Se
dice que el ser humano es un animal de costumbres, un ser social que
necesita de unos hábitos y una rutina para funcionar correctamente.
Y la verdad es que, en la sociedad que vivimos actualmente, no podría
estar más de acuerdo.
Pero
no siempre fuimos así. Hubo una vez en la que fuimos animales
salvajes, nómadas que tenían que moverse para buscarse alimento.
Nuestro día a día consistía en salir a cazar o recolectar con el
único fin de sobrevivir. Luego, con el tiempo, encontramos la manera
de hacer posible una vida más asentada, en la que nuestro objetivo
no fuera simplemente comer para no morir, sino construir un hogar
para no tener que estar en continuo movimiento, y tener un lugar a
partir del cual desarrollar todas nuestras actividades.
Ahora
somos todo lo opuesto a seres nómadas. Llevamos una vida de lo más
sedentaria y de lo más cronometrada. Ya apenas queda lugar para la
impredicibilidad, la incertidumbre o la improvisación. Tenemos unos
horarios, unos deberes y unas tareas que cumplir. Esto suena
aburrido, pero también puede usarse a nuestro favor.
Las
rutinas pueden ser nuestras aliadas a la hora de aprovechar mejor
nuestro tiempo en vez de ser algo que nos ata, condiciona y dice qué
hacer y cuándo. Podemos usarlas para hacer aquello que nos inspira,
motiva y divierte, en lugar de para hacer lo que se espera de
nosotras/os. A menudo nos quejamos de que no tenemos tiempo para
nosotros/as, y en la mayoría de los casos, así es. Pero eso no
quiere decir que no podamos hacer nada y que sólo debamos limitarnos
a trabajar 8 horas -o más-, dormir 6 -o menos-, y estar zombis el
tiempo restante. Ya sean 4-5 horas o 30 minutos, está en nuestras
manos el usar ese tiempo de forma eficiente o no.
Crear
unos hábitos y llevarlos a cabo pueden marcar un antes y un después
en nuestras vidas. Yo antes, aparte de seguir mi horario diario de
trabajo como debía, mi tiempo libre lo dedicaba a descansar, hacer
cosas que me gustaran o simplemente a hacer nada. Y luego, cómo no,
me quejaba de que había muchas cosas que quería haber hecho y que
no hice. Y no me refiero a obligaciones, sino a cosas que realmente
me hacen sentir bien: escribir, leer, escuchar, música, ver
películas, pasear por la naturaleza... A veces, hacía estas cosas,
pero no con tanta frecuencia como yo quería, y no lo disfrutaba
tanto como me hubiera gustado.
Ahora
aprovecho mi tiempo al máximo, soy más eficiente y disfruto cada
minuto. Y todo gracias a las rutinas que me impuse. Sí, me forcé a
hacer las cosas que me gustaban. Porque me di cuenta de que si no lo
hacía y no las convertía en un hábito, jamás las integraría en
mi vida. Dicen que se tarda entre 21 y 60 días en integrar un nuevo
hábito, y yo quería probarlo. Quería hacer de mis hobbies y
pasiones unos hábitos de obligado cumplimiento y no acciones que, a
veces por pura suerte, tenían lugar.
Nos
obligamos a levantarnos para ir a trabajar aún cuando no nos apetece
porque sentimos que es nuestro deber. Sin embargo, con las cosas que
nos hacen felices, nos relajamos y las dejamos de lado. Hace unos
meses diseñé una rutina de mañana con cada hora cronometrada a la
que asigné una actividad: una hora para meditar/hacer yoga, una hora
para pasear, desayunar, leer, escribir y hasta para mirar redes
sociales. Me puse un horario para absolutamente todo. Mi vida parecía
la de un robot, todo medido al milímetro. Al principio pensé que
podría resultar ridículo, exagerado y artificial, pero cuando
pasaron unos días y veía que había automatizado esas cosas y que
ya las hacía sola sin mirar a la hora y que las disfrutaba
tantísimo, me di cuenta de que había merecido la pena pasar por esa
etapa de robotización.
Pensamos
que si queremos hacer algo, lo haremos. Pero no es así. A veces
tenemos que obligarnos. Estamos rodeados de tantos estímulos y
distracciones, que es normal que nos aparten de nuestras prioridades,
como pueden ser nuestros hobbies, amigos, seres queridos o nuestro
propio bienestar.
Todos
queremos cuidarnos, estar sanos, pasar tiempo con los nuestros, hacer
aquellas cosas que nos gustan, pero simplemente no hacemos nada -o no
lo suficiente- por cumplirlo. Por ello, no está mal sentarse a
veces, escribir una lista de cuáles son nuestros objetivos o
propósitos y pensar qué podemos hacer para acercarnos a ellos. Y
creedme, si no actuamos y no nos damos ese empujón, las cosas no
ocurren solas. Si quieres pasar tiempo con los tuyos, tienes que
levantarte, coger el teléfono y organizar una quedada. Si quieres
leer, tienes que coger un libro, abrirlo y zambullirte en él. Y si
no lo haces, lo apuntas en tu calendario como quien apunta una cita
importante con el jefe y no faltas. Te programas y lo ejecutas.
Los
hábitos son necesarios, o al menos ayudan muchísimo. Pero estos no
surgen de la nada, deben ser creados. Lo bueno de esto es que podemos
elegir cómo y cuándo llevarlos a cabo, es decir, está en nuestras
manos qué hacemos con nuestro tiempo. Así que basta ya de ponernos
excusas para no realizar aquello que más nos gusta e intentémoslo
al menos.
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