No sabría cómo empezar a relatar
todas las cosas nuevas y enriquecedoras que estoy viviendo
últimamente. Supongo que todo empezó con el gran cambio que tuvo
lugar a principio de año, ya que desde ahí parece que todo se ha
ido sucediendo casi en efecto dominó. Pero sin duda, este fin de
semana último (seguido del comienzo de la semana) creo que está marcando el inicio de algo nuevo y muy
interesante.
Todo empezó cuando el jueves almorcé
con dos personas aparentemente opuestas a mí (más bien una de
ellas), pero con las que creo firmemente voy a tener más en común de lo que
nunca podría haber imaginado. Y lo sé porque durante las 2 horas
que estuve con ellos, pasé un rato de lo más agradable, conversando
y riendo con total naturalidad, sencillez y espontaneidad Y no sólo
eso, sino que repetimos el domingo en un ambiente mucho más familiar y otra vez ayer y hoy. Lo cual puede
significar que esto no es más que el comienzo de una preciosa amistad
de la que estoy segura aprenderé muchísimo. De momento, ya puedo
sentir cómo me llena de satisfacción y emoción poder compartir estos intensos momentos
y largas conversaciones que a veces encuentro tan surrealistas.
El jueves por la noche seguí
fascinándome con mi propia vida. Esta vez al lado de personas que
por el contrario sí sienten y ven la vida con el mismo corazón que
yo, mis compañeros animalistas. Pasamos una velada encantadora y
llena de magia, sobre todo a partir de media noche pues -como en la
película de Woody Allen- la ciudad adquirió un color diferente, el
tiempo se detuvo y lo “intangible” se materializó. No nos hizo
falta más que una terraza con buenas vistas, una luz tenue y una
lista de 36 preguntas para enamorarnos. ¡Y vaya que si lo hicimos!
Yo no sé si fue el embrujo de la luna que reposaba sobre la Alcazaba
de Málaga, la fresca brisa que hacía que nos arrimáramos más para darnos calor o la sinceridad y tranquilidad con las que respondimos a esas preguntas,
pero lo cierto es que yo me volví “a casa” con una sonrisa en la
cara y mariposas en el estómago, de esas que sólo eres capaz de
sentir cuando amas de verdad y que te dan la sensación de que van a
aletear con fuerza eternamente.
El sábado fue un día de... ¿cómo
definirlo brevemente? Podría decir tolerancia, respeto, diálogo,
generosidad, humildad... pero siento que usando todas estas palabras
no consigo acercarme a lo que realmente yo sentí mientras paseaba por mi amada
Córdoba sultana en compañía de lo que muchos de mis “hermanos”
considerarían el enemigo. Lo que he aprendido este fin de semana es que hay que conocer al “enemigo”,
hay que acercarse a él de todas las maneras posibles, hablar y descubrir sus inquietudes y aspiraciones, tratar de entenderlo, aceptarlo y hacer que las diferencias sirvan para relexionar y complementar. Pero sobre todo, y por encima de todo lo demás, hacer
todo lo posible por centrarse en aquellas cosas que se tienen en
común, porque sorprendentemente cuando uno escucha y habla con el
corazón abierto, libre de miedos y prejuicios, descubre que en el
fondo hay más cosas que te unen a ese “oponente” de las que
jamás hubieras podido ni tan siquiera soñar. Y entonces te das
cuenta de que la amistad y el amor pueden surgir en las situaciones
más inverosímiles y con las personas más inesperadas. Y ¿sabéis
qué? No hay nada más bonito que sentir aprecio, cariño y
admiración por alguien que se aleja de lo que en principio creemos
buscar.
Por si fuera poco, por la noche tuve un viaje de vuelta a la realidad cargado de secretos y confesiones que hicieron que llegara a casa con la certeza de que a partir de ese momento tenía dos nuevas amigas con las que estoy deseando compartir mucho más que nuestro amor y ganas de defender a nuestros amigos y hermanos los animales.
Por si fuera poco, por la noche tuve un viaje de vuelta a la realidad cargado de secretos y confesiones que hicieron que llegara a casa con la certeza de que a partir de ese momento tenía dos nuevas amigas con las que estoy deseando compartir mucho más que nuestro amor y ganas de defender a nuestros amigos y hermanos los animales.
Por tanto, puedo afirmar y gritar a los cuatro vientos que esta semana (empezando el pasado jueves) ha estado llena de AMOR en mayúsculas, de ese que es sinónimo de compartir y dejar ser uno mismo, de ese que significa autenticidad, complicidad, confianza y -¡cómo no!- libertad.