Se aproxima el día de mi natalicio y nunca había pensado tanto en el paso del tiempo y en cumplir años como ahora. Cumplir años no ha sido nunca motivo de trauma para mí, al revés, siempre lo he celebrado como algo por lo que estar feliz y agradecida. Cumplir años significa estar viva, crecer, ganar en vivencias, aprendizaje y experiencias varias, lo cual es muy positivo. Pero, últimamente -no sé si por mi continuo trato con niños y personas más jóvenes- pienso demasiado en aquellos años de niñez o adolescencia.
Siempre he sido muy nostálgica y he recordado el pasado con añoranza y cariño, como algo hacia lo que mirar con mucho mimo, pero nunca como algo a lo que volver. Bueno, no voy a negar que a veces he querido volver mil veces a mi infancia y quedarme ahí eternamente, pero nunca me había ocurrido con otras etapas de mi vida. Como decían en El Rey León, pensaba que había que dejar el pasado atrás.
Siempre repudié los años de instituto y me alegré de haber dejado atrás la adolescencia. No fue una etapa fácil. Entre las hormonas, mi introversión y timidez extremas, los problemas familiares y mis dificultades -y falta de interés- a la hora de socializar, no recuerdo esta etapa de mi vida como una especialmente feliz. Sin embargo, a día de hoy pienso a menudo en todo lo que haría y cómo me comportaría si pudiera volver a aquellos años. Hay veces en las que me encantaría volver a tener 16 años pero con la experiencia y conocimientos que tengo ahora. Claro que entonces no sería lo mismo, porque la gracia de ser adolescente es justamente el estar "empanada" e ir descubriendo la vida y sus contratiempos poco a poco y sobre la marcha. De seguro yo no sería hoy la persona que soy de no haber sido por aquella adolescencia.
Supongo que ahora entiendo cuando las madres y padres nos decían que hiciéramos esto o aquello. Ahora comprendo que lo que querían era enmendar los errores que habían cometido. Y a menudo yo siento la tentación -y a veces peco- de decirles a mis alumnas/os lo que creo que "deberían" hacer, o más bien, lo que me gustaría hacer a mí si volviera a tener su edad. Pero ya sabemos que todo consejo o sugerencia que venga de personas mayores será rechazado porque total, nos hablan desde su punto de vista de adultos amargados y frustrados... ¡Pero cuánta razón tenían muchas de las veces!
No me malinterpretéis, las personas adultas no siempre tienen razón, y no siempre tenemos que escucharlas. De hecho, a veces, la única manera de aprender es ignorándolas y haciendo lo que nos viene en gana. Las hostias hay que dárselas por cuenta propia, sin suelos acolchados. Lo que sí creo que deberíamos hacer más a menudo es escuchar a los más jóvenes, porque quizá nos ayuden a recordar todo aquello que fuimos o quisimos ser y que nunca deberíamos haber dejado de ser o intentado. Tal vez, volver a ser un poco niña o adolescente de vez en cuando no sea malo. A veces, quizá, deberíamos olvidarnos de ser personas maduras y sensatas y cometer alguna locura o ser un poco más impulsivas. La travesura es sana, y divertida. Y la diversión rejuvenece.
Como rezaba aquella frase de Oliver Wendell Holmes que leí en un muro: una no deja de jugar porque se hace mayor, se hace mayor porque deja de jugar. Y qué queréis que os diga, yo estoy a punto de cumplir la edad de Cristo y no quiero ni ser crucificada, ni envejecer. Entonces, habrá que jugar un poco, ¿no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario