It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

martes, 31 de diciembre de 2019

Balance 2019

Y por fin llega uno de mis momentos favoritos del año: el final. Y no porque me gusten los finales, sino por la nostalgia de recordar cada momento vivido y reflexionar sobre lo aprendido. Pero también porque los finales marcan nuevos comienzos, y estos siempre son emocionantes para mí. 

El 2019 empezó regular, yo estaba algo depresiva y me auguraba un año pésimo, pero ¡qué equivocada estaba! La verdad es que este año ha sido genial. Y, normalmente, cuando tengo un buen año siempre lo despido con gran pena y con miedo a no vivir algo igual. Sin embargo, este año puedo decir que me da igual lo que pase en el 2020 porque sé que, al final, traerá algo bueno siempre.

Si tuviera que resumir el año con una palabra esa sería, sin duda, catarsis*. Porque, aunque enero y febrero fueron meses de debilidad mental de los que creía que me costaría salir, en marzo me purifiqué y liberé de esas trágicas emociones que lideraron el comienzo del 2019.



                                                              





LO MEJOR
  • Haber descubierto el increíble poder de los hábitos y haber sido capaz de implementar una rutina que me ha aportado estructura, disciplina y estabilidad.
  • El activismo feminista con el que tanto aprendí (talleres, jornadas, lecturas), así como conocer en persona a Lidia Falcón.
  • Haber leído más libros que nunca (unos 37 en total) y haber vuelto a hacer uso de la biblioteca pública. Favoritos: El mundo de Sofía, Libera tu magia, Neoliberalismo sexual, Homo deus, Sober curious y El camino del artista.
  • Haber aprendido muchísimo sobre nutrición gracias a profesionales como Lucía Martínez, Carlos Ríos, Julio Basulto y Aitor Sánchez.
  • Haber descubierto el método Ikigai.
  • Los conciertos de Mariah Carey en Barcelona y el de Jamie Cullum en Marbella.
  • Haber integrado la meditación y el yoga en mi rutina diaria.
  • Haber tenido un verano extremadamente productivo.
  • Haber conseguido escribir todos los días durante los últimos 6 meses.
  • Haber alcanzado el récord en el número de publicaciones en mi blog (29 en un solo año).
  • Mis viajes a Galicia, Asturias, Rumanía, Suiza, París, Madrid y Barcelona.
  • Los paseos por la naturaleza: Bosque de Cobre, sendero Río Fuengirola, Senda Litoral, Fragas do Eume, etc.
  • Las citas conmigo misma: visitas al Museo Thyssen y al Prado, almuerzos en veganos, tardes de cafeterías, rutas de librerías, etc.
  • Haber aprendido un poquito de rumano y de catalán.
  • Haber retomando mi pasión por la filosofía y haber leído a Nietzsche, Amelia Válcarcel o Ana de Miguel.
  • Series como Merlí, La Casa de Papel, Undone, Fleabag, Mindhunters o The end of the fucking world; y películas como Frozen 2, Una cuestión de género, Joker o Mujercitas.
  • Música: este año he escuchado a muchos compositores del romanticismo así como jazz instrumental. Aparte he descubierto a la cantante de pop moldava Irina Rimes.
  • Haberme sorprendido con el mundo de YouTube y algunos canales interesantes como: Raquel Bookish, Pick up Limes, Iris RoigNathaniel Drew o Mr Avelain.
  • Haberme reencontrado con mis amigos de Estados Unidos.
  • Haber disfrutado de mi trabajo, mis clases y mis alumnos más que nunca. 
  • Todos los métodos de organización que he descubierto: Konmari, Google Calendar, Google Keep, el bullet journal, cuadernos, la técnica pomodoro, etc.
  • Tener por fin un escritorio como lugar de trabajo, inspiración y creación.
  • El concepto danés hygge y su aplicación al hogar o a cualquier entorno.
  • Haber integrado el minimalismo un poco más a mi vida reduciendo mi consumo, reutilizando materiales viejos, yendo a mercadillos y tiendas de segunda mano, comprando a granel, etc.
  • Haberme carteado a la vieja usanza con algunos amigos.
LO PEOR
  • Crisis personal de principio de año.
  • Inseguridad, dudas, miedo.
  • Discusiones tontas.
  • Doble mudanza.
RESUMEN: 2019 ha sido el año de mi purificación, de reencontrarme con mi yo, de las citas a solas conmigo misma, de la contemplación de mis emociones, de los libros como mis mejores amigos, de la escritura como mi mejor terapeuta.

