Rara. Toda mi vida he cargado con esa etiqueta. Pero no lo digo como si hubiera sido algo que me haya pesado. Solo es una observación. Un papel que tengo asumido desde que tengo uso de razón y desde que la primera persona pronunció esas palabras en voz alta dirigiéndose a mí.
Callada, introvertida, solitaria. Siempre fui una niña a la que le gustó jugar sola, y si lo hacía acompañada tenía que ser con personas muy concretas cuando yo quisiera. En clase prefería tener un negativo antes que ofrecerme voluntaria a salir a la pizarra, aunque supiera todas las respuestas y estuviera deseando gritarlas a las cuatro vientos. Nunca olvidaré las palabras de aquella profesora "no basta con saber las cosas, hay que demostrarlo".
Me encantaba el colegio. Aprender, enseñar, ayudar a mis amigas con sus exámenes, estudiar, hacer mis deberes. Ver en mi horario que se acercaba la hora de matemáticas, conocimiento del medio o historia del arte era para mí motivo de celebración y motivación. Tenía tantas inquietudes, me gustaba tanto escuchar a los maestros (no solo a los de la escuela) y absorber sus conocimientos. Y de hecho aún recuerdo como si fuera ayer algunas de sus enseñanzas.
¡Empollona! Otra etiqueta que me pusieron en aquellos días. No es que me tirara horas estudiando, simplemente prestaba atención y tenía buena memoria. Sinceramente me interesaba lo que escuchaba. Aprendía con facilidad y sacaba notas excelentes. Y eso hizo que mis compañeros me miraran mal y se metieran conmigo. ¡Me lo gané a pulso por destacar!
Para rematar, atea. Por si fuera poco era la única niña en todo el colegio que no daba religión, no estaba bautizada (para mí abuela era "mora"), no creía en dios ni tenía interés en hacer la comunión (ni por los regalos, ni por llevar un vestido de "princesa" que me parecía de lo más ñoño). Y no es que me proclamara atea porque mis padres me impusieran esa creencia (o ausencia de ella). Ellos me explicaron las cosas y me dieron libertad para elegir. Y al parecer ya desde pequeña hice uso de mi racionalidad y sentido común y tuve claro que aquello de obedecer a un señor con barba imaginario y todopoderoso, no iba conmigo.
Estaba condenada a ser castigada e ir al infierno en cuanto muriera. O eso me decían mis compañeros de clase. Al parecer dios solo era bueno y misericordioso con sus seguidores (si dios tuviera Instagram su cuenta probablemente petaría). Esos que solo hacían la comunión por los regalos, y no por principios, sí serían salvados. Yo poco caso hacía a esas supuestas predicciones sobre mi futuro entre llamas. Me parecían ridículas (también crueles), pero nunca dejé que me afectaran porque el sinsentido pesaba más.
Por si fuera poco, mi color de piel y mis rasgos "exóticos" tampoco ayudaban. Negra o conguito eran apelativos que a menudo eran usados para referirse a mí. Y encima era bajita y menuda, lo cual mi físico no es que impusiera mucho, así que era fácil intimidarme (o intentarlo al menos). Hasta mi propio nombre llegó a ser motivo de insulto. Lo que nunca entendí fue la necesidad de "acosarme" de aquella manera cuando yo, no es que no me metiera con nadie, es que no hablaba con absolutamente nadie.
O quizá lo que les incordiara fueran mis extraños juegos, mi peculiar forma de vestir, o mis gustos personales. Al parecer jugar a ser "curadora de árboles" no estaba bien visto. Si no jugabas con los demás o a lo que a los demás quisieran, tenían que recordarte que la que se estaba saliendo del redil eras tú, y eso estaba mal. Y si encima proponías a tus amigos componer canciones, o escribir guiones de teatro en la hora del recreo y ellos te seguían, eras una mandona (y rara de cojones). Yo, a pesar de todo, seguía jugando a lo que me daba la gana.
