todo mis profesoras de ambas lenguas. Mujeres inteligentes y divertidas con las que he tenido el placer de aprender y compartir muchísimo.
  • Logros académicos: haber completado con éxito dos cursos de rumano de nivel intermedio-avanzado de forma principalmente autodidacta pero también gracias a la ayuda de personas generosas.
  • Filosofía: haber redescubierto el estoicismo y haber encontrado un grupo con el que compartir reflexiones y sobre todo poner en práctica esta filosofía y forma de vida.
  • Amistad: los reencuentros con viejas amistades, pero también el haber conocido gente nueva maravillosa y haber conectado tanto con ellas.
  • Camino de Santiago: haber vuelto a hacerlo con personas totalmente desconocidas y descubriendo la preciosa geografía gallega.
  • Salud: haberme apuntado a natación y descubrir que he encontrado una actividad física que me hace sentir tan bien.
  • Descanso: haber pasado un verano en el que ha predominado la tranquilidad, la conexión con la naturaleza y el descanso consciente.
  • Relaciones amorosas/eróticas: haber vuelto a sentir emoción, excitación, deseo, pasión, diversión, complicidad, intimidad y placer.
  • Lectura: haber leído una media de 25 libros estimulantes con los que he aprendido y disfrutado muchísimo. A destacar, sin duda: El arte de amar, de Erich Fromm.
  • Trabajo: estar disfrutando de mis clases, de la interacción con mis estudiantes y del cariño y respeto de todos ellos. También haber conseguido clases particulares con las que sacarme un extra.
  • Hogar: haberme mudado por fin al lugar al que tanto ansiaba volver, el apartamento donde mejor me he sentido siempre, donde he podido y sigo construyendo mi pequeño hogar, y donde he hallado la paz mental que tanta falta me hacía.

 

domingo, 26 de diciembre de 2021

Amor, sexo y otros productos de consumo

Si sobre algo he reflexionado en los últimos meses ha sido sobre el sexo, el amor y, en general, las relaciones humanas.

Vivimos en una sociedad capitalista donde la base de todo es el consumo. Tanto tienes, tanto vales. Tanto acumules, tanto poder tienes. El éxito se mide en el número de adquisiciones materiales (o inmateriales) que tengas. Todo tiene un precio. Todo puede comprarse y venderse. Incluso las personas. Incluso el "amor".

Las personas hemos dejado de ser seres humanos, ya no somos sujetos con un cuerpo y una mente pensante con inquietudes, intereses, ideas, sueños, aspiraciones. Las personas hemos pasado a ser objetos de consumo. Objetos sin sentimientos ni deseos propios. Somos tan sólo mercancía intercambiable y reemplazable. Piezas de un engranaje que funcionan mientras haya alguien que nos use y saque un beneficio. Pero todo objeto tiene fecha de caducidad, y cuando deja de servir, se desecha, se tira.

El sexo ya no es un momento de intimidad con otro ser humano, con un igual. El sexo se ha convertido en un pasatiempo, en una válvula de escape para descargar estrés u otras frustraciones más profundas.

El sexo ya no corresponde a ese anhelo de fusión innato en todas las personas, a ese deseo de unión con otra persona. El sexo ya no reporta acercamiento, conocimiento, cariño. Tan sólo proporciona desahogo momentáneo y un vacío mayor después de la separación. El sexo, hoy en día, no ofrece compañía ni una sensación de plenitud más allá del acto físico. El sexo activa un sentimiento de separación y soledad aún mayor del que sentías antes de unirte físicamente a la otra persona.

