¿Qué sería de nosotros sin los sueños, las metas y las ilusiones? Muchos afirmarán que tener sueños no sirve de nada si no eres una persona con "suerte", o que son una pérdida de tiempo y que hay tener los pies en la tierra, ser realista y vivir el día a día que nos "ha tocado" vivir. Estoy de acuerdo en que hay que vivir en el aquí y en el ahora, pero lo cierto es que esas ilusiones que tenemos son sin duda el motor de nuestra existencia y es gracias a esas ensoñaciones por las que nuestra realidad se convierte en la que es.
Digan lo que digan, nosotros creamos nuestra realidad. Eso es lo que yo pienso. No hay suerte, azar, ni destino que valga. Todo lo que ocurre ha sido forjado por nuestros pensamientos, nuestros sueños y nuestros actos. Puede que todo esto suene muy místico (y quizá haya algo de ello teniendo en cuenta que, según la RAE, místico es aquello que incluye misterio o que trata de la vida espiritual y contemplativa), pero la verdad es que a mí me parece de una lógica aplastante. Si sueñas con algo, luchas por conseguirlo. Si haces todo lo posible por acercarte a ese propósito, al final conseguirás encaminar tus acciones hacia esa meta, y cuantos más pasos des en esa dirección, más rápido llegarás a tu destino. [OJO. Todo expresado en la primera condicional: oración que describe un hecho bastante probable]. Fácil.
Todos tenemos sueños, y el que dice que no los tiene, en realidad los está reprimiendo o aún no ha aprendido a creer en las múltiples posibilidades que ofrece el mundo y la vida. Yo tengo un sueño, o mejor dicho, tengo varios. Algunos más abstractos, otros más específicos. Algunos perduran en el tiempo, otros se van subiendo al carro sobre la marcha. Y, como ya he dicho antes, para mí los sueños son un motor, pues me ayudan a vivir la vida más intensamente y me permiten, no sólo disfrutar del momento presente, sino también ilusionarme por lo que está por venir. Mirar el calendario y ver tantos días por delante y pensar "¿Qué pasará mañana? ¿Y pasado?" O mejor dicho, "¿Qué quiero que pase?"
El que me conozca, ya sea mucho o poco, sabe bien cuál es mi pasión: VIAJAR. Por tanto, como es obvio pensar, algunos de mis sueños tienen que ver con recorrer lugares insólitos de este increíble planeta. Quiero dar la vuelta al mundo y visitar cada país que existe. Lo vuelvo a repetir pero a modo de afirmación, por si así cobrara más fuerza y se hiciera realidad. Voy a dar la vuelta al mundo y visitar cada país que existe. Lo podría decir más alto (de poder usar mi voz por este medio), pero no más claro. Sé que unos pocos me entienden, muchos creerán que es una locura, y algún que otro debe estar ya harto y aburrido de escucharme hablar de esta debilidad mía por coger una maleta y perderme...
Tengo ya en mente varios destinos y mi cabecita loca elucubra sobre ello a menudo. Imagino los países que visitaré, la época del año que elegiré, las personas que conoceré y que me acompañarán en mi travesía, los buenos momentos que viviré, también los contratiempos que tanta adrenalina me proporcionan, los instantes que dedicaré a escribir en mi diario, las fotografías que tomaré de los paisajes que tendré el placer de contemplar, las cartas que escribiré a aquellos con los que -desgraciadamente- no tendré la oportunidad de compartir la experiencia en primera persona, y también las postales que me llevaré de recuerdo a casa. Lo veo todo difuminado como si de una película mal sintonizada se tratase.
¡Pero hoy no me centraré en viajar! Eso merece una entrada propia y hasta varios capítulos. Si me he sentado aquí (sin saber que fuera a salir todo esto de mis dedos), era para hablar de la importancia de ilusionarse por el devenir. Quiero dejar claro que tener ilusiones no debe ser sinónimo de vivir en un tiempo que no existe ni obsesionarse con lo que aún no ha pasado, es decir, con el futuro. Más bien se trata de tener fechas inconcretas marcadas en el calendario con aquellas cosas que nos gustaría lograr, y vivir el PRESENTE de acuerdo a lo que conseguir esos objetivos nos haría sentir, para así motivarnos a hacer realidad esas sensaciones. Pero, ¡cuidado con las expectativas! Se trata de imaginarse "superficialmente" lo que queremos pero dejando lugar al factor sorpresa. Ay, ¡qué emocionante es la incertidumbre! Confiar en que algo ocurrirá pero no saber cómo, cuándo, ni dónde. ¿No os parece fascinante?
Como digo, tengo muchos sueños que cumplir, pero en general no me gusta hablar mucho de ellos porque soy un poco reservada con mis deseos más íntimos y personales. Me gusta fantasear sobre ello yo sola para evitar que la gente opine demasiado sin tener por qué o escuchar comentarios desalentadores o de mofa (sí, hay a quien le gusta hacer estas cosas). Disfruto más planearlos en secreto y luego dar la noticia a los demás sin demasiadas explicaciones (como hice cuando me fui a EE. UU.). Así cuando se cumple el plan me siento -no sé por qué- más orgullosa de mí misma, por haberlo hecho todo yo sola. El "problema" es cuando alguna de esas ilusiones implica a otra persona... en ese caso el secretismo no ayuda. Así que no queda otra que abrirse y lanzarse a planteárselo.
Sea como sea, ya tengáis una ilusión individual o que queráis compartir con otra persona, no dejéis nunca de vivir por y para convertirla en un hecho. Si queréis hacer algo, no esperéis a que "la suerte os sonría", ni a que los "planetas se alineen", ni a que los demás te propongan la idea o te sirvan todo en bandeja. ¡Aventúrate! Y si tienes que llevar a cabo tu plan de vida en solitario, que así sea. Que nada ni nadie te frene. Que no llegue el día en que te arrepientas por no haberlo ni tan siquiera intentado. Nada hay más reconfortante y satisfactorio que saber que hiciste todo lo que pudiste por alcanzar esa meta.
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