Casi a diario tengo que responder a la misma pregunta y nunca
respondo contando ni el 80% de lo que pienso o tengo que decir al
respecto. Es una pregunta muy personal, y creo que las personas no se
dan cuenta, pero para mí es como si me preguntaran por qué soy de
tal religión y no de otra. No me molesta que me pregunten, siempre y
cuando sea desde el sincero interés o curiosidad y no para juzgarme.
Desde hace 3 años y medio casi siempre he dado la misma respuesta
para no profundizar demasiado en el tema y así evitarme las
consecuentes preguntas prejuiciosas y no dar pie a una situación
incómoda que ya he experimentado alguna vez por intentar dialogar
con personas que no quieren escuchar ni intentar comprender. O simplemente respetar.
No obstante, he decidido que a partir de ahora voy a decir la
verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Eso sí, sin entrar
en demasiados detalles... a no ser que me los pidan, claro. Bueno, y
a todo esto, aún no he dicho cuál es esa pregunta, aunque os la
imaginaréis. Así es, la pregunta es: ¿Por qué eres vegetariana?
¿Por qué soy vegeteriana? Muy sencillo. Al menos para mí que
conozco mi historia mejor que nadie. Pero para que el resto lo
entienda, supongo que debería empezar desde el principio, contando
todas las cosas que alguna vez se me pasaron por la cabeza y que hace
3 años y 11 meses me llevaron a tomar esa decisión. Allá va.
Desde que tengo uso de razón recuerdo un amor profundo por los
animales y la Naturaleza. Me crié con un perro, Baloo, al que no
recuerdo más que por las fotos que mis padres aún conservan. (Dicen
que los niños que se crían con perros crecen más saludables). Eso
junto a los valores de respeto que mis padres, abuelos y otros
familiares me enseñaron supongo que fue la base de mi pasión por
estos increíbles seres. Mi madre me cuenta que cuando iba en el
carrito o caminando por la calle iba abrazando sin ningún miedo a
todos los perros callejeros que veía. Y ya cuando crecí un poco más
ya tenía claro que de mayor quería ser veterinaria para curar a
todos los animalitos heridos (lo cual nunca llegué a ser porque
cuando tenía 15 años concluí que nunca sería capaz de soportar
ver a un animal sufriendo).
A mi abuela siempre la recordaré dándole de comer a todos los
animales hambrientos de la calle. Y cuando digo todos, me refiero a
todos sin excepción: perros, gatos, palomas y ¡hasta ratas! Una vez
sobre estas últimas me dijo “las pobres tendrán hambre y querrán
comer también, ¿no? También tienen derecho a vivir”. Y a mi
bisabuela la visitaban todos los gatos del barrio porque sabían que
ella los alimentaría.
Como hija única muchas veces me preguntaron si quería tener un
hermanito, y mi respuesta fue siempre la misma: “No. Quiero un
perro”. Mi madre siempre se negó a esta idea, porque no quería
volver a pasarlo mal por un animal (cuando éste se fuera); pero
finalmente, cuando cumplí 10 años, me hicieron el mejor regalo que
jamás he recibido: Tango, un Cocker Spaniel que se convertiría en
mi mejor amigo de por vida. Él me enseñó lo que era el cariño, la
bondad, el juego, la diversión, la paz, la complicidad y sobre todo
el AMOR puro e incondicional. Tango fue, es y será siempre para mí
el ser más maravilloso que jamás he conocido. Pensar en él sólo
me produce felicidad y plenitud.
Con él descubrí que tenemos muchísimo que aprender de los
animales, que ellos no matan por placer, sino por supervivencia. Que
ellos no disfrutan haciendo mal a los demás, sino que por el
contrario disfrutan y son felices con muy poco. Son seres sencillos
carentes de avaricia, envidia, prejuicios o rencor. Y por este
motivo, desde muy pequeñita siempre pensé “¡Yo quiero ser un
animal! Mira qué vida más fácil tienen: comer, dormir y hacer sus
necesidades. Y son felices así”.
Tengo muchos recuerdos dispersos relacionados con los animales.