Y ¿cómo ha ocurrido eso? Lo dicho, gracias al capitalismo que se ha encargado de vaciarnos de todo nuestro valor intrínseco como seres humanos, y poniendo precio a nuestros cuerpos como si fueran meros trozos de carne. No se nos ve como un conjunto con valor y cualidades propias. Se nos valora sólo en base a lo que podemos proporcionar con nuestras respectivas partes del cuerpo. No somos personas, somos objetos penetrables o penetrantes. Podemos penetrar o ser penetradas, pero sólo a un nivel superficial. Profundizar queda prohibido, porque si se nos ocurre desprendernos de todos los estímulos externos que nos distraen, de todos los anucios que nos dicen cuánto podemos acumular, quizá nos dé por sentir que somos seres (y no objetos) con necesidades básicas de cuidados y atención. Y eso nos hace sentir vulnerables. Pero sobre todo, nos hace querer dejar de consumir y acumular conquistas y retos a nuestra lista de pertenencias, y eso es algo que no le conviene al sistema.

Sentir, cuidar, respetar, amar... son acciones que requieren de voluntad, tiempo, dedicación y compromiso, valores opuestos al capitalismo. El capitalismo quiere que las cosas se rompan, que nos aburramos de lo que tenemos, que no nos importe en qué estado se encuentra el "objeto de consumo", porque siempre hay otros disponibles para reemplazarlos. De hecho hay un catálogo lleno. Si uno no te basta o te cansa porque mantenerlo te supone demasiado trabajo, no pasa nada, hay otros miles disponibles para ser consumidos y tirados en cuanto les saques provecho.

Consumir es adictivo, produce dopamina, la hormona del "quiero más". Pero como toda droga o sustancia adictiva, luego deja un vacío difícil de soliviantar. Porque más no es mejor. Porque cuanto más consumes, menos conoces, más en la superficie te quedas. ¿Y acaso las personas no ansiamos en el fondo que nos conozcan, que nos aprecien, que nos mimen, que nos valoren? Pero todo eso conlleva una responsabilidad que no nos enseñan a poner en práctica. Entonces me pregunto, ¿qué pasaría si apostáramos por calidad en lugar de cantidad? ¿Qué pasaría si tratáramos a las personas como sujetos en lugar de como a objetos? ¿Qué pasaría si nuestro tiempo lo invirtiéramos en conocer a las personas con las que interactuamos, preguntándoles, mostrando interés, compartiendo momentos de intimidad con ellas, cuidándolas? ¿Acaso no alcanzaríamos un mayor grado de satisfacción? ¿Acaso no conseguiríamos relaciones más puras, más genuinas, más auténticas y duraderas? ¿Acaso no obtendríamos una mayor sensación de bienestar y felicidad en la confianza y la seguridad de que quien tenemos al lado nos conoce y se preocupa por nosotros, en lugar de vivir eternamente en la incertidumbre y el miedo de no saber cuándo esa persona dejará de utilizarnos o sernos de utilidad?

¿Y si comenzamos una revolución y damos una patada al capitalismo buscando relaciones de calidad (del tipo que sea)? ¿Y si mandamos a la basura el "cuanto más mejor" y, como propusiera Erich Fromm en su obra El arte de amar, ponemos en el centro de nuestras vidas los valores de cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento? ¿Y si en vez de odiarnos tanto hasta el punto de tratarnos como objetos desechables nos amáramos más?

domingo, 25 de abril de 2021

Filosofía de vida

La filosofía empieza con el asombro. (Platón, Teeteto, 155)

Desde el momento que llegamos al mundo nos convertimos en personas filósofas, pues nada nos asombra más que la propia conciencia de la existencia. Cada experiencia experimentada por nuestros sentidos es una aventura, un descubrimiento, una lección, una toma de contacto con la propia vida. Y recordar esto debería ser suficiente para responder a la pregunta qué más veces se ha preguntado la humanidad a lo largo de la historia. ¿Cuál es el sentido de la vida? Vivirla. Sin más.

Vivir la vida con virtud. Esa es la máxima de nuestra existencia. Pero, ¿en virtud por qué? ¿Y qué es la virtud de todos modos? La virtud (ἀρετή en el griego clásico de las grandes mentes de nuestra civilización), según una definición aleatoria encontrada por la red, es la disposición de obrar de acuerdo a ideales como el bien, la verdad, la justicia o la belleza. La virtud, digamos, es la excelencia que un ser humano puede llegar a alcanzar. ¿Y no es acaso aspirando a la excelencia como se vive en armonía con el resto del universo?

