It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

viernes, 31 de diciembre de 2021

Balance 2021

No sé cuánto tiempo llevo ya haciendo esto del balance anual, pero sin duda es uno de mis momentos favoritos del año. Sentarme en mi escritorio, pararme por un instante y hacer un recorrido a la inversa por los últimos 365 días del año que finaliza y vomitar sobre una página en blanco lo que vaya saliendo de mis entrañas. Siempre lo siento como si se tratara del visionado de una película que ya he visto pero que recuerdo a parches. ¿Sabéis esa sensación de ir escena por escena y poco a poco ir recordando cada detalle con asombro, casi como si fuera la primera vez? Y a menudo pienso "ostras, ¿eso me pasó a mí hace tan solo unos meses?" Siempre es lo mismo, si a principio de año con lo que estaba viviendo me hubieran dicho que acabaría de esta otra manera, nunca me lo hubiera creído.

Cuando empezó el 1 de enero de 2021 pensé que ya tenía clara la palabra que definiría mi año. Creí que esa palabra sería "reconquista". Tenía la certeza de que el 2021 sería el año en el que reconquistaría mis sueños (sin tener muy claros cuáles eran estos en realidad). Me marqué muchos objetivos, casi todos relacionados con los idiomas, pero también con mi independencia y mi paz mental. Quería, al fin y al cabo, sentirme autorrealizada. Y pongo el énfasis en "auto-" porque no quería tener objetivos que involucraran a nadie más a nivel emocional y porque quería sentir la satisfacción de conseguirlos sola, por mí misma.

Al final, como siempre en la vida, una se lleva sorpresas y termina el año dándose cuenta de que todas las personas necesitamos de otras para sentir esa realización. No se trata de dependencia, sino interdependencia. Resulta que, como seres sociales que somos, construir redes de afecto, tener apoyos emocionales y vínculos sólidos, es esencial para nuestro bienestar mental y social.

Empecé el año queriendo estar "sola", teniendo mi espacio, y ahora lo termino anhelando compañía, entendiendo que, obviamente el contacto humano del tipo que sea, no sólo es satisfactorio, sino vital. He aprendido que ni la soledad total ni la dependencia emocional son estados deseables, sino que, por el contrario, la virtud se encuentra en la moderación.

Y tal vez esa debería ser la palabra que elija para definir mi año. Yo que siempre he sido de extremos (y que sigo siéndolo en ciertos aspectos), de blancos o negros, de todo o nada, me hallo en un momento en el que la moderación supone para mí un estado de calma y estabilidad. No quiero vivir en un estado de introspección total y eterno, pero tampoco en uno sobrecargado de estímulos y experiencias. No necesito probar ni abarcarlo todo, no encuentro ya satisfacción en el "cuanto más mejor", ni veo nada positivo en la diversidad per se. Porque resulta que en los límites y el autocontrol he encontrado la mayor libertad. Porque yo elijo -o lo intento, siempre responsablemente - qué, cómo, cuándo y por qué. Porque la exquisitez se encuentra en saber elegir calidad por encima de cantidad.

Lo sé, me estoy haciendo mayor... Y ese es otro pensamiento que ha predominado en mi mente este año: el paso del tiempo. Este año más que nunca he reflexionado muchísimo en la madurez y el envejecimiento como partes intrínsecas e ineludibles de la vida. El cuerpo envejece, y contra eso no podemos hacer nada, más que agradecer cada día que nuestro cuerpo siga cumpliendo las funciones vitales para las que existe. No hace falta amarse continuamente. Con aceptarnos es suficiente. Con nuestra belleza, pero también nuestra fealdad (arrugas, canas y achaques propios de la edad).