Por ejemplo, recuerdo preguntarme con preocupación si los huevos que
comíamos eran pollitos que no habíamos dejado nacer (fetos, vaya);
estar en la playa y boicotear a los pescadores lanzando piedras cerca
de ellos para espantar a los peces,;enterrar murciélagos u otros
animales muertos que me encontraba; rescatar pajarillos heridos y
cuidarlos hasta que se curaban; salir por las noches con un amigo a
arrancar carteles de corridas de toros; o soñar con tener un refugio
de perros y otros animales abandonados.
También me acuerdo bien de la primera vez que oí la palabra
“vegetariana”. Fue en la película Jurassic Park (1993), en la
escena donde los niños y el abogado están en el coche bajo la
lluvia esperando ver salir al T-Rex, el cual tiene en su cerca una
cabra esperando a ser devorada, y la niña se pregunta muy preocupada
que qué le va a pasar a la cabra, a lo que el abogado le responde
“¿Qué pasa niña, nunca has comido chuletas?”, y ella le dice
“Da la casualidad de que soy vegetariana”. En el aquel momento yo
pensé que esa niña claramente no quería comer animales. Y entonces
yo empecé a preguntarme por qué la mayoría sí lo hacíamos, que
si esa niña era “vegetariana” eso quería decir que se podía
vivir sin comer animales. Pero claro, ahí estaba todo el mundo para
decirte severamente que comer animales era necesario para vivir. Y
ante esa rotundidad, yo no podía discutir mucho porque ¿qué sabía
yo más que los adultos? Entonces empezaron a pasar por mi cabeza
otras posibilidades. La primera no me convencía mucho y me duró
poco en la cabeza. Pensé que si clonábamos a los animales podíamos
comernos sólo a los clones... pero esos clones también eran
animales, así que no valía. Luego pensé que lo mejor era esperar a
que los animales murieran de forma natural para luego comérnoslos
nosotros. Aún así, todo esto no terminaba de cuajar en mi
conciencia.
Cuando tenía 15-16 años leí por primera vez la palabra
“vegano”. El cantante de mi grupo favorito de entonces lo era
(Daniel Johns, de Silverchair). No entendía esta palabra, así que
la busqué y lo que encontré me sorprendió muchísimo y puso una
sonrisa en mi cara. Esta palabra hacia referencia a la persona que no
consumía productos animales de ningún tipo, ni comida, ni ropa, ni
productos cosméticos porque se negaba a participar en la matanza de
animales.
A mí me horrorizaba la idea de saber
que había miles de animales siendo maltratados, torturados y
asesinados por personas sin compasión, que buscaban diversión, o
simplemente satisfacer nuestras “necesidades”. Cuando alguien
hablaba de los toros, de la caza u otras tradiciones similares yo me
alteraba enseguida y las criticaba vehemente, a lo que luego siempre
había alguien que me decía “sí, pues luego bien que te comes
hamburguesas y bocadillos de chorizo”. Y en ese momento... ¿qué
podía decir yo? Tenían toda la razón. Estaba siendo totalmente
incoherente conmigo misma.
Ante esta contradicción tenía que
hacer algo. Algo dentro de mí me decía que lo más lógico era no
ser partícipe de esta barbarie. Pero ¿cómo? Recurrí a Google en
busca de ayuda. En el buscador puse las palabras clave: “organización
ecologista animales”, o algo así. Esto me llevó a muchos
resultados: Greenpeace (había que pagar una cuota que en aquel
momento como estudiante no me podía permitir) y otras organizaciones
relacionadas con la naturaleza. Entre una de ellas di con JóvenesVerdes, una asociación ecologista en la que aprendí mucho (sobre
ecología/ecologismo, un poco sobre animalismo). Conocí a algunos
vegetarianos y los admiraba, pero algo dentro de mí me seguía
diciendo “los humanos somos omnívoros y necesitamos comer de
todo”. Yo seguía yendo a McDonalds y Burger King hasta 2 y 3 veces
a la semana y me encantaba (en realidad eran esas ocasiones las
únicas que disfrutaba comiendo “carne” -todos sabemos que en
estos sitios se come de todo menos carne-, porque quitando eso, no
era yo muy carnívora que digamos. Es más, muchas veces cuando iba por la mitad acababa sacándole la carne a la hamburguesa y sólo me comía el pan con las salsas). Sin embargo, supongo que una
parte de mí también me decía que tarde o temprano eso cambiaría,
que mi mi mentalidad se transformaría.