Pero, ¿cómo se alcanza esa virtud? ¿Es algo con lo que se nace? O, ¿es acaso algo que se aprende? O, ¿quizá sea una combinación de ambas?

A lo largo de la historia, han surgido infinidad de religiones o ideologías seculares que afirmaban que, sin ellas, una vida virtuosa -y por tanto ética- era imposible. Es como si los seres humanos fuéramos incapaces de distinguir entre el bien y mal de forma independiente y autónoma. Pero aunque esto no es cierto, también es verdad que una filosofía de vida (unos principios por los que regirnos), puede ayudarnos a poner orden y a volver al "camino correcto" cada vez que nos desviemos (no desde un punto de vista pecaminoso judeo-cristiano, sino desde el enfoque de la virtud por el bien común).

Hay quien decide adscribirse al cristianismo para llevar una vida más virtuosa, mientras habrá alguien que prefiera guiarse por alguna corriente de pensamiento laica. O también existe la posibilidad de que haya personas que consideren que un popurrí de lo mejor de cada ideología es lo que funciona para ellas. Y este último es mi caso.

Si tuviera que definir brevemente cuál es mi filosofía de vida podría hacerlo en una sola frase: Vive como si cada día fuera el primero (con la misma ilusión y asombro de la infancia), pero también como si fuera el último (saboreando cada instante). O también podría desarrollarlo diciendo con qué corrientes ideológicas me identifico, y cuáles son los rasgos que más valor me aportan. He aquí mi selección: 

  • Yoga: disciplina física y mental que se centra en la meditación como medio para conectar con el todo. Del yoga me gusta que abarca tanto lo físico como lo mental, así como algunos de sus 8 preceptos como son: la no violencia, el desapego, la correcta postura del cuerpo, el control de la respiración, la intención (sankalpa) y por supuesto la meditación.
  • Veganismo: postura ética y estilo de vida que rechaza concebir a los animales como productos o mercancía. De aquí me quedo con la compasión y el tener una alimentación y consumo conscientes.
  • Budismo: doctrina espiritual no ateísta. De esta religión me quedo con la eliminación del sufrimiento, el no quitarle la vida a ningún ser sintiente, el ascetismo y sobre todo con la importancia de la atención y la conciencia plena sobre nuestro cuerpo, mente y sentimientos
  • Estoicismo: filosofía práctica que se basa en el autocontrol y el cultivo de las cuatro virtudes como son la sabiduría, el valor, la justicia y la templanza. Me gusta su pragmatismo y que promueva vivir de acuerdo a nuestra naturaleza humana, es decir, rigiéndonos siempre por la razón y no las emociones. 
  • Feminismo: teoría política que persigue la liberación de la mujer como única forma de alcanzar una sociedad justa e igualitaria. El feminismo no sólo ofrece un marco teórico con el que poder realizar un análisis material histórico, sino que ofrece una alternativa al modelo actual de organización política y social. Promueve el pensamiento crítico y defiende por encima de todo el respeto de los derechos humanos. 
  • Ecologismo: movimiento político y social que defiende la protección del medio ambiente. De aquí me quedo con -y cito a Henry David Thoreau- el amor por la naturaleza como principio rector. Asimismo apoyo su propuesta económica contraria al liberalismo, lo que se conoce como decrecimiento, es decir, la disminución del consumo y la producción (vivir mejor con menos).
  • Método científico: metodología que consiste en obtener nuevos conocimientos a través de la observación, la experimentación, y la formulación, análisis y la modificación de hipótesis. Lo que más me gusta de la ciencia es que se abstiene de hacer observaciones subjetivas y que siempre está abierta a ser refutada. 

