It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

miércoles, 24 de abril de 2019

Menos es más

Hoy en día vivimos en una sociedad donde todo es fugaz, instantáneo y desechable. Conocer a alguien, sin ir más lejos, supone tan sólo hacer clic sobre una foto superficial (la mayoría de las veces retocada hasta la saciedad o hecha desde un ángulo en el que tú dejas de ser tú para convertirte en otra persona) o deslizar el dedo por una pantalla.

Para el que no lo sepa o no lo quiera reconocer, vivimos en una sociedad extremadamente consumista, materialista (en todos los sentidos) y superficial. Incluso los que creemos que llevamos una vida más sencilla o austera somos también parte de esa vorágine de consumismo compulsivo. Pero eso no quiere decir que debamos rendirnos y ceder a las fuerzas del capitalismo y seguir siendo parte de ese poco deseable estilo de vida. En nuestras manos está cambiar la dirección de nuestra forma de consumo, y eso es precisamente lo bonito de ejercer nuestra libertad, que podemos elegir qué cosas seguir usando, qué cosas cambiar, y de qué cosas prescindir. Y ¿cómo se hace eso? Pues muy fácil, respondiendo a unas sencillas preguntas:

1) ¿Realmente necesito esto?
2) ¿Me hace esto genuinamente feliz?
3) ¿Aporta esto algo positivo a mi vida, la de los demás o la del planeta?

Entonces, ¿queremos mejorar nuestras vidas, hacerlas más plenas? ¿Estamos dispuestos a pensar en los demás y en el planeta y actuar de forma consecuente y responsable? ¿Estamos listos/as para transformar nuestras vidas? Si la respuesta es sí a todas las preguntas, a continuación puedes leer algunos consejos que a mí me han ayudado a aumentar sustancialmente la calidad de mi vida.

- Minimalismo / Decrecimiento
Las que hemos estado siempre metidas en el mundo de la ecología política estaremos más familiarizadas con el término "decrecimiento", o lo que es lo mismo, vivir mejor con menos. Ahora hay un nuevo movimiento -más social que político- que llama a esto mismo minimalismo. El minimalismo -o decrecimiento- consiste en justamente lo contrario al crecimiento (ni caso a eso del crecimiento sostenible, eso es un oximoron como una catedral). Se trata de reducir el consumo de todo al mínimo y aprender a vivir con menos, aprovechando al máximo lo que ya tenemos, reutilizando viejos objetos dándoles un nuevo uso si es posible, o reemplazando sólo aquello que realmente necesitas, evitando así comprar por comprar.

- Movimiento cero residuos (del inglés Zero waste)
Este es mi objetivo a largo plazo. Mientras que en el minimalismo consumimos lo justo, el movimiento cero residuos nos anima a consumir sólo aquellas cosas que no producen residuos. Y ¿cómo se hace eso? Pues muy sencillo. Ejemplos prácticos: comprar comida a granel, así evitamos envoltorios innecesarios que son altamente contaminantes. En el caso de bebidas o productos de limpieza que vienen en botes de plástico, el movimiento zero waste nos propone que hagamos esas bebidas o productos de manera casera. Así en vez de comprar un cartón de leche de almendras, la haremos en casa, ganando así en salud, ahorrando dinero y evitando contaminar el medioambiente.

- Alimentación consciente
Todo lo anterior no sirve de nada si luego comemos alimentos para los que ha hecho falta gastar litros de agua, deforestar bosques, usar productos químicos contaminantes o recorrer miles de kilómetros. Por ello es importante tener en cuenta algunos detalles a la hora de comprar nuestra comida: que sea local, de temporada y ecológica a ser posible. Y por supuesto que no sean alimentos procesados o envasados. Todo lo más natural y fresco posible.
Mis recomendaciones personales: eliminar el consumo de productos animales o reducirlo al mínimo,  evitar productos industriales (bollería, galletas, batidos, etc) y procesados (embutidos, congelados, pasta o pan blancos, etc), y por supuesto aumentar la cantidad de verduras y frutas frescas, cereales integrales, legumbres, fermentados, semillas y nueces. Con una dieta así no sólo ganarás en salud sino que también estarás protegiendo el medioambiente y el bienestar animal.

- Meditación
Como bien dije en la introducción, vivimos en una sociedad altamente consumista, y para consumir al nivel que lo hacemos hay que producir al mismo ritmo. Para ello es necesario trabajar infinitas horas, en definitiva, no parar nunca. Y es por este motivo que parar y dejar de hacer para simplemente ser y estar en el ahora es tan importante. Cuando meditamos no estamos produciendo nada, por lo tanto no estamos contaminando de ninguna manera, ni el planeta, ni nuestra mente (con pensamientos agotadores), ni nuestro cuerpo. Meditar es conectar y pasar tiempo contigo mismo/a.
Yo personalmente practico yoga, doy paseos por la playa y escribo.  Hay quien sale a correr, cocina, baila o hace ganchillo.

- Relaciones sanas
Eso de cuantos más mejor, nunca fue mi lema. Yo prefiero que en mis relaciones prime la calidad por encima de la cantidad. Por eso reducir las relaciones personales y quedarse con aquellas que realmente nos aportan algo positivo es también tan importante para tener una vida más sana. No sirve de nada mantener relaciones por compromiso o por nostalgia. Si una relación no te aporta nada o se ha vuelto tóxica, es mejor dejarla atrás. Al fin y al cabo somos seres sociales y necesitamos el contacto con otras personas para sentirnos bien, así que mejor rodearse de aquellas que nos hacen sentir libres y no de aquellas que nos exigen o no nos respetan o con las que tenemos algún tipo de dependencia.

-Contemplación y admiración
Como dice mi poeta favorito "El mundo no se ha hecho para que pensemos en él, sino para que lo miremos y estemos de acuerdo" (Pessoa).
El mundo, entendido como el planeta que habitamos, a pesar de sus atrocidades y crueldad, es un lugar fascinante lleno de belleza. No recuerdo cuándo empecé a sentir admiración  y fascinación por la Tierra, pero probablemente desde el día en que abrí los ojos. El mar, los bosques y sus árboles, las flores, los animales en todas sus formas, los ríos, los lagos, el cielo y sus cuerpos celestes, el fuego y su efecto hipnotizador, en definitiva, todos los elementos de la naturaleza que hacen posible la vida y el equilibrio. Todo ello merece ser contemplado, respetado y admirado. Me parece que la vida contemplativa es un ejercicio perfecto de humildad y gratitud que si todas las personas lleváramos a cabo, sentiríamos un poquito más de paz, al menos en nuestro fuero interno.

- Autocrítica
Algunas personas pueden pensar que este punto chirría un poco con el resto, puesto que cuando se medita, una de las primeras cosas que se enseñan es a no juzgarte ni a ti ni a los demás. Pero para mí la autocrítica es lo que se hace antes de emitir un juicio (ya sea positivo o negativo), y es necesario para conocerse, cambiar, y evolucionar. Al ser autocrítica soy capaz de analizarme y reflexionar sobre aquellas cosas en las que puedo mejorar para ser más feliz y aportar algo positivo al mundo que me rodea. Y para ello la mejor herramienta es la información y el conocimiento. La información hoy en día se puede conseguir de una manera sencillísima. Pero no basta con adquirirla, hay que prestarle atención, pensarla, estudiarla, experimentarla, asimilarla y aprenderla. ¿Mi consejo personal? Leer mucho y variado.

Y bueno, de momento esto es todo lo que puedo aportar para llevar una vida más sencilla y plena. No es nada del otro mundo, o al menos para mí son cosas de sentido común (o así lo entiendo yo). Y por supuesto, no os creáis que después de esta guía tan buenrrollista voy a dejar de hacer crítica social hacia todo lo que me parece injusto. Este tipo de publicaciones son también para mí una forma de hacer análisis y critica, intentando aportar algo positivo que aplicar en el día. ¡No todo va a ser meter caña sin piedad!

