It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Balance 2020

Creo que este año todo el mundo (y esto no es una forma de hablar) estará de acuerdo a la hora de afirmar que 2020 ha sido un año intenso y complejo. Si a una persona cualquiera le preguntara con qué palabra definiría este año, sin duda alguna contestaría "coronavirus", "pandemia" o cualquier otra cosa relacionada. Yo no voy a usar ninguna de estas palabras para resumir y titular mi 2020, pues como cada año, siempre me baso en mi experiencia personal. Y por mucho que toda la humanidad haya vivido la misma pandemia, cada cual la ha experimentado de una forma y ha sacado sus propias conclusiones.

Ha sido un año lleno de cambios y la vez siento que no ha ocurrido gran cosa. Cuando enero empezó me encontraba fatal a nivel físico y a la vez estaba pasando por un difícil momento personal. En aquel entonces pensaba que nada podría ir a peor, que sin duda, enero sería el peor mes del 2020 y que todo lo que estaba por venir sólo podía ser mejor. ¿Cómo iba a saber yo que se avecinaba una pandemia mundial?

Aunque la verdad es que ahora en perspectiva y ciñéndome a cómo yo me he sentido a nivel personal, puedo decir que aunque no haya viajado este año ni hecho muchas de las cosas que me hubiera gustado, efectivamente enero fue el peor mes del año.

La pandemia y el consecuente confinamiento que la situación requería, me regaló algo que necesitaba y deseaba: tiempo para mí. Fue un parón que no sólo benefició al planeta y a sus habitantes, sino a que a mí a nivel personal me salvó.

Durante los meses de confinamiento el tiempo se me pasó volando, de hecho sentía que al día le faltaban horas para hacer todo lo quería hacer. Disfruté tanto de ese tiempo exclusivo para mí, que cada vez que alargaban el estado de alarma, en cierto modo me alegraba.

El silencio, mis libros, los momento de creatividad y de crecimiento intelectual y personal... Todo contribuyó a que fuera, sin lugar a dudas, el año de la introspección. Esa soledad impuesta me forzó a buscar nuevas maneras de sobrellevar el día a día, de organizar las horas muertas, de cumplir objetivos sin moverme del sitio, de sentirme "productiva" sin "hacer nada", de saber que de alguna forma avanzaba y no me quedaba atascada como el planeta entero. Y así, a fuerza de adaptarme a la situación que nos tocó vivir, saqué el máximo provecho de un año de stand-by global.

¿Qué he aprendido?

  • Que efectivamente todo es imprevisible y por ello debemos vivir en el presente.
  • Que la Tierra no nos necesita.
  • Que las personas somos increíblemente flexibles y nos adaptamos fácilmente a los cambios.
  • Que una sanidad pública y de calidad es el mayor bien que puede tener una sociedad.
  • Que la tecnología puede ayudarnos a sobrellevar grandes crisis.
  • A tener una rutina para el aprendizaje de idiomas, a ser constante y responsable con mis objetivos.
  • A tener una conversación en rumano.
  • Sobre derecho, historia, política y filosofía feminista.
  • Que no voy a anteponer las necesidades o deseos de nadie a los míos propios.

Lo mejor del 2020

  • El silencio, las calles desiertas y poder oír los pájaros que viven en mi barrio.
  • La ausencia de compromisos sociales y obligaciones laborales.
  • El primer día que salí a pasear y vi el mar después de meses encerrada.
  • Las horas dedicadas a la lectura.
  • El frío y la lluvia que hicieron que quedarse en casa en pijama fuera el mejor plan posible.
  • La ausencia de besos y toqueteos protocolarios.
  • Los momentos de creatividad acompañados de infusión y velas.
  • Los bizcochos caseros.
  • Haber tenido tiempo para estudiar y aprender cosas nuevas.
  • Las tardes de feminismo con compañeras increíblemente inteligentes e interesantes.
  • Haber retomado viejos idiomas y haber empezado otros nuevos.
  • Haber conocido personas geniales de diferentes partes del mundo.
  • Haber retomado la correspondencia por carta.

Lo peor:

  • Las dolencias físicas y emocionales que sentí a principio de año.
  • Haber perdido parte de mi independencia.
  • Haber dejado mi antigua rutina, sobre todo los paseos matutinos.

domingo, 23 de agosto de 2020

Políglota

No recuerdo ningún momento de mi vida en el que los idiomas no formaran parte de mi día a día. Siempre me gustó aprender. Mi niñez estuvo rodeada de libros, y las palabras siempre fueron para mí una forma de entretenimiento, de diversión. Recuerdo que me encantaba escribir historias, poemas, guiones de teatro. La comunicación siempre fue mi forma favorita de pasar el tiempo. Cualquier forma de expresión era divertida, y si a eso le sumaba la posibilidad de expresar unas mismas ideas en idiomas diferentes, la diversión parecía aumentar.

La fascinación primera y más fuerte por un idioma extranjero fue por el inglés gracias a la música. Yo quería entender qué decían aquellas canciones que tanto me transmitían con sus melodías. Empecé a traducir canciones literalmente, palabra por palabra, usando un diccionario básico de inglés que aún conservo. Las estructuras no sonaban muy naturales, pero aquellas frases extrañas me ayudaban a hacerme una idea de lo que significaban.

Por medio de la música también me empecé a interesar por el portugués (escuchaba mucha música brasileña) y por el alemán. Recuerdo coger el libreto de un álbum de Djavan y aprenderme las letras de memoria, sin saber muy bien qué decían. Cuando alguien me veía cantar esas canciones con fluidez (más bien me veían mover la boca) pensaban que sabía hablar portugués. ¡Ya me hubiera gustado a mí!

El alemán apareció un poco más tarde en mi vida, allá por el año 2000, cuando yo tenía tan sólo 13 años. Recuerdo estar viendo la tele un día, y haciendo zapping di con el canal de música alemán VIVA y como buena adolescente me enamoré de una banda de 5 chicos que cantaban en un idioma que me cautivó desde el minuto uno. Ese verano convencí a una amiga para apuntarnos a clase de alemán en septiembre. No aprendí demasiado, pero fue suficiente para saber que algún día estudiaría aquel idioma en serio.

Cuando pasé al instituto (donde estudié francés durante 6 años sin pena ni gloria) tenía que elegir lo que iba a estudiar, y aunque yo llevaba años creyendo que quería ser veterinaria por mi amor a los animales, cuando descubrí que existía una carrera que se llamaba Traducción e Interpretación en la que podría aprender varios idiomas y pasarme el día traduciendo textos, no lo dudé ni un momento. Y así lo hice, rellené la matrícula y elegí los idiomas que más me atraían: inglés, alemán e italiano (en el instituto me quedé con las ganas de haberlo tenido como optativa y siempre sentí devoción por la cultura italiana).

Y con la universidad llegó la montaña rusa de emociones. Por fin podía aprender en profundidad aquellos idiomas, pero las clases no eran como yo las imaginaba. Éramos demasiados y no había mucha ocasión de hablar, todo era demasiada gramática (que la amo, no me malinterpretéis) y ejercicios. No existía esa parte de poner en práctica los conocimientos de forma amena y divertida. En general las clases eran algo frías y aburridas. 

Yo que siempre me lo había pasado tan bien en clases de inglés (en la academia a la que iba por las tardes) y que tan segura me sentía a la hora de hablar inglés, no me ocurrió nunca con los otros idiomas durante los años de universidad. Esto me hizo desmotivarme y desconfiar de mis aptitutes lingüísticas. Pero aún me quedaba la experiencia de irme de Erasmus a Alemania y ponerme a prueba allí.

