Los hombres, por lo general, no quieren estar con mujeres inteligentes y emancipadas. Por mucho que las puedan encontrar interesantes, exóticas, atractivas... se trata de algo meramente superficial, de algo así como un trofeo que mostrar. Como decía Shulamith Firestone* «los hombres estaban contentos de disfrutar de su ingenio, su estilo, su sexo y sus cenas a la luz de las velas, pero terminaban casándose con "la gruñona"», es decir, con aquella mujer más tradicional que les recuerda a sus madres.
La mayoría de los hombres de nuestra sociedad patriarcal y machista se sienten intimidados por las mujeres con carácter, personalidad propia, con aspiraciones y fuertes principios porque suponen una amenaza a su "masculinidad" y, en muchos caso, sacan a relucir su mediocridad intelectual o falta de profundidad. Ellos quieren seguir siendo, de una forma u otra, la figura dominante. Da igual que no hablemos ya en términos físicos -en el caso de hombres intelectuales-, ellos seguirán queriendo ser esa figura modélica a la que seguir, imitar y acudir en caso de necesitar iluminación.
A estos hombres les cuesta abandonar ese altar de poder, sabiduría, fuerza y superioridad mental. Una mujer independiente que está a su mismo nivel o por encima le hace quedar de pelele frente a su fraternidad. Las cosas de él son más importantes, universales y merecen pleno sacrificio por parte de ella. Las cosas de ellas son chorradas, radicalismos o, en el mejor de los casos, "cosas de mujeres" (como si la mitad de la población no perteneciera a la especie humana).
Y así, tras varios intentos fallidos, estas mujeres liberadas empiezan a asumir que siempre han sido Las Otras. Las chicas guays con la que salir un tiempo limitado para vacilar con los colegas («Cómo mola esta tía, es diferente a las demás»), pero pasado un tiempo dejan de ser el animalillo exótico y se convierten en la tía coñazo que piensa y sobreanaliza demasiado y hace crítica de todo. Y eso no mola. Cuestionar pone en peligro las tradiciones, pero sobre todo la comodidad y el confort que ofrece el conformismo. Las mujeres estamos más guapas sonriéndole al status quo, que gritando en las calles y en las redes. Las mujeres enfadadas somos amargadas que estamos lejos de parecernos a los "ángeles del hogar" que hacen la vida tan agradable con su sumisión, alegría y entrega.
Pero tranquilas chicas, a estas alturas no deberíamos sorprendernos. ¿Cuántos hombres a lo largo de la historia han sido no sólo nuestros amantes (mediocres en muchos casos, todo hay que decirlo), sino también nuestros amigos, camaradas y compañeros de lucha? Entonces, ¿por qué seguimos esperando que nos acepten y, sobre todo, aprecien nuestras conversaciones inteligentes, nuestras altas y nobles aspiraciones y nuestros grandes sacrificios por no reproducir los manidos roles de género impuestos por el status quo?
Dejemos de esperar, dejemos de hacer intentos por educarlos, dejemos de frustrarnos y, por favor, dejemos de ser Las Otras. Sigamos formándonos, siendo personas brillantes, poniendo todo patas arriba y peleando. Y el que quiera unirse a la lucha, que se aplique y, entonces, bienvenido será.
*Escritora, feminista radical en los años 70 y autora de La dialéctica del sexo, obra que me inspiró a escribir esta reflexión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario