Puede que el código postal diga que
estoy en Santa Mónica, pero ahora mismo siento que no sé dónde me
encuentro. Siento que me hallo entre dos vidas, la que dejé en
Charlottesville y la que me espera en España. Y siento que echo de
menos a ambas por igual. Mi corazón está dividido porque mi mente
está invadida por demasiados recuerdos. Miles de rostros pasan por
mi memoria y todos ellos son necesarios en mi vida. Sin embargo
pronto sólo tendré una vida, y algunas de esas personas
pertenecerán a un pasado que, probablemente, nunca más estarán
presente en mi día a día.
Hace días que me fui de
Charlottesville. Y hace días que me entró un ataque de pánico
porque me di cuenta de lo que significaba irme. No era sólo decir
adiós o hasta luego, sino dejar toda una vida atrás. En cierto modo
sentía como si fuera a morir, como si me quedaran pocas horas de
vida, y veía pasar delante de mí todos los momentos vividos y todos
los sentimientos y palabras que quería expresar antes de irme a
todas las personas especiales que había conocido.
Ahora, aunque estoy viajando y
disfrutando al fin de mi tiempo libre, me encuentro como ya he dicho
dividida. Es como si dentro de mí algo me dijera que cuando termine
mis viajes volveré a mi vida de Charlottesville con todos mis
amigos, pero a la vez sé que eso no ocurrirá. Y aunque la idea de
volver a casa con mi familia y amigos me emociona y me alegra
muchísimo, también me da miedo. Miedo porque tengo la sensación de
que me sentiré rara durante unos días, sin saber muy bien qué es
real y qué es ilusión. Miedo a sentirme inestable, insegura y
melancólica. Miedo y esperanza de que despertaré una mañana y todo
seguirá igual que hace un mes. Miedo a extrañar la sensación de
estar fuera de casa, de viajar, de conocer otros lugares y personas,
de hablar otro idioma, de sentirme libre...
Aún me quedan unos días en este
limbo, que en mi caso es un lugar especial con diferentes nombres y
distintas sorpresas aguardándome. Aquí por las mañanas me levanto
con ganas de seguir viajando toda mi vida, sin parar, sabiendo que
cada día será diferente y mejor al anterior, desconociendo cuál
será mi próximo destino. Y a la vez con la ilusión de saber que al
final del trayecto un lugar llamado hogar me estará esperando con
los brazos abiertos. Sentimientos encontrados como siempre.
Así que mientras me encuentro entre
estas dos vidas, sólo me queda seguir disfrutando de cada minuto de
este viaje. Seguiré siendo feliz mañana en Malibú, en unos días
en Vegas/Gran Cañón y finalmente en NYC. Y cuando llegue el momento
de dejar este país para siempre, ya descubriré cuál será la
próxima parada en esta aventura. Sólo sé que mi equipaje cada vez
será más pesado y que el código postal tendrá más números que
nunca.
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