¿Qué coño nos pasa? ¿Cómo nos
estamos dejando manipular tanto? La sociedad, los medios y todas las
gilipolleces que hemos creado las personas nos tienen totalmente
atontados, desnaturalizados y alejados de nuestros instintos primarios. Nos hemos olvidado por completo de la esencia de la vida,
de lo que nos hace ser especiales. Hemos dejado la humanidad de lado
y abandonado por completo el verdadero significado de la vida: el
amor. Hemos caído como tontos ante los embrujos de un mundo virtual,
superficial y carente de sentimientos. Un mundo en el que todo acaba
con un clic. Un mundo en el que todo dura lo que nuestros dedos
quieran que dure. Un mundo en el que nos escondemos porque cuando
algo no nos gusta o no nos conviene nos minimizamos.
Huimos de la
verdadera vida, de la única realidad palpable por miedo a ser
nosotros mismos, a ser libres. Y todo esto se ha acentuado con la
aparición de las redes sociales. Algo que puede pasar de ser útil a
ser una condena. Miro a mi alrededor y sólo veo cabezas gachas que
ignoran totalmente las maravillas que les rodean. Vivimos pegados a
una pantalla que nos muestra todo cuanto queremos, esperando siempre algo y dejando la vida pasar. Nos hemos
convertido en una sociedad mimada y dependiente de lo fácil. Esa
facilidad de acceder a todo cuanto hay en el mundo nos ha hecho no
querer saber nada del mundo. Hoy en día ya no hay nada que no
podamos hacer a través de la tecnología: hacemos gestiones
bancarias, hacemos nuestros deberes, hacemos cursos online, hacemos
la compra, vemos conciertos, escuchamos música, conversamos,
discutimos, rompemos, ¡hasta nos enamoramos y follamos por Internet!
¿De verdad una pantalla puede
importarnos más que compartir momentos con las personas que
queremos? ¿De verdad una foto es más bonita que aquello que tenemos
delante y que podemos tocar, besar, oler y oír? ¿De verdad
preferimos renunciar al cariño, al afecto y la admiración de la
cercanía y la cambiamos por la frialdad de la lejanía y el espacio
entre nuestros cuerpos? ¿Tan vacíos estamos? ¿Tan amargados
estamos que sólo queremos mostrar nuestro mejor perfil?
Un perfil de Facebook, de Whatsapp, de Twitter o de lo que sea que no
es más que una farsa, una fachada inventada, una careta que sólo
muestra lo que en realidad nos gustaría ser, o peor aún, lo que
queremos que los demás crean de nosotros. Estamos muy confundidos.
Eso que vemos en las redes sociales no somos nosotros, ni nuestros
amigos. Son sólo un cúmulo de imágenes y enlaces que nos llevan a
los personajes que hemos creado para evadirnos del mundo.
¡Cómo podemos despreciar tanto el
mundo que tenemos a nuestro alcance! ¡Cómo podemos limitarnos a
soñar virtualmente! ¡Cómo podemos permitirnos que la vida pase sin
pena ni gloria sólo por tener unos momentitos de éxito entre
nuestros contactos, sólo por alimentar nuestro ego con unos cuantos
"me gusta" de personas que muchas veces ni nos molestamos
en conocer o ni nos importan!
La vida está ahí fuera, y es mucho
más fascinante que todo lo que ocurre en las redes sociales.
Compartir es mucho más que hacer clic en un botón y hacer público
algo que he visto o hecho. Compartir es estar presente en el mundo,
es estar al lado de las personas que quieres, es querer experimentar
las cosas en compañía, es sentir la complicidad de una mirada o un
gesto. Vale que no todos nuestros amigos están en nuestra misma
ciudad, vale que las redes sociales son una herramienta que bien
usada puede ser genial para no perder el contacto con aquellas
personas que viven lejos... Pero venga, hagamos un esfuerzo y
acerquémonos a esas personas. Llamémoslas e invitémolas a hacer
algo juntos, visitémoslas allá donde estén, acerquémonos de una
forma más tangible y menos abstracta, hagamos todo lo posible por mirarles a los
ojos y sonreírles, o ¡llorarles si es necesario! Pero por favor,
dejemos de ser tan impersonales, despeguémonos de las pantallas y
creemos nuestra realidad en el día a día, mano a mano con nuestro
entorno, sin abusar de lo que hace unos años ni siquiera existía.
Volvamos a los inicios, cuando éramos personas de carne y hueso,
cuando éramos valientes y afrontábamos la vida sin escudos, sin
pantallas, sin teclados ni emoticonos que hablaban por nosotros.
Vivámonos de verdad. Amémonos sea cual sea nuestro estado de
Facebook.