En fin, si alguien tiene alguna sugerencia más para hacer de la vida un viaje más agradable por favor, que me ilumine.

domingo, 21 de abril de 2019

Galiza

Galicia. La única comunidad autónoma de la Península que me quedaba por conocer y a la que tenía muchísimas ganas de ir. Una semana allí me ha servido de aperitivo para saborear algunas de sus maravillas. Costas casi vírgenes amenazadas por un mar embravecido que más que asustar evoca un sentimiento de libertad en cada poro de la piel. Caminos flanqueados por infinitas filas de árboles cuyo verde pinta el paisaje de un tono amable y apaciguador. Arquitectura, calles y rincones cargados de historia que invitan a imaginar cómo sería la vida en cada una de sus épocas.
Sin duda alguna, este pedacito de tierra que tenemos el placer de compartir en el mapa de nuestra geografía no deja indiferente a nadie que tenga el más mínimo de sensibilidad. Al menos yo la he disfrutado con los cinco sentidos. Eso sí, no he querido explorarla en profundidad en esta visita para así tener muchas excusas para volver. Y quien sabe si más adelante no acabo enamorándome un poquito más cuando la conozca en mayor profundidad. Desde luego, ya antes de pisar suelo galego hace siete días, algo dentro de mí me decía que Galicia sería uno de esos lugares en los que no me importaría pasar una temporada y llamarla hogar, aunque fuera por un breve espacio de tiempo. Quién sabe... Nunca sabe una dónde acabará creando nuevos recuerdos.

Por circunstancias personales que, de momento, no vienen a cuenta, decidí que A Coruña sería mi destino vacacional para la semana santa. Para llegar allí volé a Santiago de Compostela, ciudad que pensé que conocería el día que al fin recorriera los últimos 100 Km del Camino de Santiago. Tenía esa imagen de mí misma terminando el camino agotada y asombrándome con la belleza arquitectónica del Obradoiro, sintiendo orgullo -y alivio- por haber llegado hasta allí. No ha sido así, pero igualmente la sensación de asombro y admiración la sentí.

El paseo por el casco antiguo de Santiago de Compostela fue breve, pero suficiente para tener claro que regresaré y recorreré cada callejuela minuciosamente. Quién sabe, quizá la próxima vez sí sea tras varios duros días de caminata, con mi mochila a cuestas, mi concha de Santiago, y mi bastón de peregrina. Obviamente mi peregrinaje no sería por motivos religiosos, pero sí espirituales. Entiéndase por espiritual disfrutar de la sencillez y la belleza de la naturaleza que es, al fin y al cabo, lo que Galicia siempre me ha transmitido incluso antes de conocerla.
El resto de días los pasé gustosamente en la provincia de A Coruña en fantástica compañía descubriendo sitios de cuento de hadas. Muiños de Verdes, por ejemplo, un paraje natural espectacular donde sus senderos te invitan a seguir el río Anllóns con la inmejorable banda sonora de las aves autóctonas. Un lugar para deleitarse con el silencio, la paz y la pureza del bosque.
También disfrutamos de las preciosas vistas desde la cima del Monte Neme, así como de la salvaje Praia de Razo con sus orillas infinitas y su incesante oleaje.
La propia ciudad de A Coruña, a su vez, nos regaló diversos escenarios. Avenidas y paseos decorados con la típica arquitectura que solemos encontrar en el norte de España (al menos a mí me recordó mucho a Santander), además de paradas más naturales como el Monte de San Pedro y sus magníficas vistas o los alrededores de la Torre de Hércules, la cual, por el mero hecho de ser un faro (el más antiguo del mundo en funcionamiento) me enamoró. Tanto que ya puedo afirmar que, cuando vuelva, éste será el rincón elegido para inspirarme, pensar y escribir en mi diario.
En cuanto a otros aspectos culturales como el idioma o la gastronomía, qué decir. Me encantó oír a la gente hablar galego por todas partes de forma tan natural e inercial. Y lo que es comida típica de allí, quitando la tortilla de patatas -la cual estaba deliciosa-, poco puedo decir ya que casi todo lo que comí fueron platos vegetarianos en lugares poco autóctonos. Eso sí, no tuve problemas para comer, más bien lo difícil fue parar. Pero bueno, para eso vuelve una de vacaciones, para recuperar la rutina y dejar los placeres incontrolables atrás... y ¡porque no queda otra!
Así que, resumiendo sólo puedo decir cosas buenas sobre Galicia. Incluso el tiempo se portó y, a pesar de mis miedos y prejuicios (y falsos pronósticos por parte de la AEMet), sólo chispeó un poco una mañana. En definitiva, ¡volveré Galicia, lo prometo!