Aunque haya elegido varias filosofías de vida para construir la mía propia, lo cierto es que todas ellas pueden reducirse a un denominador común: la virtud. La disposición a actuar haciendo el bien, a no dañar ni a los demás ni a mí misma. La voluntad de obrar justamente, con sentido común, valor y templanza. 

jueves, 31 de diciembre de 2020

Balance 2020

Creo que este año todo el mundo (y esto no es una forma de hablar) estará de acuerdo a la hora de afirmar que 2020 ha sido un año intenso y complejo. Si a una persona cualquiera le preguntara con qué palabra definiría este año, sin duda alguna contestaría "coronavirus", "pandemia" o cualquier otra cosa relacionada. Yo no voy a usar ninguna de estas palabras para resumir y titular mi 2020, pues como cada año, siempre me baso en mi experiencia personal. Y por mucho que toda la humanidad haya vivido la misma pandemia, cada cual la ha experimentado de una forma y ha sacado sus propias conclusiones.

Ha sido un año lleno de cambios y la vez siento que no ha ocurrido gran cosa. Cuando enero empezó me encontraba fatal a nivel físico y a la vez estaba pasando por un difícil momento personal. En aquel entonces pensaba que nada podría ir a peor, que sin duda, enero sería el peor mes del 2020 y que todo lo que estaba por venir sólo podía ser mejor. ¿Cómo iba a saber yo que se avecinaba una pandemia mundial?

Aunque la verdad es que ahora en perspectiva y ciñéndome a cómo yo me he sentido a nivel personal, puedo decir que aunque no haya viajado este año ni hecho muchas de las cosas que me hubiera gustado, efectivamente enero fue el peor mes del año.

La pandemia y el consecuente confinamiento que la situación requería, me regaló algo que necesitaba y deseaba: tiempo para mí. Fue un parón que no sólo benefició al planeta y a sus habitantes, sino a que a mí a nivel personal me salvó.

Durante los meses de confinamiento el tiempo se me pasó volando, de hecho sentía que al día le faltaban horas para hacer todo lo quería hacer. Disfruté tanto de ese tiempo exclusivo para mí, que cada vez que alargaban el estado de alarma, en cierto modo me alegraba.

El silencio, mis libros, los momento de creatividad y de crecimiento intelectual y personal... Todo contribuyó a que fuera, sin lugar a dudas, el año de la introspección. Esa soledad impuesta me forzó a buscar nuevas maneras de sobrellevar el día a día, de organizar las horas muertas, de cumplir objetivos sin moverme del sitio, de sentirme "productiva" sin "hacer nada", de saber que de alguna forma avanzaba y no me quedaba atascada como el planeta entero. Y así, a fuerza de adaptarme a la situación que nos tocó vivir, saqué el máximo provecho de un año de stand-by global.

¿Qué he aprendido?

  • Que efectivamente todo es imprevisible y por ello debemos vivir en el presente.
  • Que la Tierra no nos necesita.
  • Que las personas somos increíblemente flexibles y nos adaptamos fácilmente a los cambios.
  • Que una sanidad pública y de calidad es el mayor bien que puede tener una sociedad.
  • Que la tecnología puede ayudarnos a sobrellevar grandes crisis.
  • A tener una rutina para el aprendizaje de idiomas, a ser constante y responsable con mis objetivos.
  • A tener una conversación en rumano.
  • Sobre derecho, historia, política y filosofía feminista.
  • Que no voy a anteponer las necesidades o deseos de nadie a los míos propios.

Lo mejor del 2020

  • El silencio, las calles desiertas y poder oír los pájaros que viven en mi barrio.
  • La ausencia de compromisos sociales y obligaciones laborales.
  • El primer día que salí a pasear y vi el mar después de meses encerrada.
  • Las horas dedicadas a la lectura.
  • El frío y la lluvia que hicieron que quedarse en casa en pijama fuera el mejor plan posible.
  • La ausencia de besos y toqueteos protocolarios.
  • Los momentos de creatividad acompañados de infusión y velas.
  • Los bizcochos caseros.
  • Haber tenido tiempo para estudiar y aprender cosas nuevas.
  • Las tardes de feminismo con compañeras increíblemente inteligentes e interesantes.
  • Haber retomado viejos idiomas y haber empezado otros nuevos.
  • Haber conocido personas geniales de diferentes partes del mundo.
  • Haber retomado la correspondencia por carta.

Lo peor:

  • Las dolencias físicas y emocionales que sentí a principio de año.
  • Haber perdido parte de mi independencia.
  • Haber dejado mi antigua rutina, sobre todo los paseos matutinos.

domingo, 23 de agosto de 2020

Políglota

No recuerdo ningún momento de mi vida en el que los idiomas no formaran parte de mi día a día. Siempre me gustó aprender. Mi niñez estuvo rodeada de libros, y las palabras siempre fueron para mí una forma de entretenimiento, de diversión. Recuerdo que me encantaba escribir historias, poemas, guiones de teatro. La comunicación siempre fue mi forma favorita de pasar el tiempo. Cualquier forma de expresión era divertida, y si a eso le sumaba la posibilidad de expresar unas mismas ideas en idiomas diferentes, la diversión parecía aumentar.

La fascinación primera y más fuerte por un idioma extranjero fue por el inglés gracias a la música. Yo quería entender qué decían aquellas canciones que tanto me transmitían con sus melodías. Empecé a traducir canciones literalmente, palabra por palabra, usando un diccionario básico de inglés que aún conservo. Las estructuras no sonaban muy naturales, pero aquellas frases extrañas me ayudaban a hacerme una idea de lo que significaban.

Por medio de la música también me empecé a interesar por el portugués (escuchaba mucha música brasileña) y por el alemán. Recuerdo coger el libreto de un álbum de Djavan y aprenderme las letras de memoria, sin saber muy bien qué decían. Cuando alguien me veía cantar esas canciones con fluidez (más bien me veían mover la boca) pensaban que sabía hablar portugués. ¡Ya me hubiera gustado a mí!

El alemán apareció un poco más tarde en mi vida, allá por el año 2000, cuando yo tenía tan sólo 13 años. Recuerdo estar viendo la tele un día, y haciendo zapping di con el canal de música alemán VIVA y como buena adolescente me enamoré de una banda de 5 chicos que cantaban en un idioma que me cautivó desde el minuto uno. Ese verano convencí a una amiga para apuntarnos a clase de alemán en septiembre. No aprendí demasiado, pero fue suficiente para saber que algún día estudiaría aquel idioma en serio.

Cuando pasé al instituto (donde estudié francés durante 6 años sin pena ni gloria) tenía que elegir lo que iba a estudiar, y aunque yo llevaba años creyendo que quería ser veterinaria por mi amor a los animales, cuando descubrí que existía una carrera que se llamaba Traducción e Interpretación en la que podría aprender varios idiomas y pasarme el día traduciendo textos, no lo dudé ni un momento. Y así lo hice, rellené la matrícula y elegí los idiomas que más me atraían: inglés, alemán e italiano (en el instituto me quedé con las ganas de haberlo tenido como optativa y siempre sentí devoción por la cultura italiana).

Y con la universidad llegó la montaña rusa de emociones. Por fin podía aprender en profundidad aquellos idiomas, pero las clases no eran como yo las imaginaba. Éramos demasiados y no había mucha ocasión de hablar, todo era demasiada gramática (que la amo, no me malinterpretéis) y ejercicios. No existía esa parte de poner en práctica los conocimientos de forma amena y divertida. En general las clases eran algo frías y aburridas. 

Yo que siempre me lo había pasado tan bien en clases de inglés (en la academia a la que iba por las tardes) y que tan segura me sentía a la hora de hablar inglés, no me ocurrió nunca con los otros idiomas durante los años de universidad. Esto me hizo desmotivarme y desconfiar de mis aptitutes lingüísticas. Pero aún me quedaba la experiencia de irme de Erasmus a Alemania y ponerme a prueba allí.

Mi año en Alemania estuvo lleno altibajos y ninguno relacionado con la lingüística (o quizá en parte sí). Y a pesar de haber pasado allí 12 meses, de haber tenido más de 10 asignaturas impartidas íntegramente en alemán y de haber alcanzado aproximadamente un nivel B2, no siento que aprovechara cada minuto de mi estancia allí. Era joven y estúpida y no me centré en lo que realmente importaba. Me sentía sin autoestima, me daba vergüenza hablar, no me esforzaba por mejorar y así acabé frustándome por no ver los avances que cualquiera hubiera esperado. 