Este año me ha servido para darle la vuelta a eso del crecimiento personal y aceptar que no siempre hace falta avanzar ni ser mejor. Que a veces me puedo "estancar" y disfrutar de ese parón sin fustigarme por no ser constantemente "la mejor versión de mí misma". Está bien no cambiar constantemente (ser demasiado volátil no es una virtud). E incluso está bien ser mediocre o del montón. No somos tan especiales (ni hace falta serlo). ¿Acaso no nos basta con ser polvo de estrellas? La felicidad no es estar siempre a tope, ni vivir miles de experiencias increíbles, ni tener cientos de momentos de placer. La felicidad simplemente es aceptar que el mundo puede ser una mierda a veces, pero que la vida puede ser maravillosa si así la sentimos. Despertarnos, respirar, pensar, amar... el mero hecho de poder hacer esto cada día, ya debería ser suficiente.

En en esta sociedad de hiperconsumo (lo quiero todo), inmediatez (lo quiero ya), materialismo (poseer por encima de ser) y superficialidad (lo que cuenta es la imagen que los demás tienen de mí y no cómo me siento), contar con personas con las que poder hablar de la vida, las emociones, los miedos, lo que amamos, lo que odiamos, lo que nos enfada, lo que nos excita... es sin duda un oasis entre tanta sequía de autenticidad y solidez. Y ese es el oasis con el que yo me quedo a final de este 2021.


Lo mejor del 2021

  • Idiomas: haber continuado mis clases de rumano y haber retomado el italiano, pero sobre todo mis profesoras de ambas lenguas. Mujeres inteligentes y divertidas con las que he tenido el placer de aprender y compartir muchísimo.
  • Logros académicos: haber completado con éxito dos cursos de rumano de nivel intermedio-avanzado de forma principalmente autodidacta pero también gracias a la ayuda de personas generosas.
  • Filosofía: haber redescubierto el estoicismo y haber encontrado un grupo con el que compartir reflexiones y sobre todo poner en práctica esta filosofía y forma de vida.
  • Amistad: los reencuentros con viejas amistades, pero también el haber conocido gente nueva maravillosa y haber conectado tanto con ellas.
  • Camino de Santiago: haber vuelto a hacerlo con personas totalmente desconocidas y descubriendo la preciosa geografía gallega.
  • Salud: haberme apuntado a natación y descubrir que he encontrado una actividad física que me hace sentir tan bien.
  • Descanso: haber pasado un verano en el que ha predominado la tranquilidad, la conexión con la naturaleza y el descanso consciente.
  • Relaciones amorosas/eróticas: haber vuelto a sentir emoción, excitación, deseo, pasión, diversión, complicidad, intimidad y placer.
  • Lectura: haber leído una media de 25 libros estimulantes con los que he aprendido y disfrutado muchísimo. A destacar, sin duda: El arte de amar, de Erich Fromm.
  • Trabajo: estar disfrutando de mis clases, de la interacción con mis estudiantes y del cariño y respeto de todos ellos. También haber conseguido clases particulares con las que sacarme un extra.
  • Hogar: haberme mudado por fin al lugar al que tanto ansiaba volver, el apartamento donde mejor me he sentido siempre, donde he podido y sigo construyendo mi pequeño hogar, y donde he hallado la paz mental que tanta falta me hacía.

 

domingo, 26 de diciembre de 2021

Amor, sexo y otros productos de consumo

Si sobre algo he reflexionado en los últimos meses ha sido sobre el sexo, el amor y, en general, las relaciones humanas.

Vivimos en una sociedad capitalista donde la base de todo es el consumo. Tanto tienes, tanto vales. Tanto acumules, tanto poder tienes. El éxito se mide en el número de adquisiciones materiales (o inmateriales) que tengas. Todo tiene un precio. Todo puede comprarse y venderse. Incluso las personas. Incluso el "amor".

Las personas hemos dejado de ser seres humanos, ya no somos sujetos con un cuerpo y una mente pensante con inquietudes, intereses, ideas, sueños, aspiraciones. Las personas hemos pasado a ser objetos de consumo. Objetos sin sentimientos ni deseos propios. Somos tan sólo mercancía intercambiable y reemplazable. Piezas de un engranaje que funcionan mientras haya alguien que nos use y saque un beneficio. Pero todo objeto tiene fecha de caducidad, y cuando deja de servir, se desecha, se tira.