El colegio parecía un lugar muy difícil en el que encajar. Sin embargo, gracias a mi poder de abstracción, yo fui muy feliz e hice algunos amigos con los que aún tengo contacto.
Pero luego llegó el instituto. ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a esforzarme por encajar, o iba a seguir dando la nota? Pues lo cierto es que ni me planteé esta pregunta. Fui de la única manera que supe ser: yo misma. Y eso significó acumular más etiquetas. Borde, antisocial, aburrida.
Aburrida fue quizá la que más años me acompañó. A día de hoy sigue siendo mi fiel compañera. ¿Salir con aquellos bullies que tenía por compañeros? Ni de coña. ¿Beber alcohol y matar a mis amadas neuronas mientras ingería un líquido de sabor asqueroso para acabar haciendo el idiota y no recordar nada al día siguiente? Tendría que ser muy tonta para haber querido eso por mí misma. ¡¿Y entonces qué iba a hacer para pasarlo bien?! ¿Cómo iba a ser socialmente aceptada y tener amigos guays? Pues supongo que mi concepto de diversión poco tenía que ver con consumir sustancias adictivas y que te hacían perder el control sobre tus propias acciones y recuerdos. Y que me aceptaran personas que, desde mi punto de vista del momento, parecían muy similares, tenían poca personalidad y además me juzgaban por tomar mis propias decisiones, no era precisamente una de mis prioridades.
El instituto fue una época extraña que ocupé haciendo pocos amigos (que aún conservo), descubriendo música nueva, explorando el mundo del cine, buceando en escritos sobre filosofía y política, escribiendo poesía, investigando la recién estrenada Red y enamorándome con el arte. Para la mayoría, tal vez, algunas de ellas cosas extremadamente aburridas o no propias de mi edad, pero que a mí me llenaban y hacían feliz. ¿Qué problema tenían los demás con que a mí no me atrajera nada meterme en un antro a reventarme los tímpanos con música machacona y letras denigrante (inicio del reggeaton), estar rodeada de babosos borrachos, y no poder intercambiar ni una sola palabra con los seres humanos (o zombis) que tenía a mi alrededor? A menudo me pregunto qué recuerdos guardan esas personas de aquellas noches de desfase. De qué manera les hicieron crecer. Seguro que algo aprendieron, no lo dudo. Lo que sospecho es que con cada copa que les sirvieron, todos recibieron una nota que decía "los que no beben son unos sosos", como en las galletitas de la suerte chinas. Y eso se les grabó a fuego. Y a mí también...
Pero bueno, quizá tuviera mi salvación en mis relaciones con los chicos. Ah no, que tampoco era cuestión de gran interés para mí. Una vez más, acabé siendo la oveja negra de mis amigas. Todas querían novio por San Valentín (cualquier chico valía) y recibir rosas y otros regalos cursis, pero yo no. No me apetecía dejar a mis amistades de lado por conformarme con cualquiera. Joder, si es que no me salvaba por ningún lado. ¡Normal que me llamaran rara!
Y mira que yo también creía en el amor ideal, y escribía poemas románticos a mi amante imaginario, y tenía unos padres con una relación de ensueño (o eso quería creer yo)... Hasta que se separaron.
Vaya, parece que no había manera de que tuviera una vida "normal". Pero bueno, no pasaba nada, todo se solucionaba fingiendo durante un año que todo seguía igual. Que lo último que quería era ser el centro de atención (más aún).
Por si no fuera lo suficientemente introvertida, me cerré un poco más en banda. Me metí tanto en mi papel que acabé explotando. Y por primera vez, empecé a liberarme un poquito y a querer relacionarme un poco más. Al fin y al cabo iba a empezar una nueva etapa donde en un principio iba poder conocer a gente con mis mismos intereses. Sin embargo, eso no me quitó el sambenito de ser el bicho raro en todas partes.
En la universidad tuve de nuevo la oportunidad de intentar conectar con la gente. Mi primera y última toma de contacto: un botellón. Una vez más el alcohol era el protagonista ausente en mi vida, y el motivo primordial por el que no conseguí hacer clic con casi nadie. Por suerte, mis compañeros estaban tan obsesionados en competir con los demás que conseguí pasar un poco desapercibida. Dejé de ser la empollona (¡bien! ¡una etiqueta menos!), y pasé a ser alguien del montón. Eso sí, mis inquietudes no me ayudaron mucho a la hora de escapar de nuevas etiquetas. ¿Os acordáis de mi pasado como "curadora de árboles"? Pues de curadora pasé a ser la loca de los árboles. Eso me pasa por hippie y por meterme en asociaciones juveniles ecologistas y hacerme activista. Y como una cosa lleva a la otra, no me quedó otra que caer en las garras del animalismo.
¡¿Cómo?! ¿Qué te vas a hacer vegetariana? ¿Que no solo no bebes alcohol ni fumas, sino que ahora tampoco comes carne? Pero jamón sí, ¿no? Joder, en serio... ¿qué coño haces para divertirte? Si es que no te gusta nada. Parece que lo haces a posta. ¿Que quieres ir siempre a contracorriente? ¿Te crees superior por ser diferente? Venga va, haz un esfuerzo e intenta ser "normal" por un día. No seas tan radical. Qué intransigente eres. Hay que ser un poco más flexible. Vamos, ábrete y habla un poco más. Deberías ser más extrovertida. ¡Venga, bebe un poco! Si por un poquito no te va a pasar nada. ¿Y cómo aguantas hasta las 7 de la mañana sin beber? ¿De verdad nunca has bebido nada de nada? Pero vino sí, ¿no? ¿Una cervecita fresquita en verano? ¿Cava para brindar tampoco? ¿Y en la feria qué haces? ¡¿Que no te gusta la feria?! Joder, ¿y qué te gusta? ¿Cómo no te puede gustar la Navidad con lo bonita que es? Pero los regalos sí que te gustan, ¿eh? ¿Que pasas de los regalos porque no quieres contribuir al consumismo? ¿Que viviste 8 años sin tele? ¿Y cómo te entretenías? Joder, qué extremista eres. Qué vergüenza, ¿vas a sacar tu propia pajita de acero inoxidable?
Uy, que me pierdo. Pues eso, que no quiero invertir mi tiempo ni mi energías en explicarle a la gente por qué soy como soy, y aún así a veces me veo haciéndolo en contra de mi voluntad. Supongo que en el fondo todos queremos ser comprendidos, aceptados y amados tal y como somos, y pensamos que si lo explicamos y nos entienden, lo conseguiremos. A menudo, y gracias a las constantes preguntitas del todo el mundo (siempre me cuestioné si realmente estaban interesados en oír la respuesta), he llegado a pensar que todas esas etiquetas y rarezas pueden ser las responsables de mis inseguridades y miedos. Porque aunque yo siempre haya ignorado los comentarios de la gente y me haya sentido "orgullosa" de ser como soy, al final los juicios de la gente pesan y te hacen dudar. Siempre es más fácil expresar lo malo que lo bueno, y aunque algunas personas, casi en secreto, me hayan dicho que me admiran y que querrían ser como yo, han sido más las que -sin conocerme de nada- me han juzgado o me han mirado con desconfianza.
Yo no voy a cambiar por nadie. Ni puedo, ni quiero. Soy como soy y creceré en base a lo que yo experimente y necesite para sentirme bien conmigo misma en cada momento y ser feliz. Y aunque a veces se me haya pasado por la cabeza que si fuera más común o más como la mayoría, quizá las cosas serían más fáciles y tendría menos inseguridades, lo que en realidad he querido siempre es sentir que la gente que me importa me quiere no a pesar de, sino por mis "rarezas". Soy compleja, complicada o como queráis llamarlo, sí. Pero como humana, al final creo que tengo las mismas necesidades que todo el mundo. Y estas son muy básicas y esenciales.