No sé cuánto tiempo llevo ya haciendo esto del balance anual, pero sin duda es uno de mis momentos favoritos del año. Sentarme en mi escritorio, pararme por un instante y hacer un recorrido a la inversa por los últimos 365 días del año que finaliza y vomitar sobre una página en blanco lo que vaya saliendo de mis entrañas. Siempre lo siento como si se tratara del visionado de una película que ya he visto pero que recuerdo a parches. ¿Sabéis esa sensación de ir escena por escena y poco a poco ir recordando cada detalle con asombro, casi como si fuera la primera vez? Y a menudo pienso "ostras, ¿eso me pasó a mí hace tan solo unos meses?" Siempre es lo mismo, si a principio de año con lo que estaba viviendo me hubieran dicho que acabaría de esta otra manera, nunca me lo hubiera creído.
Cuando empezó el 1 de enero de 2021 pensé que ya tenía clara la palabra que definiría mi año. Creí que esa palabra sería "reconquista". Tenía la certeza de que el 2021 sería el año en el que reconquistaría mis sueños (sin tener muy claros cuáles eran estos en realidad). Me marqué muchos objetivos, casi todos relacionados con los idiomas, pero también con mi independencia y mi paz mental. Quería, al fin y al cabo, sentirme autorrealizada. Y pongo el énfasis en "auto-" porque no quería tener objetivos que involucraran a nadie más a nivel emocional y porque quería sentir la satisfacción de conseguirlos sola, por mí misma.
Al final, como siempre en la vida, una se lleva sorpresas y termina el año dándose cuenta de que todas las personas necesitamos de otras para sentir esa realización. No se trata de dependencia, sino interdependencia. Resulta que, como seres sociales que somos, construir redes de afecto, tener apoyos emocionales y vínculos sólidos, es esencial para nuestro bienestar mental y social.
Empecé el año queriendo estar "sola", teniendo mi espacio, y ahora lo termino anhelando compañía, entendiendo que, obviamente el contacto humano del tipo que sea, no sólo es satisfactorio, sino vital. He aprendido que ni la soledad total ni la dependencia emocional son estados deseables, sino que, por el contrario, la virtud se encuentra en la moderación.
Y tal vez esa debería ser la palabra que elija para definir mi año. Yo que siempre he sido de extremos (y que sigo siéndolo en ciertos aspectos), de blancos o negros, de todo o nada, me hallo en un momento en el que la moderación supone para mí un estado de calma y estabilidad. No quiero vivir en un estado de introspección total y eterno, pero tampoco en uno sobrecargado de estímulos y experiencias. No necesito probar ni abarcarlo todo, no encuentro ya satisfacción en el "cuanto más mejor", ni veo nada positivo en la diversidad per se. Porque resulta que en los límites y el autocontrol he encontrado la mayor libertad. Porque yo elijo -o lo intento, siempre responsablemente - qué, cómo, cuándo y por qué. Porque la exquisitez se encuentra en saber elegir calidad por encima de cantidad.
Lo sé, me estoy haciendo mayor... Y ese es otro pensamiento que ha predominado en mi mente este año: el paso del tiempo. Este año más que nunca he reflexionado muchísimo en la madurez y el envejecimiento como partes intrínsecas e ineludibles de la vida. El cuerpo envejece, y contra eso no podemos hacer nada, más que agradecer cada día que nuestro cuerpo siga cumpliendo las funciones vitales para las que existe. No hace falta amarse continuamente. Con aceptarnos es suficiente. Con nuestra belleza, pero también nuestra fealdad (arrugas, canas y achaques propios de la edad).
Este año me ha servido para darle la vuelta a eso del crecimiento personal y aceptar que no siempre hace falta avanzar ni ser mejor. Que a veces me puedo "estancar" y disfrutar de ese parón sin fustigarme por no ser constantemente "la mejor versión de mí misma". Está bien no cambiar constantemente (ser demasiado volátil no es una virtud). E incluso está bien ser mediocre o del montón. No somos tan especiales (ni hace falta serlo). ¿Acaso no nos basta con ser polvo de estrellas? La felicidad no es estar siempre a tope, ni vivir miles de experiencias increíbles, ni tener cientos de momentos de placer. La felicidad simplemente es aceptar que el mundo puede ser una mierda a veces, pero que la vida puede ser maravillosa si así la sentimos. Despertarnos, respirar, pensar, amar... el mero hecho de poder hacer esto cada día, ya debería ser suficiente.
En en esta sociedad de hiperconsumo (lo quiero todo), inmediatez (lo quiero ya), materialismo (poseer por encima de ser) y superficialidad (lo que cuenta es la imagen que los demás tienen de mí y no cómo me siento), contar con personas con las que poder hablar de la vida, las emociones, los miedos, lo que amamos, lo que odiamos, lo que nos enfada, lo que nos excita... es sin duda un oasis entre tanta sequía de autenticidad y solidez. Y ese es el oasis con el que yo me quedo a final de este 2021.
Lo mejor del 2021
- Idiomas: haber continuado mis clases de rumano y haber retomado el italiano, pero sobre todo mis profesoras de ambas lenguas. Mujeres inteligentes y divertidas con las que he tenido el placer de aprender y compartir muchísimo.
- Logros académicos: haber completado con éxito dos cursos de rumano de nivel intermedio-avanzado de forma principalmente autodidacta pero también gracias a la ayuda de personas generosas.
- Filosofía: haber redescubierto el estoicismo y haber encontrado un grupo con el que compartir reflexiones y sobre todo poner en práctica esta filosofía y forma de vida.
- Amistad: los reencuentros con viejas amistades, pero también el haber conocido gente nueva maravillosa y haber conectado tanto con ellas.
- Camino de Santiago: haber vuelto a hacerlo con personas totalmente desconocidas y descubriendo la preciosa geografía gallega.
- Salud: haberme apuntado a natación y descubrir que he encontrado una actividad física que me hace sentir tan bien.
- Descanso: haber pasado un verano en el que ha predominado la tranquilidad, la conexión con la naturaleza y el descanso consciente.
- Relaciones amorosas/eróticas: haber vuelto a sentir emoción, excitación, deseo, pasión, diversión, complicidad, intimidad y placer.
- Lectura: haber leído una media de 25 libros estimulantes con los que he aprendido y disfrutado muchísimo. A destacar, sin duda: El arte de amar, de Erich Fromm.
- Trabajo: estar disfrutando de mis clases, de la interacción con mis estudiantes y del cariño y respeto de todos ellos. También haber conseguido clases particulares con las que sacarme un extra.
- Hogar: haberme mudado por fin al lugar al que tanto ansiaba volver, el apartamento donde mejor me he sentido siempre, donde he podido y sigo construyendo mi pequeño hogar, y donde he hallado la paz mental que tanta falta me hacía.