Mi año en Alemania estuvo lleno altibajos y ninguno relacionado con la lingüística (o quizá en parte sí). Y a pesar de haber pasado allí 12 meses, de haber tenido más de 10 asignaturas impartidas íntegramente en alemán y de haber alcanzado aproximadamente un nivel B2, no siento que aprovechara cada minuto de mi estancia allí. Era joven y estúpida y no me centré en lo que realmente importaba. Me sentía sin autoestima, me daba vergüenza hablar, no me esforzaba por mejorar y así acabé frustándome por no ver los avances que cualquiera hubiera esperado. 

Cuando volví a España me cogí otro idioma para terminar la carrera: griego. Y aunque era más difícil que el italiano acabé sacando mejores notas, supongo que porque tuve que esforzarme mucho más. Sin embargo, una vez me licencié y comencé a trabajar, dejé casi totalmente de lado todos los idiomas que había estudiado excepto el inglés. Los años fueron pasando y si ya tenía poca confianza en mis aptitudes, la fui perdiendo del todo. Cuando la gente me preguntaba que cuántos idiomas hablaba siempre contestaba que sólo dos: español e inglés. Me di por vencida y pensé que lo que había perdido ya era irrecuperable y que no tenía sentido ni intentarlo porque estaba demostrado que no era lo mío, que mis capacidades sólo me daban para el inglés.

En los últimos 10 años me he interesado por muchas lenguas (sueco, turco, ruso, chino, etc) -lo que en la comunidad políglota se conoce como dabbling-, pero a la vez nunca he dejado de sentir fascinación por ninguno de los idiomas que aprendí y, de hecho, en diversas ocasiones me propuse retomarlos. Me compré libros, me apunté a clases de verano, hice pruebas de nivel para empezar un curso completo, pero al final siempre ocurría algo que hacía que mi plan no saliera adelante. Yo lo achacaba a factores externos (y a que yo tenía muchas limitaciones), pero en realidad los principales motivos eran: 1) falta de motivación/confianza, 2) falta de una metodología y recursos apropiados, y 3) falta de un sistema o rutina de estudio.

Este verano gracias al descubrimiento de varios canales de YouTube de políglotas he cambiado la perspectiva que tenía sobre el aprendizaje de idiomas y sobre mis propias capacidades y limitaciones. Al ver cómo personas no lingüistas dedican prácticamente todo su tiempo libre a aprender idiomas como hobby y consiguen un nivel impresionante a base de dedicación y constancia, me he dado cuenta de que todo es una cuestión de organizarse y ser perseverante. La clave está en usar materiales de calidad, practicar las diferentes destrezas lingüísticas sin dejar de lado ninguna y sobre todo lanzarse sin miedo y disfrutar del proceso, con objetivos pero sin expectativas. 

Y así es cómo he recuperado la motivación y cómo estoy consiguiendo aprender rumano ahora. Además me he propuesto más en serio que nunca recuperar los idiomas que dejé un poco de lado, con planes específicos y bien definidos. La motivación es tal que estos son los objetivos que me he marcado para el año escolar 2020-2021:

Rumano: ser capaz de mantener una conversación básica de al menos 30 mins, leer artículos e historias infantiles, y alcanzar un A2 para el verano '21.

Alemán: volver a hablar con fluidez, leerme al menos un libro. hacer un curso intensivo de 3 meses y alcanzar un B2.

Italiano: sentirme cómoda hablando, leer artículos, repasar la gramática con clases particulares, alcanzar un B1.

Griego: refrescar el alfabeto, aprender las palabras y frases más comunes.

Portugués: escuchar música brasileña y ser capaz de entender el sentido general y leer poemas de Pessoa.


Pero, ¿voy a usar todos estos idiomas a nivel profesional? No lo sé, pero tampoco me importa. Los idiomas son mi pasión y mi mayor forma de entretenimiento. Pero, ¿algunos de ellos no son un poco "inútiles"? Si creemos que el sistema de signos que una comunidad usa para comunicarse y expresarse en el mundo es algo inútil, ¿qué clase de personas somos? Los idiomas son una herramienta para entenderse, ser más tolerantes y tener acceso a más culturas del mundo. Los idiomas abren puertas a otras formas de entender la vida, a otras maneras de estructurar las ideas, de conceptualizar. ¿Acaso hay algo más humano que el lenguaje?

Así que, ¿por qué aprender tantos idiomas? Para poder disfrutar de más arte y cultura, y, sobre todo, para ser un poquito más humana.

martes, 14 de julio de 2020

Mujer Renacentista


Todo el mundo ha oído hablar alguna vez del hombre renacentista, y si no, seguro que ha visto el famoso dibujo del Hombre de Vitruvio donde pueden verse las asimétricas formas del hombre que representaba los valores de belleza y armonía propios del Renacimiento. El otro día un amigo me llamó mujer renacentista, y me pareció una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca. Pero, ¿cómo es la mujer renacentista? ¿Es aquella que sonríe a medias como la Gioconda, o se parece más a la santa y pura Madonna que tantos artistas renacentistas retrataron? ¿Qué es ser una mujer renacentista? ¿Se puede ser tal cosa?


Para responder a esta última pregunta creo que es necesario hacer un previo repaso a la historia yendo hacia atrás unos cuantos siglos. El Renacimiento fue un movimiento cultural europeo que tuvo lugar entre los siglos XV y XVI y que, como su nombre indica, supuso un renacer de la cultura clásica grecorromana. Sin embargo, a su vez, marcaba también el inicio de lo que conocemos como Edad Moderna, una en la que se rechazaban los valores religiosos y abogaba por el racionalismo. El Renacimiento pretende dejar atrás una época de oscurantismo marcada por el feudalismo, el dogmatismo, la Inquisión y la ignorancia.

El Renacimiento deja de lado el teocentrismo y toma al hombre como medida de todas las cosas. A esa forma antropocéntrica de ver el mundo se le conoce como humanismo (aunque la mitad de la humanidad fuera considerada inferior y estuviera supeditada al varón). El hombre (y la mujer) toma conciencia de sí mismo(a) como individuo y se interesa por la cultura y el saber. El hombre empieza a ser visto como un creador (la mujer sólo como madre, cortesana o, a lo sumo, musa). El Renacentismo aboga por la contemplación libre de la naturaleza y reclama el método científico como fuente de conocimiento. Se rompe con lo bárbaro (eso sí, a las mujeres se las sigue tratando como inútiles) y se empieza a tener una mayor sensibilidad.

Los grandes descubrimientos y avances tecnológicos influyeron enormemente en la forma de pensar de la época. Y aunque la filosofía del momento fuera de corte neoplatónica, las teorías científicas de Copérnico, Kepler y Galileo Galilei marcaron un antes y un después en el modo de ver el mundo. Porque fue durante el Renacimiento cuando se desarrolló la hereje teoría heliocéntrica. El campo de la cartografía también sufrió cambios y fue entonces cuando se dibujó el primer mapa del mundo tras el "descubrimiento" (debería decir invasión y masacre) de América. A su vez, el comercio y los viajes transatlánticos favorecieron la importación de nuevos alimentos y especias (y esclavos/as), enriqueciendo así la gastronomía de cada lugar. 

¡Cómo tuvo que ser formar parte de aquella época tan variopinta!