El sexo ya no es un momento de intimidad con otro ser humano, con un igual. El sexo se ha convertido en un pasatiempo, en una válvula de escape para descargar estrés u otras frustraciones más profundas.

El sexo ya no corresponde a ese anhelo de fusión innato en todas las personas, a ese deseo de unión con otra persona. El sexo ya no reporta acercamiento, conocimiento, cariño. Tan sólo proporciona desahogo momentáneo y un vacío mayor después de la separación. El sexo, hoy en día, no ofrece compañía ni una sensación de plenitud más allá del acto físico. El sexo activa un sentimiento de separación y soledad aún mayor del que sentías antes de unirte físicamente a la otra persona.

Y ¿cómo ha ocurrido eso? Lo dicho, gracias al capitalismo que se ha encargado de vaciarnos de todo nuestro valor intrínseco como seres humanos, y poniendo precio a nuestros cuerpos como si fueran meros trozos de carne. No se nos ve como un conjunto con valor y cualidades propias. Se nos valora sólo en base a lo que podemos proporcionar con nuestras respectivas partes del cuerpo. No somos personas, somos objetos penetrables o penetrantes. Podemos penetrar o ser penetradas, pero sólo a un nivel superficial. Profundizar queda prohibido, porque si se nos ocurre desprendernos de todos los estímulos externos que nos distraen, de todos los anucios que nos dicen cuánto podemos acumular, quizá nos dé por sentir que somos seres (y no objetos) con necesidades básicas de cuidados y atención. Y eso nos hace sentir vulnerables. Pero sobre todo, nos hace querer dejar de consumir y acumular conquistas y retos a nuestra lista de pertenencias, y eso es algo que no le conviene al sistema.

Sentir, cuidar, respetar, amar... son acciones que requieren de voluntad, tiempo, dedicación y compromiso, valores opuestos al capitalismo. El capitalismo quiere que las cosas se rompan, que nos aburramos de lo que tenemos, que no nos importe en qué estado se encuentra el "objeto de consumo", porque siempre hay otros disponibles para reemplazarlos. De hecho hay un catálogo lleno. Si uno no te basta o te cansa porque mantenerlo te supone demasiado trabajo, no pasa nada, hay otros miles disponibles para ser consumidos y tirados en cuanto les saques provecho.

Consumir es adictivo, produce dopamina, la hormona del "quiero más". Pero como toda droga o sustancia adictiva, luego deja un vacío difícil de soliviantar. Porque más no es mejor. Porque cuanto más consumes, menos conoces, más en la superficie te quedas. ¿Y acaso las personas no ansiamos en el fondo que nos conozcan, que nos aprecien, que nos mimen, que nos valoren? Pero todo eso conlleva una responsabilidad que no nos enseñan a poner en práctica. Entonces me pregunto, ¿qué pasaría si apostáramos por calidad en lugar de cantidad? ¿Qué pasaría si tratáramos a las personas como sujetos en lugar de como a objetos? ¿Qué pasaría si nuestro tiempo lo invirtiéramos en conocer a las personas con las que interactuamos, preguntándoles, mostrando interés, compartiendo momentos de intimidad con ellas, cuidándolas? ¿Acaso no alcanzaríamos un mayor grado de satisfacción? ¿Acaso no conseguiríamos relaciones más puras, más genuinas, más auténticas y duraderas? ¿Acaso no obtendríamos una mayor sensación de bienestar y felicidad en la confianza y la seguridad de que quien tenemos al lado nos conoce y se preocupa por nosotros, en lugar de vivir eternamente en la incertidumbre y el miedo de no saber cuándo esa persona dejará de utilizarnos o sernos de utilidad?

¿Y si comenzamos una revolución y damos una patada al capitalismo buscando relaciones de calidad (del tipo que sea)? ¿Y si mandamos a la basura el "cuanto más mejor" y, como propusiera Erich Fromm en su obra El arte de amar, ponemos en el centro de nuestras vidas los valores de cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento? ¿Y si en vez de odiarnos tanto hasta el punto de tratarnos como objetos desechables nos amáramos más?