Un día de marzo de 2009 en la
universidad de Málaga el grupo animalista CACMA dio una charla sobre
el maltrato animal a la que asistí sin pensármelo. Me interesaba
muchísimo oír lo que estas personas tenían que decir, quizá allí
podría conocer gente que como yo se preocupaba por los animales y
así poder al fin hacer algo por ellos y limpiar mi conciencia.
Lo que vi en aquella sala fue más allá
de lo que imaginaba. Oí y vi imágenes escabrosas, llenas de
crueldad y sufrimiento que me hicieron ver la realidad: somos seres
horribles que matamos, no por supervivencia o defensa propia, sino
para tener lujos (bolsos de piel, abrigos), entretenimiento (circos y
zoos) y satisfacer un paladar demasiado exquisito. La película que
proyectaron se quedó grabada a fuego en mi retina y me traumatizó,
pero a la vez me abrió los ojos y el alma definitivamente. Ya estaba
bien de decir una cosa y hacer otra.
Cuando llegué a casa me uní al grupo
CACMA y empecé a buscar información sobre el vegetarianismo. Lo
tenía claro, ya no iba a comer más carne. Y sin más empecé el
cambio en mí. Sin embargo, cambiar de la noche a la mañana no es
fácil, ni aunque hayas visto las imágenes más crudas de tu vida y
por dentro sepas y tengas claro lo que quieres. Cambiar unos hábitos
que llevaba repitiendo desde hacía 23 años no era fácil, y con la
falta de información que tenía no podía pasar otra cosa que
fracasar en mi intento de mejorar. No sabía qué comer, y tampoco
tenía a nadie que me entendiera, me ayudara ni aconsejara. No tenía
ni idea de nutrición y muy poca de cocina. ¿Qué iba a hacer ahora?
Estaba sola queriendo afrontar un cambio demasiado grande. Fracasé.
No lo conseguí. Volví a comer carne.
Un año después, en el verano de 2010,
llegó a mí puerta (literalmente) lo que durante tanto tiempo estaba buscando. Un nuevo vecino de nacionalidad japonesa había ido a parar
a la casa de al lado, y para mi sorpresa este hombre, con el que
conecté enseguida, no era ni más ni menos que vegano. Los veganos
son personas muy activistas que luchan por difundir su ideología y
él no iba a ser menos. Me habló muchísimo del sufrimiento de los
animales, de los productos lácteos y otros temas relacionados, y me
facilitó muchísima información: vídeos, textos, etc., pero sobre
todo su experiencia y conocimiento. Eso fue lo más valioso y lo que
más me inspiró.
Ese mismo verano yo tenía un viaje
programado para encontrarme con mis compañeros de Jóvenes Verdes.
Allí, al ver a otros que también practicaban el vegetarianismo,
encontré mucho alivio y esperanza. Si ellos podían y eran felices y
sanos, yo también. Y entonces, cuando volvíamos de aquel viaje y
paramos a comer en KFC y miré mi hamburguesa mientras me la
terminaba, pensé “esta es la última vez que como carne”. Y
desde ese día, no he vuelto a probar ni un trozo de carne en mi
vida. Un año más tarde dejé el pescado, y seguí leyendo,
documentándome, informándome sobre el tema más que nunca y
creciendo muchísimo como persona. Y ahora en retrospectiva, puedo
decir con total seguridad que es la mejor decisión que he tomado en
mi vida.
Sigo aprendiendo y evolucionando porque
aún no he llegado a la meta. Pues como dice Alicia Silverstone en su
libro The kind diet, “el veganismo no es un destino, es un
viaje”.