Por si fuera poco, Guttenberg revolucionó el mundo inventando la imprenta, lo cual facilitó la promoción de la literatura, que a su vez hizo que hubiera una mayor preocupación por la ortografía y la gramática y surgieran las primeras academias de lenguas. El fácil acceso a los libros y la creación de las universidades favoreció el debate intelectual y esto hizo que las personas empezaran a ser valoradas por mérito propio y no por asuntos de sangre.

Los progresos en técnica de dibujo y el estudio de las proporciones propició que el arte (tan fiel a la realidad) fuera utilizado como instrumento de instrucción y empezó a verse como una actividad intelectual y no un mero trabajo manual. Claro ejemplo de ello fue la extensa obra de Leonardo DaVinci, considerado el modelo de hombre renacentista por autonomasia. 

Se decía que el auténtico hombre renacentista era aquel que dominaba las armas y las letras por igual y tenía una gracia natural. No sé si DaVinci dominaba las armas, pero lo que sí que dominaba eran las artes y las ciencias. Porque DaVinci era lo que se conoce como un polímata, es decir, alguien que sabe mucho de todo (ciencias, arte, humanidades), un erudito.

Entonces, volviendo a la pregunta del primer párrafo: ¿qué es ser una mujer renacentista? Pues lo mismo que ser un hombre renacentista. Una persona, sin importar el sexo, que se interesa por aprender mucho profundizando en diferentes disciplinas. Y os puedo asegurar que, aunque se hayan encargado de borrar a esas mujeres de la historia (ya fuera quemándolas en la hoguera o destruyendo sus obras), existieron y seguirán existiendo. 

Una de ellas fue Christine de Pizan, intelectual autodidacta, filósofa humanista, poetisa y autora de varios textos de corte más político. Considerada precursora del feminismo por su obra La ciudad de las damas. Christine fue una rebelde porque se atrevió a cuestionar el pensamiento que se tenía sobre la mujer en la época. Y como ellas, otras muchas ayudaron a transformar poco a poco un mundo dominado por hombres.

Así que haciendo uso del espíritu del Renacimiento y dejando la sinrazón atrás, animo a todas las mujeres del mundo a que se conviertan en "herejes" y polímatas y que llenemos la historia de mujeres renacentistas de verdad. Que recuerden que el ser humano tiene unas capacidades ilimitadas para el conocimiento, y que todas las personas deberíamos desarrollarlas al máximo. Sed siempre insaciablemente curiosas y haced uso de la razón. Sólo así combatiremos la ignorancia y la barbarie. Sólo así dejará de ser el hombre la medida de todas las cosas. Solo así conseguiremos una igualdad real.

"Si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos". Christine de Pizan, La ciudad de las damas (c. 1405)

domingo, 5 de julio de 2020

(F)Estival

Se suponía que el verano era acerca de la libertad, juventud, sin escuela, de las posibilidades, la aventura y la exploración. El verano era un libro de esperanza. Es por eso que amaba y odiaba los veranos. Porque ellos me hacían querer creer.
(Benjamin Alire Sáenz)


Cada año, cuando se repite de nuevo el ciclo estacional, me doy cuenta de que, sin duda alguna, el verano es y siempre será mi estación favorita. Será muy probablemente por todo lo asociado a él (vacaciones, tiempo libre, playa, viajes, etc), pero creo que hay algo más. Hay algo en el aire, en el azul de sus cielos, en el olor que la brisa trae que me hechiza de tal manera que siento que casi me transformo en otra persona. ¿Pero qué es?

El verano, con sus días cálidos y siempre despejados (hablo de mi tierra), invita a salir, a buscar la luz -que tanto se alarga durante la jornada-, a buscar el aire. Es una época viva, con movimiento, llena de alegría -sí, de bullicio también-, de gentes yendo y viniendo. Es un momento del año que mira y tira hacia fuera, al contrario que el otoño y el invierno, que son estaciones de introspección. Quien me conoce sabe que, por mi forma de ser, me identifico más con el carácter retraído del otoño, pero como también soy persona de contrastes, de experimentar nuevas sensaciones, el verano me aporta algo diferente, y es que me proporciona la oportunidad de ser "otra" durante unos meses. El verano me da la mano y me invita a ser mi versión más "extrovertida" (por decirlo de alguna manera), mi versión más activa y aventurera.

En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible. (Albert Camus)
No es casualidad que casi todos mis grandes viajes los haga en verano, es el mejor momento del año para descubrir nuevos lugares y conocer gente. Incluso si no llego a conocer a nadie nuevo, siempre me va a apetecer más compartir tiempo con los demás en verano que en otras épocas del año. El hecho de poder ir a un sitio, encontrarte con alguien, disfrutar del entorno sin necesidad casi de hablar, sentir que las horas del reloj se alargan, que los días son casi ilimitados, que no hay que correr para refugiarse de la noche... ¿Quién querría meterse en casa cuando fuera el cielo está más bonito que nunca?

Además, el verano tiene otro plus, y es el de tener más ánimo para todo (siempre y cuando el terral no apriete). Los cuerpos semidesnudos, bronceados (o no), expuestos al sol, al mar... sin duda se ven más atractivos y salvajes que nunca. Y teniendo en cuenta que la primavera ya nos alteró la sangre, es difícil que la libido no se nos suba y que no sintamos más deseo que nunca. Es como si todos nos volviéramos un poco más animales, pero en el buen sentido. Porque la vida ocurre fuera, a la intemperie, con nuestros semejantes, en armonía con los elementos de la naturaleza y con los cuerpos y mentes llenos de ganas de vivir y disfrutar.

El verano me trae recuerdos de mi infancia, de aquellas tardes eternas junto a la piscina o en la playa con mis amigas. Me transporta a esas meriendas tardías, a esas noches de luz, a esas aguas que aún reverberaban a las 21.00 horas, a esas madrugadas de juegos o charlas en la calle, a esos cielos estrellados que pedían ser observados fijamente, a esas carcajadas que provocaban insomnio. El verano grita a los cuatros vientos juventud, libertad, posibilidad. Me devuelve la vida, la ilusión, las ganas de explorar y de descubrir.

El otro día, mientras me entretenía con el diccionario etimológico, caí en la cuenta de que el adjetivo que se usa para referirnos a algo que ocurre en verano -me refiero a estival-, coincide en casi todos los grafemas con la palabra festival. ¿Y qué es el verano si no una fiesta, una celebración?

miércoles, 17 de junio de 2020

Salvada por la mañana

Nunca he sido persona de mañana. Desde que era adolescente y durante muchos años, siempre fui persona de acostarse y levantarse tarde. Me encantaba la noche y madrugar para mí fue siempre un suplicio. Pero la gente cambia, prueba cosas nuevas y descubre experiencias que no pensaba que podría disfrutar.

Hace dos veranos me obligaba a levantarme pronto (sobre las 8) para ir a pasear a Milú por la playa. Me encanta disfrutar de esos primeros minutos de luz cuando aún no hacía ese calor sofocante y aún no había gente invadiendo las playas. Y cuando volvía a casa me alegraba de haber madrugado y de tener esas horas extra por la mañana.

