Desde de la niñez nos
hacen creer que la creatividad es algo que sólo atañe a las
personas con algún talento especial o que se dedican a las artes
tradicionales. En la escuela fomentan que hagamos uso de esa
creatividad y nos invitan a dibujar, colorear, cantar, bailar... todo
con el fin de aprender nociones básicas y de desarrollar nuestras
capacidades psicomotrices e intelectuales. Normalmente, cualquier
dibujo que hacemos o frase que construimos es aplaudida porque
quieren reforzar nuestra autoestima y estimularnos para que sigamos
adquiriendo destrezas. A medida que vamos creciendo, esos halagos
empiezan a convertirse en pequeñas críticas y observaciones con la
intención de que mejoremos y perfeccionemos nuestra técnica. No
te salgas de las líneas, no uses esos colores, hazlo más pequeño,
más grande, cópialo de nuevo, mejor déjalo... Este tipo de
sugerencias nos empiezan a descubrir cuáles son nuestras
limitaciones y qué se nos da mejor y qué peor, todo ello,
obviamente, siempre en base a los cánones establec
idos.
idos.
Cuando nos hacemos
mayores afirmamos frases como yo es que no sé dibujar, se me dan
fatal los idiomas, no tengo absolutamente ningún talento, no tengo
imaginación... Puede que estas afirmaciones sean verdaderas en
cierto modo (ya sea por falta de interés, motivación, práctica o
constancia), pero ello no quiere decir que no podamos aprender,
avanzar, hacer otras cosas o intentarlo. La creatividad no es un don
que sólo algunas personas tienen el privilegio de disfrutar. La
creatividad es en realidad una cualidad inherente al ser humano.
Todas las personas
poseemos creatividad, pues no hay nadie que no sea capaz de crear
algo. Crear algo no tiene que ser lo que se entiende por una "obra
de arte"-ya sea un cuadro, una pieza musical o una novela-.
Crear algo es hacer cualquier cosa que salga o ocurra fuera de
nuestras mentes. Pero hay quien piensa que para crear algo hay que
ser artista, tener inspiración, tener un talento especial. Y la
verdad es que estas creencias son a su vez falaces y ciertas. Falaces
porque no hace falta ser músico, tener un oído absoluto o estar
poseído por alguna musa inspiradora para crear nada. Y ciertas
porque en el fondo todos somos artistas, tenemos algún talento y
alguna vez nos visita la señora inspiración (aunque no nos demos
cuenta).
El problema es que no nos
lo creemos porque, por una parte, idealizamos el concepto de
creatividad y, por otra, nos han bloqueado la fuerza creativa. Y esto
se debe a lo que vivimos en nuestra infancia. Si nuestro entorno
estaba impregnado de no puedes, no sabes hacer nada bien y
anda quita que ya lo hago yo, probablemente estas sean nuestras
creencias actuales, o como mínimo serán el motivo por el que no nos
atrevemos a hacer más cosas o por el que no valoramos lo que hacemos
como creaciones. No obstante, si creciste en un ambiente donde
reforzaban tu libertad creativa y te felicitaban -aunque fuera de vez
en cuando- por las cosas que hacías "bien", tienes más
posibilidades de creerte una persona creativa o con capacidad de
serlo al menos.
Una parte de mí siempre
creyó que ser creativo tenía que ver con hacer cosas artísticas, y
a menudo me frustraba pensar que no sabía dibujar, que era incapaz
de rimar dos palabras, que se me daba mal tocar el piano, que no
afinaba al cantar, o que me movía como un pato mareado al bailar. Me
entristecía un poco no tener ningún talento artístico. Y
por tanto pensaba que, simplemente, yo no era una persona creativa,
aunque hubiera otras muchas cosas que sí se me daban bien (y de las
cuales era consciente). Sin embargo, otra parte de mí creía que yo,
en el fondo, era capaz de hacer casi cualquier cosa que me propusiera
si le ponía ganas y era perseverante porque, por suerte, tuve unos
padres que así me lo hacían creer. ¡Qué importante es que te
refuercen la autoestima desde temprana edad!
Ahora, empiezo a
comprender que ser creativa no tiene nada que ver con componer una
ópera, escribir una novela digna de ser un superventas o pintar un
Guernika. Cada vez que escribo sobre mi cotidianidad en mi diario,
estoy creando. Cada vez que cocino algún plato -ya sea un potaje o
un sándwich-, estoy creando. Cada vez que preparo café, estoy
creando. Cada vez que explico algo en clase, estoy creando. Cada vez
que produzco una oración, estoy creando. Cada vez que enciendo una
vela, estoy creando. No hace falta mistificar el momento de creación,
basta con ponerse a la tarea, sea la que sea. Simplemente se trata de
hacer algo que te guste y de hacerlo lo mejor que sepas. En el
proceso, estarás creando algo sin darte cuenta. Puede ser un
perfecto poema dodecasílabo con rima asonante, pero también unas
simples galletas o el dobladillo de un pantalón. Todo es
creación en el momento en que la idea sale de nuestras mentes y se
vuelven tangibles. Todo está impregnado de creatividad, porque esa
es nuestra seña de identidad como especie, eso es lo que nos
diferencia de otros animales: la capacidad creadora, el hacer las
cosas no por mero instinto o reflejo, sino por puro placer.
Así que deja de ponerte
excusas, deja de decir que no tienes talentos, que nada se te da
bien, y ponte a crear algo. Pero hazlo porque sí, porque te gusta,
por amor al arte. Y nunca dejes de hacerlo ni de creer que eso
que haces por gusto no es algo fruto de tu creatividad sólo porque
no sea considerado una obra de arte o no siga los cánones
establecidos. Sigue haciéndolo hasta que deje de hacerte feliz, sin
importar el resultado ni lo que opinen los demás. Porque creamos
para compartir o dejar huella, pero también para expresarnos,
conocernos mejor o simplemente disfrutar del momento.
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