sábado, 20 de abril de 2019

¡Alcohol, alcohol!


¡Hemos venido a aborregarnos! Y, por ello, efectivamente, el resultado nos da igual. Pero, ¿en serio? ¿El resultado da igual? ¿Nunca nadie se ha parado a reflexionar en la letra de esa canción? O lo que es peor, ¿que la gran mayoría de la población la repita con orgullo o, lo que es peor, indiferencia? ¿Dónde queda la hermenéutica de la sospecha cuando se trata del elemento más socializador que existe? Ni el fútbol, ni la política, ni hablar del tiempo... lo que más "une" a las personas, lo que más las convierte en seres sociales, lo que más borra sus diferencias es el alcohol. Da igual la clase social, la ideología política, la religión, casi todas las personas beben. Casi todos/as asocian las celebraciones, las fiestas y la diversión con el alcohol. La inmensa mayoría, después de un duro día de trabajo, reuniones, jornadas reflexivas, etc, creen que no hay nada mejor que irse a tomarse unas cañas para desconectar y entrar en un modo más distendido con sus compañeros/as. ¿No deberíamos dudar de que haya algo tan popular en nuestra sociedad? ¿No deberíamos considerar que quizá el alcohol sea la droga más peligrosa que existe?

Pero, ¿por qué el alcohol es más peligroso que cualquier otra droga?

1) Porque es legal. Y por tanto asequible. Comprar una botella de alcohol es más barato que una entrada de cine o un libro. Cualquier persona mayor de 18 años (o con un DNI falso) puede comprar alcohol en cualquier supermercado o quiosco por unos pocos euros, sin ser juzgada.

2) Porque está socialmente aceptado. Es más, está tan aceptado que pareciera que la única manera de hacer amigos y reforzar las relaciones sociales es saliendo a beber. Y si eres abstemio (si no has bebido nunca o no tienes interés en probarlo), la gente en lugar de verlo como algo bueno y saludable -o simplemente respetarte-, te excluye, margina, y estigmatiza llamándote aburrido/a, soso/a o raro/a. Y no solo eso, sino que te presiona para beber, a veces incluso forzándote/engañándote y a algunos/as no les queda otra que ceder en pos de la aceptación. Nadie quiere sentirse aislado o ser el/la aguafiestas y tener ese sambenito de por vida. Aunque a algunos/as se lo hayan colgado en contra de su voluntad por el mero hecho de haber tomado la libre elección de no beber.

3) Porque hay un lobby multimillonario detrás que se encarga de venderte el alcohol como algo guay. Eventos de todo tipo inundados con campañas publicitarias donde los actores, cantantes y futbolistas del momento están ahí divinos de la muerte sujetando una copa de alcohol, sonriendo y diciéndote lo genial que es ser como ellos. Así como series y películas donde todas las escenas de fiesta y diversión están plagadas de bebidas alcohólicas.

Pero el lobby del alcohol, como no tiene suficiente con eso, paga millonadas para que algunos medios se inventen titulares tan peligrosos como que una copita de vino es saludable (no hay NINGÚN estudio estrictamente científico que lo respalde, pero sí los hay diciendo lo contrario). También es tan listo que juega con las palabras usando términos como zumo seguido de cebada (un cereal, al fin y al cabo) para hacerte creer así que la cerveza también es algo saludable. Y luego está mi conjunto nominal favorito: consumo moderado. Esto da a entender que si consumimos alcohol de forma moderada (¿quién determina esa moderación?) no pasa nada, que estamos a salvo. ¿Alguien me explica cómo se puede consumir algo altamente perjudicial con moderación? ¿Cómo sabemos cuándo parar? ¿Ponemos en riesgo nuestra capacidad de tolerar el alcohol para saber dónde está nuestro límite? ¿Cuál es el límite? ¿El coma etílico? ¿La alcoholemia?