El año pasado quise ir más allá, y hacer de esas horas extras algo de provecho. Me pasé días leyendo y buscando consejos de cómo aplicar nuevos hábitos en mi día a día, y tras mucho investigar decidí imponerme una rutina de mañana que me permitiera hacer todas esas cosas que siempre quería hacer y para las que siempre ponía excusas. Oía por todas partes sobre la importancia de tener una buena mañana para que el resto del día fuera igual de satisfactorio. Se dice que levantarse temprano y aprovechar esas primeras horas del día en las que hay menos estímulos, más tranquilidad y la mente y el cuerpo están más frescos, hacía que empezáramos el día con un buen ánimo y que el resto del día fluyera mejor. ¡Y qué razón tenían! 

Empecé a guiarme por los principios de los morning savers, y a los pocos días pude ver como tan sólo aprovechando las mañanas conseguía hacer muchísimo de lo que me proponía y luego tenía toda la tarde para vaguear y ser altamente improductiva.

Y, ¿en qué consisten los Morning SAVERS? Pues en empezar las mañanas sirviéndonos del acrónimo SAVERS de esta manera:

SILENCIO
Es importante dar comienzo al día poco a poco, y disfrutando de la calma de las primeras horas de la mañana, para darle tiempo al cuerpo y a la mente a que despierten progresivamente. Para ello, hay múltiples ideas como:
  • Meditar 
  • Observar/contemplar tu entorno de forma plenamente consciente (mejor si vives cerca de la naturaleza)
  • Practicar ejercicios de respiración
AFIRMACIONES
  • Decirte afirmaciones positivas (Yo soy fuerte, Yo soy valiente,...)
  • Recordarte tus logros para reforzar tu autoestima 
  • Redefinir tus creencias o pensamientos limitantes (con técnicas de PNL)



VISUALIZACIÓN
  • Imaginar cómo quieres que sea tu día
  • Marcarte objetivos para ese día
  • Rescatar tus sueños y metas 
EJERCICIO FÍSICO
  • Dar un paseo, preferiblemente por la naturaleza (playa, campo, parque, etc)
  • Realizar estiramientos
  • Salir a correr al aire libre
  • Hacer yoga
  • Bailar para entrar en calor y animar el cuerpo
  • Seguir una tabla de ejercicios en casa
READING (LECTURA)
  • Leer algún libro que te inspire o te ayude en tu crecimiento personal
  • Estudiar algo que te interese por el mero hecho de aprender y mantener activo y ágil tu cerebro
  • Transportarte a otros mundos con alguna historia de ficción

SCRIBING (ESCRITURA)
  • Páginas matinales (escribir 3 páginas sin pensar nada más levantarte)
  • Vaciar y despejar la mente soltando una lluvia de ideas sobre papel
  • Relatar en tu diario personal tus últimas vivencias
  • Hacer una pequeña lista de dos o tres cosas por las que des las gracias
  • 20 minutos de escritura creativa

miércoles, 3 de junio de 2020

A las cosas por su nombre

Conceptualizar es politizar, como decía Celia Amorós. Es decir, cuando elaboramos una idea sobre un tema concreto, estamos llevando a cabo un proceso por el cual lo anecdótico para a ser categoría, y así es cómo se pueden analizar las cosas en su conjunto y en contexto, y cómo se activa el pensamiento crítico. Lo quno se nombra (no se conceptualiza), no existe. Por eso cuando se trata de luchas sociales, no podemos caer en absolutismos como "todas las vidas importan" e ignorar que hay ciertas vidas que se cobran por el mero hecho de ser consideradas inferiores. Debemos poner el foco en las causas concretas e ir al origen de cada desigualdad. Porque si ignoramos esas desigualdades estructurales e históricas, ¿cómo las vamos a atajar?

Cada movimiento de lucha tiene su causa, su historia y su sujeto político. Borrar el sujeto propio de cada lucha, es silenciar las voces de aquellas personas que sufren una desigualdad por el motivo que sea (por haber nacido X). Restarle importancia a ciertas luchas o decir que no hacen falta, es mirar para otro lado, es ignorar las injusticias, y, peor aún, es perpetuarlas.

Estos días, gracias a la movilización y la solidaridad de la población mundial, se ha vuelto a recordar que las vidas de las personas negras importan (#BlackLivesMatter), que aún existe el racismo en nuestra sociedad y que todavía debemos seguir luchando por los derechos civiles de estas personas. Negar esto es vivir en la ignorancia, y una crueldad. No es lo mismo decir "una persona ha sido asesinada por un policía" que "una persona negra ha sido asesinada por un policía blanco". El lenguaje importa porque con él describimos y conceptualizamos (pasamos de la anécdota a la categoría). Todo el mundo es capaz de ver esta realidad porque las imágenes que hemos visto en los medios de comunicación y redes sociales así lo mostraban. Pero yo me pregunto, ¿por qué no somos capaces de ver lo mismo con otras injusticias? ¿No las podemos ver o no queremos verlas?

Existen múltiples luchas, y todas tienen su nombre propio, su porqué y su razón de ser. Si existen grupos de personas que se reúnen para dar voz a sus vivencias y exigir unos derechos básicos, será porque realmente tienen algo de lo que liberarse, ¿no? Por mencionar algunas: tenemos la lucha antirracista, el colectivo LGB, el movimiento de liberación animal, organizaciones como Save the children, y tenemos, cómo no, el feminismo. ¿Si os digo que el colectivo LGB está liderado por personas lesbianas, gays y bisexuales y luchan por y para que esas personas puedan disfrutar de los derechos básicos que les pertenecen y sean tratadas como seres humanos, creerías que tiene su lógica? O ¿pensaríais que son exclusivistas por no incluir a las personas heterosexuales? ¿Si os digo que la ONG Save the children lucha para proteger a los niños y niñas de todo el mundo y para que tengan un futuro, diríais que es injusto que se deje a las personas adultas fuera o, por el contrario, entenderíais que se trata de un grupo vulnerable que necesita de un apoyo especial? 
¿Por qué entonces, cuando se dice que el feminismo es un movimiento por y para mujeres que busca su liberación (del yugo patriarcal) y que todas puedan disfrutar de los derechos humanos que les pertenecen, se nos tacha de nazis y se nos adjudica múltiples "fobias" (misandria, transfobia, putofobia, niñofobia y otras barbaridades)? Os lo explico: vivimos en una sociedad machista y misógina donde aún se cree que la mujer debe sacrificar sus derechos y hasta su vida por la de todos los demás, que su lucha debe acoger todas las causas porque ese es su rol, cuidar de todos, y no tener voz propia. Los negros pueden alzar el puño y decir que las vidas negras importan, y serán aplaudidos. Los homosexuales pueden exigir poder casarse y tener hijos, y serán admirados por su valentía. Los niños pueden pedir a gritos un futuro mejor, y conmoverán a toda la humanidad. Pero si un grupo de mujeres grita y exige que se respeten sus derechos y libertad de elección, serán tachadas de locas, histéricas, radicales y de promover un discurso de odio. 

Hace no mucho se abolió la esclavitud y se les concedió el derecho a voto a las personas negras. Así mismo las personas homosexuales consiguieron hace nada (en algunos países) el derecho a casarse y a tener hijos. Alguien ingenuo pensó que ya estaba todo conseguido, pero los hechos -y cifras- nos demuestran que estamos lejos de esa ansiada igualdad. Con las mujeres (el 51% de la población mundial) ocurre lo mismo, aunque hayamos adquirido algunos derechos básicos, aún estamos lejos de ser consideradas seres humanos de pleno derecho pues seguimos siendo humilladas, violadas, agredidas, y asesinadas por el mero hecho de ser mujeres.