Cuando volví a España me cogí otro idioma para terminar la carrera: griego. Y aunque era más difícil que el italiano acabé sacando mejores notas, supongo que porque tuve que esforzarme mucho más. Sin embargo, una vez me licencié y comencé a trabajar, dejé casi totalmente de lado todos los idiomas que había estudiado excepto el inglés. Los años fueron pasando y si ya tenía poca confianza en mis aptitudes, la fui perdiendo del todo. Cuando la gente me preguntaba que cuántos idiomas hablaba siempre contestaba que sólo dos: español e inglés. Me di por vencida y pensé que lo que había perdido ya era irrecuperable y que no tenía sentido ni intentarlo porque estaba demostrado que no era lo mío, que mis capacidades sólo me daban para el inglés.

En los últimos 10 años me he interesado por muchas lenguas (sueco, turco, ruso, chino, etc) -lo que en la comunidad políglota se conoce como dabbling-, pero a la vez nunca he dejado de sentir fascinación por ninguno de los idiomas que aprendí y, de hecho, en diversas ocasiones me propuse retomarlos. Me compré libros, me apunté a clases de verano, hice pruebas de nivel para empezar un curso completo, pero al final siempre ocurría algo que hacía que mi plan no saliera adelante. Yo lo achacaba a factores externos (y a que yo tenía muchas limitaciones), pero en realidad los principales motivos eran: 1) falta de motivación/confianza, 2) falta de una metodología y recursos apropiados, y 3) falta de un sistema o rutina de estudio.

Este verano gracias al descubrimiento de varios canales de YouTube de políglotas he cambiado la perspectiva que tenía sobre el aprendizaje de idiomas y sobre mis propias capacidades y limitaciones. Al ver cómo personas no lingüistas dedican prácticamente todo su tiempo libre a aprender idiomas como hobby y consiguen un nivel impresionante a base de dedicación y constancia, me he dado cuenta de que todo es una cuestión de organizarse y ser perseverante. La clave está en usar materiales de calidad, practicar las diferentes destrezas lingüísticas sin dejar de lado ninguna y sobre todo lanzarse sin miedo y disfrutar del proceso, con objetivos pero sin expectativas. 

Y así es cómo he recuperado la motivación y cómo estoy consiguiendo aprender rumano ahora. Además me he propuesto más en serio que nunca recuperar los idiomas que dejé un poco de lado, con planes específicos y bien definidos. La motivación es tal que estos son los objetivos que me he marcado para el año escolar 2020-2021:

Rumano: ser capaz de mantener una conversación básica de al menos 30 mins, leer artículos e historias infantiles, y alcanzar un A2 para el verano '21.

Alemán: volver a hablar con fluidez, leerme al menos un libro. hacer un curso intensivo de 3 meses y alcanzar un B2.

Italiano: sentirme cómoda hablando, leer artículos, repasar la gramática con clases particulares, alcanzar un B1.

Griego: refrescar el alfabeto, aprender las palabras y frases más comunes.

Portugués: escuchar música brasileña y ser capaz de entender el sentido general y leer poemas de Pessoa.


Pero, ¿voy a usar todos estos idiomas a nivel profesional? No lo sé, pero tampoco me importa. Los idiomas son mi pasión y mi mayor forma de entretenimiento. Pero, ¿algunos de ellos no son un poco "inútiles"? Si creemos que el sistema de signos que una comunidad usa para comunicarse y expresarse en el mundo es algo inútil, ¿qué clase de personas somos? Los idiomas son una herramienta para entenderse, ser más tolerantes y tener acceso a más culturas del mundo. Los idiomas abren puertas a otras formas de entender la vida, a otras maneras de estructurar las ideas, de conceptualizar. ¿Acaso hay algo más humano que el lenguaje?

Así que, ¿por qué aprender tantos idiomas? Para poder disfrutar de más arte y cultura, y, sobre todo, para ser un poquito más humana.