4) Porque es adictivo. Y no solo a nivel físico (modificando la química de nuestro cuerpo), sino también psicológico. Si de por sí es una sustancia adictiva, el hecho de que sea tan barato y asequible hace que se consuma más (¡¿y la moderación?!), y a más consumo más insensible se vuelve uno/a y más necesita consumir para notar sus maravillosos efectos. ¿Alguien conoce a alguien que salga toda la noche y se tome solo UNA copa y aguante hasta las 7 de la mañana sin querer tirarse por un puente? (Yo lo he hecho, pero tomando solo agua, o nada de nada... Pero ese es otro tema).

Pero esa adicción y esa dependencia es además psicológica. Porque la presión que hemos sufrido desde la adolescencia y las ideas que nuestro entorno nos han metido en la cabeza son tan fuertes, que irremediablemente no sabemos pasarlo bien sin tomar alcohol. La gente asocia alcohol con diversión. Cuando sales y todos tus amigos hacen el idiota, tú quieres ser uno más y reírte, porque si no es que no tiene ni putera gracia ver a un grupo de gente borracha. Pero también se asocia con libertad, por eso de que dicen que te deshinibe y te deja ser como realmente te gustaría ser (¿?) o hacer lo que tu subconsciente reprime.  ¡Ah, y no nos olvidemos de la rebeldía! Tras años de represión parental y de otro tipo, uno quiere creer que tiene el control sobre algún aspecto de su vida. ¡Wow, qué rebelde es hacer lo que hace todo el mundo!

Cuando llevas años haciendo estas asociaciones mentales, es muy difícil creer que sea posible pasárselo bien, sentirse libre y ser un rebelde sin tomar ni una gota de alcohol. ¿Quién no ha oído eso de "para no beber, me quedo en casa"? Y en el fondo hacen bien, porque cuando observas tu alrededor desde la sobriedad te das cuenta de lo estúpido que es beber alcohol, sobre todo con lo malo que está.

Y digo yo, ¿por qué tanta insistencia en que bebamos alcohol? ¿Por qué esas campañas publicitarias multimillonarias que nos vende el alcohol como lo más guay? ¿Por qué se nos presiona tanto para beber desde la adolescencia y se nos margina si no lo hacemos? ¿Por qué todo el mundo acaba cediendo y cayendo aún reconociendo que el sabor es asqueroso y que luego lo pasan fatal con la resaca? ¿Quién tiene tanto interés en que consumamos una sustancia altamente adictiva, y por qué? ¿Quién nos quiere insensibilizados, dependientes y aborregados? ¿De verdad nadie se hace estas preguntas? ¿Dudamos de otras industrias multimillonarias pero no de una que está presente en TODAS partes y que además tiene efectos físicos y psicológicos sobre nuestra persona? ¿Por qué es imposible encontrar un sólo sitio libre de alcohol a no ser que sea un centro de alcohólicos anónimos o una guardería -de esta última dudo-? ¿Por qué no existe otro tipo de ocio, otras formas de socialización en la que el alcohol no sea el protagonista? ¿Por qué tengo que sentir vergüenza si un sábado noche quiero pedirme un té? ¿Por qué tengo que sentir que debería pedirme algo que no me apetece sólo para que no me miren mal o me insulten o incordien toda la noche?

Preguntas que llevo haciéndome desde que tengo uso de razón y que sigo sin responderme. Pero lo más frustrante es que en 32 años aún no he conocido a NADIE personalmente que se haga estas mismas preguntas.

martes, 9 de abril de 2019

¡Justicia!

A partir de un desagradable incidente que tuvo una amiga esta tarde, he estado reflexionando sobre las personas que, como nosotras, no podemos callarnos cuando presenciamos una injusticia. A menudo he sido siempre esa amiga ruidosa, que se mete en "líos" cuando cree que tiene la razón en algo, cuando cree que no se está haciendo lo correcto. ¿Cuántas veces habré oído eso de "ya está, déjalo estar"? Y si no lo decían, lo expresaban con su mirada de vergüenza. La vergüenza que yo, desde luego, y mucho menos la persona que cometía la injusticia, no sentíamos.

Pero, ¿por qué la gente lo pasa tan mal si yo intervengo en una situación de abuso o injusticia? ¿Por qué está mal visto que alguien "se meta donde no la llaman"? ¿Por qué se prefiere y alaba la pasividad y la discreción? Pues está claro, creo yo: para que los abusadores pueden seguir ejerciendo su poder. Y yo me pregunto, ¿dónde estaríamos ahora y en qué clase de sociedad viviríamos si nadie hubiera sido nunca políticamente incorrecto, si nadie hubiera desafiado el orden establecido? ¿Creéis que las personas negras, por ejemplo, podrían ser consideradas como iguales si Rosa Parks hubiera obedecido las normas y no se hubiera sentado en la zona reservada para las personas blancas? ¿Creéis que habríamos avanzado como sociedad si todo el mundo hubiera actuado siempre de forma pasiva y callándose ante lo que no era justo?

Mi amiga hoy ha tenido que pasar un mal rato por el simple hecho de ejercer su derecho, por no callarse cuando la han violentado e insultado, por quedarse a defenderse, por exigir que se conociera la verdad, por no permitir que le llevaran la contraria cuando ella tenía algo objetivo a lo que aferrarse (en este caso la ley). Sin embargo, la gran mayoría, a la mínima que detectan una situación problemática o de desacuerdo, sale corriendo. La mayoría prefiere no discutir, pasar, ignorar a los agresores y abusadores, no entrar al trapo. Eso sí, cuando ésta se encuentra en el lugar de víctima, bien que le gusta que alguien salga en su defensa. 

Pues bien, ¿sabéis qué? El mundo no cambia a base de silencios o de mirar a otro lado. El mundo cambia con ruido, con malestar, con revoltijos de estómago, con gritos de lucha, con revoluciones. ¿O acaso creéis que el camino hacia la libertad y los derechos fue/es un paseo de rosas divertido y agradable? No. La justicia duele, desgarra, desangra, ensordece, te deja afónica, te marca el alma y a veces la piel... Pero cuando sanas, te conviertes en alguien fuerte, sin miedo, increíblemente poderosa, y totalmente libre.

Gracias a todas las personas guerreras que no se callan, que alzan su voz antes las injusticias, que se meten donde no las llaman, que no les importa enfrentarse a los malhechores para liberarse y liberar a los demás. Porque gracias a esas personas hoy podemos disfrutar de un lugar un poquito más justo que ayer.

domingo, 7 de abril de 2019

Cultura política

Estas últimas semanas han estado llenas de contenido político y han resultado ser muy fructuosas para mí ya que me han servido, no sólo para aprender sobre teoría y práctica política, sino sobre todo para reflexionar, hacer autoexamen y, como de costumbre, también autocrítica.

Desde pequeñita, he visto cómo mis padres habían estado siempre muy implicados en temas de política, y siempre me enseñaron la importancia de tener unos principios ideológicos, ser fiel a ellos y defenderlos. También me hicieron ver la importancia de ejercer mi derecho a voto para así formar parte del cambio que quería presenciar en la realidad de mi entorno. Siempre me educaron en valores de igualdad, justicia y lucha por los derechos humanos. Ellos podían tener su ideología, pero siempre me dieron libertad para elegir la mía. Y supongo que por eso siempre oscilé entre diferente partidos políticos, sin nunca llegarme  a convencer ninguno al 100%. Supongo que todos muchas veces hemos pensado en que nos gustaría hacer un Frankestein político que recogiera todos los puntos que encajara con nuestra forma de ver la vida. Desde que tengo uso de razón he compartido ideas con IU, PSOE, Los Verdes, Equo, PACMA, pero jamás con ningún partido de derechas. Tenía claro que la derecha representaba todo lo contrario a lo que yo entendía como justo, igualitario y solidario. Pues la derecha, que siempre iba de la mano de su querido amigo el capitalismo, sólo miraba por el beneficio propio, e ignoraba las desigualdades sociales.

Cuando estaba en el instituto me empecé a interesar mucho por comprender de manera más profunda las diferentes ideologías políticas, tanto aquellas con las que sentía que comulgaba como aquellas que, como intuía, eran totalmente contrarias a mí. Leí bastante sobre Marxismo, ecologismo, y anarquismo, pero también me interesé mucho en tratar de entender el capitalismo y el neoliberalismo. Y aunque siempre me había considerado feminista, confieso que desde mi completa ignorancia, nunca indagué demasiado en el movimiento político como tal. En la universidad empecé a tener más contacto con la ecología política y formar parte más directa en el activismo político. Aprendí y crecí muchísimo, pero siempre me quedaba mucho más conocimiento por adquirir.

El año pasado, a partir del 8M, empecé a investigar un poquito más sobre el feminismo y su historia, y a medida que leía más cuenta me daba de lo absolutamente ignorante que era. En verano decidí tratarme como a una tontita y me leí un libro buenísimo -y que recomiendo a todo el mundo que quiera instruirse- llamado Feminismo para principiantes, de Nuria Varela (excelente periodista y comunicadora). Y a partir de ahí ya el tema se convirtió en una obsesión (qué le voy a hacer, me obsesionan los derechos humanos). Desde entonces no he podido parar de leer sobre teoría feminista, y con cada página que termino, más fascinada por el tema me siento. Es un tema con tantísima profundidad, que se necesitaría toda una vida para abarcar todas sus sutilezas.

Ahora, lo tengo claro, no quiero perderme ni una charla ni un sólo curso sobre feminismo. Por eso, ayer asistí a unas jornadas feministas (a las que debería dedicar un post propio), y el sábado pasado asistí con total ilusión y motivación al curso que impartió Lidia Falcón sobre Feminismo y Política en la Librería Luces. Lo que ella ha impartido en universidades españolas en 9 meses, lo resumió en hora y media. Y puedo decir que fueron 90 minutos de tortazos en la cara continuos. ¡Madre mía! ¡Cómo se puede desconocer tantísimo sobre nuestra historia! En ese momento, me di cuenta, una vez más, de lo ignorantes que somos, de la incultura tan grande que padecemos en nuestro país, y lo mucho que se esfuerzan algunos en desmotivarnos para que permanezcamos en la ignorancia (y así la ultraderecha lo tenga más fácil para ganar poder).

Algunos, cuando ven lo poco que saben y lo mucho que les queda, se desaniman, pero a mí me sirve de subidón para querer ponerme las pilas y empaparme de todas aquellas personas que saben más que yo. Por eso, me rindo ante ellas en silencio con la intención de absorber al menos un 1% de su experiencia y sabiduría. Y así, ahora tengo claro que quiero dedicar mis días a formarme y a crecer. A no ceder nunca más a la falta de estímulos ni a la desidia que la sociedad nos inocula. Deseo implicarme al máximo en cada experiencia que viva para sacar el máximo provecho y aumentar mis conocimientos.

Sólo me queda la esperanza de no ser la única persona en el mundo con tantas ganas de aprender. Y sobre todo, espero que pronto la gente se dé cuenta de que no es que todo esté politizado, es que todo es política, empezando por lo más personal hasta lo más público. Por eso, para cambiar la realidad no sólo debemos cambiar nuestro entorno más cercano, sino que tenemos que exigir o, mejor aún, acceder a las esferas políticas para implantar medidas que nos beneficien a todos y todas. Así que no os olvidéis que el próximo 28 de abril tenemos elecciones generales y nuestros actos pueden influir enormemente en los resultados. 

¡En nuestras manos está ser parte del cambio!