Así que por favor, dejemos de obviar la realidad y de invisibilizar las injusticias y a los sujetos políticos de cada movimiento, y sobre todo evitemos decir cosas como "todas las vidas importan", "ni machismo ni feminismo", "muertes" en lugar de "feminicidios", y cosas del estilo, y llamemos a las cosas por su nombre.

Las vidas de las mujeres importan.
Las vidas negras importan.
Las vidas de las personas homosexuales importan.
Las vidas de los niños y niñas importan.
Las vidas indígenas importan.
Las vidas de los animales importan.
...

domingo, 17 de mayo de 2020

Anclada

A veces me pregunto cómo hubiera sido mi vida si en vez de esto hubiera hecho aquello, o qué habría pasado si no hubiera tomado tal o cual camino. No es algo que haga a menudo pues estoy bastante satisfecha con mi vida y soy feliz por todo lo que soy y he conseguido. Pero inevitablemente, muy de vez en cuando, esas ensoñaciones se me pasan por la cabeza.

De cualquier modo, lo que pudo haber sido y no fue, no será. Al menos no de la manera que hubiera podido ocurrir en ese momento dado. Pero eso no quiere decir que algo similar o mejor pueda darse. Nunca es tarde para retomar sueños y proyectos, pero la gran pregunta es, ¿lograré cumplirlos? La respuesta depende en gran medida de mis actos y decisiones, pero como en todo, también existen factores externos fuera de mi control. De esos, en realidad, no debería preocuparme pues al estar fuera de mi alcance, poco o nada puedo hacer. Sin embargo, de lo que sí está en mi mano, ¿cuánto estoy dispuesta a llevar a cabo?

La cuestión ahora, no obstante, es otra. ¿Cuánto de aquello que está en mi poder puedo realizar ahora dadas las circunstancias? Esta situación de incertidumbre provocada por la pandemia parece que tiene a medio planeta a expensas de ver cómo evoluciona todo y con sus planes de vida a medias. Hay cosas que, por mucho que quieran, no podrán hacer pues no están permitidas. Por ejemplo, viajar. ¿Cuántos lugares tengo en mente visitar? Infinitos. ¿Cuántos podré visitar este año? ¿Uno? ¿Ninguno? La verdad es que hasta ahora no había pensado mucho en ello, pero ahora que se aproxima el verano, mi época de vacaciones, me entristece un poco la idea de no poder hacerlo. No es que vaya a dejar que ello me deprima, pero sí que deja mi vida en un estado de stand-by que no me apetece mucho vivenciar en estos momentos.

Sé que puedo hacer otras cosas, pero el cuerpo me pide movimiento, actividad. Así que eso me lleva a viajar de la única manera que puedo hacer ahora: a través de las fotos. Y no mirando fotos de aquellos sitios que quiero conocer, no -no quiero ponerme los dientes largos y frustrarme más-, sino echando la vista atrás y rememorando algunos de mis viajes del pasado. Y al ver las fotos no puedo evitar sentir una mezcla de nostalgia, orgullo y hasta arrepentimiento por no haber hecho más. Sé que esto es típico de la especie humana, lamentarse por lo que no hizo, lo que no es, y lo que cree que no tendrá. Yo no suelo ser así, pero este estado de estancamiento, de pausa indeterminada me ha llevado a preguntarme cuándo podré retomar mis sueños y planes. Porque ahora que no puedo salir de estas cuatro paredes, es cuando más ganas tengo de salir a explorar. Pero no se puede, y por eso me torturo con el "¡Ay, si hubiera hecho más cuando se podía!"

A todo esto he de sumarle otros factores que comento a menudo con amistades de mi generación, como es, por ejemplo, el factor económico. La situación de este país es pésima, y para las personas de mi edad las esperanzas son muy limitadas. El trabajo es escaso, los sueldos muy precarios, los alquileres prohibitivos... lo cual nos lleva a la mayoría a tener que seguir en casa de nuestros padres. Y yo me pregunto, por muy bien que podamos estar, ¿conseguiremos algún día esa independencia tan deseada para la que nos educaron, para la que tanto nos esforzamos y pusimos toda nuestra ilusión? O ¿estamos condenados a vivir como eternos adolescentes de recursos limitados?

Todas estas incógnitas me hacen sentir actualmente como una barca varada, abandonada, pero no en movimiento (si al menos me moviera, aunque fuera a la deriva, podría sentir que avanzo en cierto modo), sino anclada. Siento que mi ancla es más grande y pesada que mi propia barca, y que se encuentra enterrada en lo más profundo del océano. Y así, desesperada me pregunto ¿cuándo podré levar mi ancla? 

domingo, 10 de mayo de 2020

La buena educación

Pocas frases son tan ciertas como aquella que reza la Biblia de la verdad te hará libre. Pero claro, ¿qué es verdad y qué no? Yo cambiaría la palabra verdad por conocimiento, pues al conocer las cosas, estas pueden convertirse en nuestra verdad y así liberarnos de la ignorancia en la que estábamos.

Ayer terminé un libro que hablaba de simplificar nuestras vidas, de centrarnos sólo en lo esencial, en aquello a lo que damos más importancia. Y esto me hizo pararme a pensar qué era lo más importante en mi vida. Lo cual me llevó a acordarme del libro que me había leído anteriormente de Tara Westover. Y lo tuve claro: una educación. Y no me refiero a los modales que nos enseñaron nuestras madres, padres y mayores, sino a la que se obtiene a través del estudio, ya sea académico o por cuenta propia. Y, ¿por qué pongo esto en lo más alto de mi lista de prioridades? Pues por lo que decía en la introducción, porque el saber te hace libre, y no hay nada más esencial para mí que la libertad.

Dicen que el saber no ocupa lugar, y estoy de acuerdo, pero añadiría que el saber más bien te da un lugar en el mundo. Aprender es lo que nos construye como seres autónomos y autosuficientes. Y no me refiero a memorizar datos como un loro como se hacía en la escuela, sino al acto genuino de adquirir unos conocimientos, entenderlos, y saber aplicarlos. Eso es aprender. Y sólo eso es lo que nos convierte, en mi opinión, en algo más que meros seres humanos. Nos convierte en personas.

Persona viene del latín y significa literalmente "máscara" o "personaje teatral", es como la máscara que nos ponemos para actuar en el mundo. Sabemos bien que para actuar en una obra de teatro debemos aprendernos unas líneas e interpretarlas de forma creíble. Y creo que es fácil diferenciar a aquellos actores y actrices que simplemente se han aprendido de memoria su guion de aquellos y aquellas que lo han integrado. De igual manera funciona el aprendizaje. 

A menudo se habla de la importancia de la libertad de expresión. Todo el mundo defiende este derecho humano básico, dando por hecho que todos y todas deberíamos poder decir "lo que nos dé la gana". ¡Como si la libertad fuera eso! Pero yo os pregunto, ¿de qué sirve la libertad de expresión si tu mente está manipulada para que digas lo que los demás esperan de ti? ¿De qué vale poder decir esas cosas aprendidas de memoria, si tú misma/o no las entiendes? ¿Para qué queremos tener "libertad" de expresión si no tenemos libertad de pensamiento? ¿Y cómo se consigue pensar libremente? Formándote, estudiando, teniendo una educación.

