Releyendo mi diario sobre mi año en Alemania me parece increíble que hayan pasado ya 5 años y medio. Pero más aún me sorprende que la protagonista de la historia sea yo misma. Tengo la sensación de que he cambiado tantísimo en estos últimos años que en ocasiones ni me reconozco. Aunque en esencia siga siendo la misma de siempre, ahora mismo me encuentro con una versión más actualizada y, supongo que, más sincera de mi persona.
Leo lo que por entonces escribía y siento nostalgia, ternura y hasta un poco de vergüenza por lo ingenua que era. Se me vienen a la cabeza tantos recuerdos y sensaciones que me cuesta asimilarlos. Pero sin duda lo mejor de todo es que por fin puedo verlos de una forma mucho más madura y desde la distancia, sin rencores. Digamos que durante mucho tiempo fui incapaz de ver una foto o recordar el más diminuto instante en Alemania, un escalofrío me recorría toda la espalda y me hacía querer cambiar de tema en mi mente rápidamente. Era aún demasiado doloroso.
Sin embargo ahora, miro atrás y sonrío. Era una adolescente viviendo intensamente. Y aunque aprendí de mis errores, en ocasiones temo volver a caer tan sólo un poquito en aquello que tan mal me hizo sentir durante mis meses allí. Todavía siento mucho respeto por lo que sentí allí y por la debilidad que experimenté con tan poco acierto. Y a pesar de que no me arrepiento de nada, reconozco que no me gustaría repetir ciertos sentimientos.
Supongo que aquel sabor amargo fue fruto de la distancia, de la lejanía de mis seres queridos, de la ausencia de un hogar de verdad, de la falta de cariño y apoyo familiar. Es curioso, pero debe ser eso, porque desde que estoy aquí me he sentido de una forma que se asemeja demasiado a como me sentí en Magdeburg. Por supuesto no tiene ni comparación con la magnitud de cómo fue en el país germano, pero si es cierto que cada vez me recuerda más...
Y como digo, no quiero caer en eso de nuevo. Debería haber aprendido la lección y aprendí a ser fuerte, a confiar en mí misma, a ser libre, a tener esperanza en que nada es imposible, a rectificar y corregir mis errores...
Durante 10 meses sentí algo enorme, algo que me tuvo obnubilada y que me hizo perder un poco el norte. Ahora me conozco bien, sé mis límites y cómo combatir mis debilidades. Sé cómo mantener el equilibrio y la mirada fija en lo que realmente importa. Aún así, una no es de piedra y tiene sus momentos de flaqueza, de miedo, de inseguridad. Y aunque me deje llevar, ya no cierro del todo los ojos... mantengo uno abierto y alerta por si acaso, para andar prevenida. No es que me controle o me reprima (¡para nada!), simplemente intento aplicar lo aprendido, ayudarme a mí misma canalizando los sentimientos de una manera más sana.
Porque perder la paz interior es lo peor que te puede pasar; perder la fe en uno mismo es demasiado humillante. Y yo no quiero denigrarme.
Lo que quiero es amar, sentirme libre, correr sin mirar atrás, gritar, saltar y reír de felicidad. Quiero vivir, disfrutar y recordar para siempre. Nunca olvidar, nunca mentir, nunca odiar, nunca caer en el vacío. Deseo abrazar y besar, dar cariño y recibirlo. Estar siempre ahí y nunca sentirme sola. Sonreír y llorar de alegría. Hablar, escuchar, observar y aprender. Viajar, recorrer caminos, conocer personas y seres inolvidables. Amar, amar y amar. Sobre todo y por encima de todas las cosas: AMAR.
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