Tener una educación no significa, necesariamente, ir a la universidad. Está demostrado que muchas personas con estudios formales no tienen pensamientos propios. Tener una educación propiamente dicha, requiere, para empezar, reconocer las carencias, poner en duda todo, estar dispuesta/o a rectificar, y adquirir nuevos conocimientos. Significa tener la humildad de saber que no sabemos nada, como diría Sócrates. Y, en segundo lugar, tener una educación o ser una persona "educada" significa tener curiosidad así como una estrecha relación con los libros y otras fuentes de conocimiento. Significa escuchar, observar, prestar atención, analizar y tener una mente crítica. No sólo con lo otro, sino con la propia persona. Porque si no te cuestionas de vez en cuando, vivirás en la soberbia de creer saberlo todo. 

La información es adictiva. Cuanto más descubres, más quieres conocer. Es como una droga, pero con efectos secundarios positivos. Porque cuando la adquieres, te permite argumentar con credibilidad y debatir con seguridad. Te proporciona autoestima, confianza y autonomía. El conocimiento te transforma en persona, pero no en una cualquiera, sino una independiente y libre. La información es poder. O, como decía Nelson Mandela, la educación es un arma poderosa con la que se puede cambiar el mundo.

"La actividad más alta que un ser humano puede alcanzar es aprender para entender, porque el entendimiento es ser libre".-Baruch Spinoza

Recomendaciones de libros autobiográficos sobre la importancia de tener una educación:

  • Una educación, de Tara Westover.

  • Yo soy Malala, de Christina Lamb y Malala Yousafzai (Premio Nobel de la Paz 2011 por su defensa de su educación de las niñas)


domingo, 26 de abril de 2020

Todas para una y una para todas

Históricamente las mujeres hemos sido conocidas por ser malas y peligrosas. Sólo hay que recordar que cargamos con la culpa del pecado original por la curiosidad y desobediencia de Eva. Y desde entonces se ha dicho de todo sobre nosotras: que somos malas entre nosotras, envidiosas, superficiales, falsas, amigas desleales, criticonas, interesadas y un largo etcétera. Yo misma he llegado a creer estas afirmaciones sin pararme ni un segundo a pensar en por qué era eso así. Y lo cierto es que, a día de hoy, después de mucho análisis, he llegado a la conclusión de que no somos nada de eso.

Si hay algo que todas compartimos es la propia experiencia de ser mujeres, de haber nacido y sido socializadas como mujeres. Esta realidad y lo que ello conlleva eclipsa y anula todos los calificativos que nos han acuñado a lo largo de la historia, cuyo objetivo era crear competitividad entre nosotras y separarnos. Porque es unidas cuando podemos ser realmente peligrosas para el status quo. Así que por ello el patriarcado se ha encargado muy bien de instaurar la misoginia dentro de cada una de nosotras a través de la educación y la cultura. Divide y vencerás, pensaron ellos.

Pero volviendo a lo que nos une. Es innegable que todas las mujeres del mundo sufren día a día las consecuencias de vivir en un mundo hecho por y para hombres. Y a pesar de ser la mitad de la población mundial se nos ha excluido de todas las esferas de poder, de aquellas que construyen las civilizaciones y sociedades humanas. Y es esa exclusión y esa opresión compartida la que nos une y nos recuerda que no somos enemigas, sino que debemos ser aliadas en una lucha por nuestra propia liberación. Porque no, no queremos igualdad, no queremos ser iguales que los hombres ni tener sus mismos privilegios, queremos desmontar todo el sistema y crear uno nuevo basado en una igualdad real, de base. Queremos una revolución.

Y ¿cómo llegamos a esta conclusión o a esta casi revelación divina? Gracias al feminismo. Porque el feminismo es un movimiento ideológico de liberación. Es un movimiento que te coge por los hombros y te menea de tal manera que se te caen todos los valores adquiridos a lo largo de tu vida. Y entonces te hace ver el mundo desnudo, tal cual es. Y no hay vuelta atrás. 

Es desde el feminismo donde surgen campañas como el #metoo, el #yosítecreo, o el #cuéntalo. Campañas hechas para decirles a las mujeres que no están solas, que todas hemos pasado y seguimos pasando por las mismas experiencias opresivas. Y esto crea un sentimiento de pertenencia tan fuerte que es imposible controlar las ganas de gritarle al mundo todo cuanto destapas y descubres cada día. No es obsesión, no es una secta. Es una lucha por los derechos humanos que se nos siguen negando. Y cuando se trata de defender algo tan básico como los derechos humanos, no hay tiempo para individualismos, percepciones personales ni justificaciones, lo que es urgente es la lucha colectiva de todas las mujeres del mundo (el 51% de la población mundial). Sin jerarquías verticales (propias del patriarcado), sino desde la horizontalidad, donde todas aportamos por un bien común.

Y así es como se crean las manadas de verdad, las que salen juntas y cooperan para luchar por nuestras vidas, nuestra libertad y nuestra dignidad. Así es como se crean las auténticas redes sociales, los grupos de concienciación, las jornadas y feminarios donde todas acabamos conociéndonos y aportándonos valor unas a otras. Todo por una causa común: la liberación. Y ese luchar codo con codo, mano a mano, se llama sororidad. Y es la que hace que si se cae una, nos levantamos todas. La que nos convierte en mosqueteras y hace que estemos todas para una, y una para todas.


"El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente". ~Simone de Beauvoir

domingo, 19 de abril de 2020

La Otra

Los hombres, por lo general, no quieren estar con mujeres inteligentes y emancipadas. Por mucho que las puedan encontrar interesantes, exóticas, atractivas... se trata de algo meramente superficial, de algo así como un trofeo que mostrar. Como decía Shulamith Firestone* «los hombres estaban contentos de disfrutar de su ingenio, su estilo, su sexo y sus cenas a la luz de las velas, pero terminaban casándose con "la gruñona"», es decir, con aquella mujer más tradicional que les recuerda a sus madres.

La mayoría de los hombres de nuestra sociedad patriarcal y machista se sienten intimidados por las mujeres con carácter, personalidad propia, con aspiraciones y fuertes principios porque suponen una amenaza a su "masculinidad" y, en muchos caso, sacan a relucir su mediocridad intelectual o falta de profundidad. Ellos quieren seguir siendo, de una forma u otra, la figura dominante. Da igual que no hablemos ya en términos físicos -en el caso de hombres intelectuales-, ellos seguirán queriendo ser esa figura modélica a la que seguir, imitar y acudir en caso de necesitar iluminación.

A estos hombres les cuesta abandonar ese altar de poder, sabiduría, fuerza y superioridad mental. Una mujer independiente que está a su mismo nivel o por encima le hace quedar de pelele frente a su fraternidad. Las cosas de él son más importantes, universales y merecen pleno sacrificio por parte de ella. Las cosas de ellas son chorradas, radicalismos o, en el mejor de los casos, "cosas de mujeres" (como si la mitad de la población no perteneciera a la especie humana).

Y así, tras varios intentos fallidos, estas mujeres liberadas empiezan a asumir que siempre han sido Las Otras. Las chicas guays con la que salir un tiempo limitado para vacilar con los colegas («Cómo mola esta tía, es diferente a las demás»), pero pasado un tiempo dejan de ser el animalillo exótico y se convierten en la tía coñazo que piensa y sobreanaliza demasiado y hace crítica de todo. Y eso no mola. Cuestionar pone en peligro las tradiciones, pero sobre todo la comodidad y el confort que ofrece el conformismo. Las mujeres estamos más guapas sonriéndole al status quo, que gritando en las calles y en las redes. Las mujeres enfadadas somos amargadas que estamos lejos de parecernos a los "ángeles del hogar" que hacen la vida tan agradable con su sumisión, alegría y entrega. 

Pero tranquilas chicas, a estas alturas no deberíamos sorprendernos. ¿Cuántos hombres a lo largo de la historia han sido no sólo nuestros amantes (mediocres en muchos casos, todo hay que decirlo), sino también nuestros amigos, camaradas y compañeros de lucha? Entonces, ¿por qué seguimos esperando que nos acepten y, sobre todo, aprecien nuestras conversaciones inteligentes, nuestras altas y nobles aspiraciones y nuestros grandes sacrificios por no reproducir los manidos roles de género impuestos por el status quo?

Dejemos de esperar, dejemos de hacer intentos por educarlos, dejemos de frustrarnos y, por favor, dejemos de ser Las Otras. Sigamos formándonos, siendo personas brillantes, poniendo todo patas arriba y peleando. Y el que quiera unirse a la lucha, que se aplique y, entonces, bienvenido será.


*Escritora, feminista radical en los años 70 y autora de La dialéctica del sexo, obra que me inspiró a escribir esta reflexión.

domingo, 12 de abril de 2020

Dolce far niente (Oda a la improductividad)

En Italia tienen un concepto que me encanta que es lo que ellos llaman il dolce far niente (literalmente  "el dulce no hacer nada"), y básicamente se traduce como el placer de la ociosidad o de no hacer absolutamente nada. Y en tiempos en los que no ser una persona productiva es una carga social que nadie quiere llevar encima, este concepto puede ser todo un acto de rebelión. Y ya sabéis que a mí todo lo que tenga sabor a rebeldía o irreverencia, me puede.

En estos momentos estamos atravesando un acontecimiento histórico, que es el de estar confinados. Para muchos esto es un castigo porque creen que quedarse en casa "sin hacer nada" es un aburrimiento, un desperdicio de tiempo y una tragedia para la economía. ¿Pero qué es "no hacer nada"? ¿No trabajar? ¿No ser personas productivas? ¿Productivas para quién, para el sistema? ¿Qué es exactamente lo que deberíamos producir para no sentirnos mal? Supongo que cualquier cosa que pueda ser consumida por otros y así mantener la economía a flote y que esta no colapse cuando volvamos a la "normalidad", ¿no? (Y ¿qué es la normalidad?)

La gente no sabe parar, no sabe estarse quieta sin consumir ni producir nada, no sabe disfrutar de la ociosidad. Y tampoco tiene interés en ello porque la culpa -¡ay, la culpa cristiana!- sería demasiado grande. Sin embargo, esta situación extraordinaria está obligando a mucha gente a probar un poco de ese "dulce no hacer nada" de la bella Italia. Y no sé si la gente aprenderá a apreciarlo, pero alguna que yo me sé se está quedando enganchada a ese agradable sabor. El sabor de la improductividad elegida.

Siempre tuve curiosidad -y no me malinterpretéis- por probar la vida de una monja de clausura por unos días (quitando la parte de rezar, claro está). Me llamaba la atención esa vida sencilla y minimalista basada en lo más esencial. Quería experimentar esa rutina de recogimiento, silencio y conexión (en mi caso no con dios, sino con la naturaleza y conmigo misma). Algo así como lo que cuenta Henry D. Thoreau en su obra "Walden". Y creo que esto es lo más parecido que voy a experimentar en mi vida. Y no voy a mentir, esta calma mental es adictiva. Los días se pasan más rápido que nunca, y cuanto menos contacto tengo con el exterior o, mejor dicho, cuanto más selectivo es ese contacto, menos necesidad tengo de él.

Pero lo cierto es que ese "no hacer nada" en mi caso, no es está siendo (siempre) así. Estoy haciendo más que nunca, sólo que para la mayoría puede que lo que yo haga "no sirva de nada" o sea una pérdida de tiempo. Sólo hay que ver la cantidad de academias en línea que hay ofreciendo descuentos para que te formes en algo que te sirva en tu futuro profesional (sin saber si quiera si existe tal cosa). ¿Y si no quiero formarme en nada que me sirva para trabajar? ¿Y si simplemente quiero disfrutar del tiempo libre o aprovecharlo para aprender cosas sin ningún tipo de objetivo ni resultado? ¿Y si prefiero leerme un libro que hable sobre la menstruación antes que hacer un curso online de marketing para emprendedores? ¿Y si prefiero refrescar mis conocimientos de una lengua minoritaria en lugar de sacarme un B2 de francés? ¿Y si prefiero pegarme toda la tarde viendo vídeos sobre feminismo, filosofía o historia de la música en lugar de hacer 50 abdominales para tener un vientre plano que lucir en verano? ¿Y si prefiero escribir cartas a desconocidos antes que dar clases particulares por Skype? ¿Y si prefiero tirarme toda la tarde pensando en el tipo de sociedad que quiero construir en lugar de estar subiendo selfies a Instagram?

El confinamiento pone de manifiesto qué cosas nos satisfacen realmente y cuáles hacemos por obligación, qué cosas son esenciales y cuáles superfluas. Y sobre todo esta situación nos enseña -o más bien, recuerda- la magnífica capacidad de adaptación de los seres humanos. Nadie se ha muerto por quedarse en casa sin hacer nada. El mundo no se ha acabado porque hayamos dejado de producir ni consumir al ritmo al que lo hacíamos. En todo caso, la vida se ha regenerado, la tierra ha respirado de alivio, y la naturaleza está equilibrándose. Y que queréis que os diga, si volver a la normalidad es romper ese equilibrio, prefiero quedarme en casa escuchando el trinar de las aves y deleitándome con el silencio, que seguir siendo una máquina destructiva en nuestra sociedad capitalista.



La mayoría de los lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida no sólo no son indispensables, sino que resultan un obstáculo evidente para la elevación espiritual de la humanidad."Walden", Henry David Thoreau (1854)

domingo, 5 de abril de 2020

Ratón de biblioteca (1)

Leer siempre ha sido un hábito en mi casa. No recuerdo no ver a mi madre con un libro en las manos cuando yo era pequeña. Siempre estaba leyendo algo. ¡Cuán importante es dar ejemplo en casa! Porque es bien sabido que las niñas y niños funcionan por imitación. No podemos pretender que estudien, se interesen por aprender o la lectura si en casa nadie lo hace.

En los dos últimos años he estado leyendo más que nunca, y para este año me he propuesto hacer un resumen de las lecturas que vaya leyendo cada trimestre. Así que aquí va el primer wrap-up de este 2020.

Eleanor & Park, de Rainbow Powell:
Novela juvenil que se ambienta en los Estados Unidos de los años 80 y que trata sobre dos adolescentes que se conocen y empiezan una bonita amistad en el bus del instituto. Eleanor es una chica tímida, solitaria y extravagante que sufre acoso por su sobrepeso, y Park es un chico introvertido amante de los cómics y de la música.
Me pareció una historia entrañable que, aunque con algunos pasajes duros, se me hizo bastante amena. Fue como volver a los amores de la adolescencia.

Así habló Zarathustra, de Friedrich Nietzsche:
Novela filosófica y obra maestra por excelencia de su autor. Un libro escrito con un estilo que recuerda mucho a la Biblia. En él un profeta llamado Zarathustra expresa las ideas principales del pensamiento nietzscheano de forma poética y a través de breves relatos y discursos con una profundidad digna de análisis. La obra gira en torno a la idea de la muerte de dios, de la venida del Übermensch (el Superhumano, me niego a maltraducirlo como "Superhombre"), la voluntad de poder y el eterno retorno (concepto del estoicismo). Hace una clara crítica a la iglesia católica y a su carácter sumiso y débil, y reivindica la aceptación de la vida en su plenitud (con los bueno y lo malo).
Quitando sus ideas machistas de m***** y su aire narcicista, he de reconocer que me flipa su tajante crítica a la mediocridad de la moral cristiana.

Hábitos atómicos, James Clear:
Libro de no ficción que trata sobre el poder de los hábitos y cómo estos pueden ayudarnos a convertirnos en la persona que queremos ser. A menudo creemos que un pequeño cambio no sirve de nada, pero lo cierto es que lo que parece un hábito nimio repetido en el tiempo puede dar resultados notables.
Me encanta la forma en que está estructurado, la simpleza con la que se explican los conceptos, los ejemplos utilizados y los resúmenes a final de cada capítulo con las ideas claves. Sin duda un libro con el que aprendí muchísimo y que me hizo poner en práctica hábitos que me ayudaron a dar un giro radical a mi día a día. 

The hunger games, de Suzanne Collins:
Novela distópica donde una adolescente, que vive en un país apocalíptico situado en America del Norte, se ve obligada a participar en "Los juegos del hambre", un reality show donde tiene que luchar a muerte con sus contrincantes mientras todo el país lo ve por televisión. Una novela muy crítica con la sociedad capitalista (donde unos pocos tienen mucho mientras el resto del país es explotado y se muere de hambre), con el abuso de poder gubernamental, los conflictos bélicos, la distribución de recursos, la globalización neoliberal, la manipulación de las audiencias, el auge de la telebasura, la cultura del horror como espectáculo y el morbo.
Una historia muy política pero entretenida y altamente adictiva, con un personaje femenino que, aunque introvertido, es fuerte, autosuficiente, valiente, generoso y rebelde. Una superviviente que se convierte en una auténtica líder.

Desayuno en Júpiter, de Andrea Tomé:
Novela juvenil de temática LGTB. Cuenta la historia de cómo dos chicas inteligentes, curiosas y soñadoras se conocen por medio de una excéntrica novelista de 90 años para la que ambas trabajan durante un verano en Gales.
Me gustó mucho que las protagonistas de esta historia fueran personajes tan ricos a nivel intelectual y emocional. La amistad que entablan y cómo se desarrolla a lo largo de la historia pone de relieve valores como la empatía, la sororidad y el amor entre mujeres.

Maneras de amar, de Amir Levine y Rachel Heller:
Un breve y sencillo libro de autoayuda muy revelador sobre la ciencia del apego adulto explicada por profesionales de la psicología tras años de estudio e investigación. Sus autores nos enseñan cómo identificar los tipos de apego y cómo adquirir uno seguro para construir relaciones saludables y duraderas. La verdad es que esta obra me dio una visión totalmente nueva sobre la idea que yo tenía del apego y me enseñó muchas herramientas para ser una persona más segura y equilibrada a la hora de relacionarme con los demás. Y sobre todo me hizo ver claramente en qué situaciones pasadas me había equivocado y cómo corregirlas en el futuro.

La asertividad, de Olga Castanyer:
Otro libro de autoayuda escrito por la psicóloga especializada en asertividad y autoestima. En esta pequeña guía ofrece herramientas y recursos para ser una persona más asertiva, es decir, para ser capaz de expresar las opiniones, los sentimientos, las actitudes y los deseos, y reclamar los propios derechos, en el momento adecuado, sin ansiedad excesiva y de una manera que no afecte a los derechos de los demás. Una obra llena de consejos súper prácticos y valiosos.

El club de las 5 de la mañana, de Robin Shorma:
Un libro de más de 400 páginas que podría haberse resumido en 20 páginas útiles e interesantes. El resto es totalmente de relleno, en mi opinión. Un libro de autoayuda que explica cómo tener una rutina de mañana productiva para mejorar nuestra salud y afrontar con serenidad la ajetreada época en la que nos encontramos. Para ello usa a unos personajes pedantes y odiosos que se embarcan en una historia inverosímil y estúpida. Sinceramente, creo que podría haberse ahorrado la parte de ficción y haber ido al grano aportando sólo los consejos prácticos.

Orgullo y prejuicio, de Jane Austen:
Novela clásica de la literatura inglesa y una de las primeras en el género de comedia romántica. Una obra llena de costumbrismos de la época de principios del siglo XIX. Su autora trata con excelente ironía temas como el matrimonio, la riqueza, las clases sociales, y, cómo no, el orgullo y los prejuicios. Elizabeth Bennet, su personaje femenino principal, destaca por ser una mujer inteligente, ingeniosa e inconformista. A pesar de su larga extensión, me lo leí en cosa de una semana porque no podía parar de leer ya que la curiosidad de saber cómo se desarrollaba el "culebrón" me podía.

Crónicas birmanas, de Guy DeLisle:
En este cómic el autor cuenta cómo fue su día a día durante el año que pasó en Birmania mientras acompañaba a su mujer, miembra de Médicos Sin Frontera-Francia.
La verdad es que, aunque tenía muchas ganas de leer este cómic con el objetivo de descubrir un poco más de este fascinante país, me decepcionó bastante la indiferencia, la falta de integración y espíritu aventurero del autor. Se notaba que estaba ahí en contra de su voluntad y que no sacó provecho de la experiencia, desde mi punto de vista. Su carácter quejica e infantil me ponía un poco de los nervios. Creo que hubiera sido más interesante que su mujer hubiera contado su experiencia.

La Buena Suerte: Claves de la prosperidad, de Fernando Trias de Bes y Álex Rovira:
Bonita y breve fábula sobre cómo atraer la prosperidad a nuestras vidas. A través de una historia de caballeros y reinos mágicos, sus autores nos cuentan las claves para hacer que nuestras acciones proporcionen frutos. Un mensaje positivo sobre la capacidad de las personas para labrarse su propio destino.

Catching fire, de Suzanne Collins:
Segunda parte de la saga de Los juegos del hambre. Novela distópica de unas 400 páginas que devoré en menos de una semana al igual que la primera parte. Solo diré que me encanta el hecho de que tanto los personajes femeninos como los masculinos aparezcan en cuotas equitativas y que se rompan los  manidos estereotipos de género. Tanto hombres como mujeres se muestran como personas fuertes, ingeniosas y con múltiples habilidades. Una obra llena de valores como la lucha por la supervivencia, la cooperación y la rebelión contra la opresión; con diversidad de personajes (diferentes edades, razas, capacidades, orientaciones sexuales); y con una protagonista imperfecta, espontánea, que cuestiona los cánones de belleza y discrepa con la maternidad obligatoria y, sobre todo, y a pesar de su humildad, una protagonista con alma de líder. 
Sin duda, se ha convertido en uno de mis libros favoritos.

Resumen:
8 libros de ficción
4 libros de no ficción
6 novelas (2 juveniles románticas, 2 distópicas, 1 filosófica, 1 de crecimiento personal)
1 cómic autobiográfico
5 libros de autoayuda
7 libros escritos por mujeres (de un total de 12)

Balance positivo bajo mi punto de vista. 

Mis 3 favoritos: 
1) Catching fire.
2) The hunger games.
3) Hábitos atómicos

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