*Entre los antiguos griegos, purificación de las pasiones del ánimo mediante las emociones que provoca la contemplación de una situación trágica.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Próxima Estación: Invierno

Nunca me ha gustado esta estación o, al menos, no que yo recuerde. Quizá es de esas cosas que el subconsciente entierra. Tal vez hubo una vez en la que amaba esta época del año: la llegada del frío (en el hemisferio norte), la ropa de abrigo, las vacaciones de navidad, las comidas familiares, la ilusión de recibir regalos... Quién sabe, puede que en el fondo de mis recuerdos quede algún resquicio de afecto hacia el invierno.

Lo cierto es que este año he conseguido reconciliarme con los ciclos de la vida. He aprendido, o más bien he recordado, que la vida es una sucesión de etapas, fases y experiencias, todas diversas e igual de necesarias. Hay un momento para todo. Hay una tiempo de cosecha, de recoger lo sembrado, de florecimiento de vida; hay una época para disfrutar del exterior, del calor, y la luz solar; hay otra para volver a la rutina, comenzar a organizarse, y acostumbrarse al acortamiento de los días; y luego está el invierno, época de recogimiento, introspección y cierre de ciclos por antonomasia. 

El invierno ha sido para mí durante los últimos años una época de ánimos bajos, de pocas energías, de días apagados y estados depresivos. Era pasar mi cumpleaños y siempre entraba en una espiral descendente hacia lo más profundo de mis penas. Y al pensar en enero sólo deseaba ser una osa para hibernar y no despertar hasta primavera. No encontraba nada en los meses de diciembre, enero y febrero que me motivara o me hiciera ilusión (quitando mi cumpleaños y Nochevieja). Estos son y han sido siempre para mí meses de frío, literal y figurado. Y el frío, cuando se te mete por dentro, no es agradable. Te destempla el cuerpo (y el alma), te deja con las defensas bajas (también las mentales), y te vuelve vulnerable y susceptible a coger catarros. O como decimos vulgarmente: nos ponemos malas. ¡Malas! ¡Qué palabra tan acertada! Así me solía poner cada vez en invierno: mal.

Sin embargo, este año, como decía más arriba, puedo decir orgullosa que me he reconciliado con el carácter cíclico de la vida en general y con el invierno en particular. Me he dado cuenta de que el invierno no sólo es necesario, sino que puede ser agradable. Puede que haya pocas horas de luz (en comparación con el verano) y que la oscuridad -en su amplio sentido- reine sobre todo, pero ¿acaso no precisamos de oscuridad para percibir o apreciar la luz? El invierno precede a la estación de la vida, de la alegría, de la cosecha... y para recoger frutos no sólo hay que sembrar, sino que también se ha de ser paciente y esperar. El invierno es ese momento perfecto para practicar ese no-hacer-nada, esa quietud. Y por eso estos meses son ideales para recogerse pronto, quedarse en casa y dedicarnos a la introspección. Es la época del año idónea para cerrar un ciclo, echar la vista atrás, hacer balance y crítica, y reflexionar sobre qué aspectos queremos mejorar o cambiar en el nuevo año que comienza.

Después de depositar estas palabras aquí a modo de casi terapia y releerlas puedo decir que, así sobre papel, ¡me encanta el invierno! Porque, aunque siempre la haya visto como la "muerte" del año, ¿acaso la muerte no es también parte de la vida? Así que, ¿por qué seguir tratando esta muerte figurada como un tema tabú cuando podría estar despidiéndome con cariño de mi yo del 2019 y preparándome con ilusión para mi yo futura?

domingo, 15 de diciembre de 2019

Amarga navidad

Si hay una época del año extremadamente desconsiderada e irrespetuosa con el planeta, las personas y los animales, esa es sin duda la navidad. Así con minúsculas, porque no se merece más. Y como ya bastante navidad tenemos por todas partes en este mes de diciembre y la semana que viene la tendremos hasta en la sopa (la de mariscos que todo el mundo se estará comiendo a pesar de no poder permitírselo), quería hacer mi pequeña reflexión sobre estas fechas ahora, para no tener que dedicarle ni un minuto de atención en los días en los que nadie hablará de otra cosa.

Como cada año, me queda soportar caras de asombro y medio indignación de la gente cuando me oye decir que no soporto la navidad, como si fuera impensable que alguien pudiera sentir rechazo por esta festividad. Y lo cierto es que la navidad se ha convertido en un tema tabú, intocable, sagrado, al que no se le puede mencionar de forma crítica ni negativa. Podemos hablar de política y criticar a sus representantes, podemos hasta debatir sobre religión y recriminar a sus dirigentes, pero la navidad no. La navidad es un ente precioso digno de alabar y adorar. ¡Es tan bonita la magia de la navidad! Joder, qué bien se lo ha montado el capitalismo para que hasta los más ateos y antisistema acaben celebrando con orgullo e ilusión estas fechas (mi yo pasada incluida, que aquí no se libra nadie).

Porque colegas, en navidad no celebramos el nacimiento de Jesús, y tampoco es una excusa de origen pagano para tener vacaciones, salir de fiesta y ver a la familia y amistades. La navidad, hoy día, es un producto muy bien moldeado por el sistema capitalista. El señor Capital quiere que consumas, y para ello te habla de las bondades de estas fechas, te la vende con anuncios ñoños, y mensajes con sobredosis de azúcar para que te resulta una dulce, dulce experiencia. ¿Porque a quién le amarga un dulce? ¡Hasta el Grinch, con lo rancio que es, acaba cayendo ante los encantos de la navidad! Porque da igual cómo la celebres, lo importante es que le des tu propio significado y lo hagas. Y si no, es que tienes un trauma.

Si pensamos en la navidad, ¿qué se nos/me viene a la cabeza? Luces pagadas con los impuestos de todos (cristianos, musulmanes, ateos y agnósticos); negocios decorados excesivamente durante dos o tres meses; villancicos relatando lo grande que fue Jesús, nuestro único salvador, sonando a todas horas en edificios públicos; niños ilusionados porque unos señores de Oriente -o un gordo bonachón diseñado por Coca Cola- van a traerle decenas de presentes a ellos mientras que a los niños  de los países empobrecidos seguirá obsequiándolos con malnutrición y guerras; padres endeudados con el banco para poder comprar a sus criaturas la última Barbie anoréxica o el último juego de pegar tiros; contenedores llenos de envoltorios de plástico o de materiales de un sólo uso (que acabará en los océanos contaminando sus aguas y matando animales); comidas copiosas donde los protagonistas son los animales muertos (cochinillo -que viene a ser una cría de cerdo-, cordero, ternera... sí, todos esos bichos tan monos que decoran los almanaques del año nuevo y que dan forma a los peluches que regalamos a los niños); madres y abuelas esclavizadas en la cocina para tener a todos contentos; encuentros con familiares a los que vemos una vez al año y con los que no hablamos casi nunca; mensajes de WhatsApp en cadena donde te sugieren que bombardees a 15 de tus contactos con el mismo mensaje impersonal y carente de sentido para que la Virgen (que, por cierto, ni era virgen ni santa, porque las mujeres también follan) no te maldiga con un año de mala suerte... En fin, todo muy bonito.

«Pero luego bien que disfrutas de las vacaciones de navidad, ¿eh?» Esta frase no sé si me da pena o risa. Aunque luego recuerdo que cuando uno se ve invadido por el espíritu del capitalismo de la navidad, se olvida de la clase obrera y de su lucha para conseguir derechos para los trabajadores como podían ser las vacaciones, o de que miles de años antes de Jesús ya existían otras tradiciones paganas (¡incluso las vacaciones!).

Hablando de trabajadores, ¿alguien se para a pensar en esta clase social y las horas extra y de estrés que echa cuando hace sus compras navideñas? ¡Ay, qué bueno es el capitalismo! Siempre ofreciendo trabajo a las clases más desfavorecidas para ellos poder seguir enriqueciéndose a costa de las "necesidades" de la plebe. Porque, ¿cómo vas a dejar a un niño sin regalos y sin inculcarle el valor de los bienes materiales? ¿Cómo vas a dar un regalo envuelto en papel reciclado -¡o sin envolver!- teniendo en el chino el rollo de plástico con brillantina a 1€? ¿Cómo vas a comerte una ensalada o una cremita de verduras en nochebuena pudiéndote comer un cochinillo, una sopa de mariscos, un plato de jamón ibérico, y una bandeja llena de turrones?

Lo último que queremos en navidad es dar imagen de cutres y miserables, vaya ser que Papá Noel nos vea y se dé cuenta de que hemos tenido en cuenta al planeta, a las personas más desfavorecidas y a los animales y nos quedemos sin regalos. Y quedarse sin el reloj de pulsera, la colonia, el pijama, los calcetines y la caja de Ferrero Rocher en estas fechas es muy triste...

¡Y que conste que me encantan los pijamas y los calcetines!





sábado, 7 de diciembre de 2019

Multiorgásmica



orgasmo

Del gr. ὀργασμός orgasmós.
1. m. Culminación del placer sexual.

El diccionario, como siempre, tan impreciso y deficiente. Porque, ¿acaso sólo se puede sentir esa culminación de placer extremo y rebosante tras acabar el acto sexual? Y, ¿qué es un acto sexual de todos modos? ¿Es que sólo se puede hablar de sexo cuando dos (o más) personas unen sus cuerpos para proporcionarse placer físico? ¿Acaso los otros tipos de placeres no podrían equipararse al obtenido en el acto sexual?

No me gusta reducir la palabra orgasmo a aquello que sentimos cuando "terminamos" de mantener relaciones íntimas o, quizá, es que deberíamos hablar de diferentes tipos de orgasmos (se me vienen a la cabeza conceptos como "orgasmo cerebral" o ASMR) porque a mí se me ocurren infinidad de situaciones en las que lo que siento se parece mucho a lo que se experimenta en un orgasmo. Y tal vez sea ese realmente el significado de ser una persona multiorgásmica: el de obtener orgasmos de múltiples formas.

La propia concepción de sexo está equivocada. A menudo, cuando se habla de sexo, se visualiza un hombre y una mujer e, inevitablemente, se piensa en penetración y eyaculación (¡todo tan falocéntrico!). Y en el peor de los caso se piensa en reproducción de la especie. ¡Qué visión tan simplista y aburrida del sexo y del placer! Reducirlo todo al contacto físico de dos (o más) cuerpos, como si la mente o el alma no tuvieran capacidad de sentir placer y experimentar orgasmos. O tal vez sea cierto que haya personas que sólo sean capaces de sentir placer a través del físico. ¡Qué tristeza!, pienso yo. Por suerte, no es mi caso.

Porque a fin de cuentas, ¿qué es un orgasmo en realidad? Es una descarga de tensión (sexual) que nos produce un aumento de la presión sanguínea, aceleración del ritmo cardíaco, espasmos musculares, liberación de oxitocinas, prolactina y endorfinas, y, además, nos proporciona euforia primero, y un efecto relajante después. ¿De verdad hay personas que sólo experimentan estas sensaciones con la estimulación genital? Una conversación interesante, un paisaje impresionante, un libro que te atrapa, una película u obra teatral, la belleza de una pieza musical, un buen festín gastronómico, una fantasía, un sueño... se me ocurren tantos escenarios donde experimentar un orgasmo. Llamadme exagerada, decidme que hago un mal uso de la lengua (castellana), vale, puede que tengáis razón, pero entonces dadme una palabra más exacta para definir lo que siento cuando mi mente se ve invadida por hormonas del placer y todo mi ser experimenta ese estremecimiento eufórico y deliciosamente sensual.

¿Alguna sugerencia?

domingo, 1 de diciembre de 2019

Tempus fugit

Se aproxima el día de mi natalicio y nunca había pensado tanto en el paso del tiempo y en cumplir años como ahora. Cumplir años no ha sido nunca motivo de trauma para mí, al revés, siempre lo he celebrado como algo por lo que estar feliz y agradecida. Cumplir años significa estar viva, crecer, ganar en vivencias, aprendizaje y experiencias varias, lo cual es muy positivo. Pero,  últimamente -no sé si por mi continuo trato con niños y personas más jóvenes- pienso demasiado en aquellos años de niñez o adolescencia.

Siempre he sido muy nostálgica y he recordado el pasado con añoranza y cariño, como algo hacia lo que mirar con mucho mimo, pero nunca como algo a lo que volver. Bueno, no voy a negar que a veces he querido volver mil veces a mi infancia y quedarme ahí eternamente, pero nunca me había ocurrido con otras etapas de mi vida. Como decían en El Rey León, pensaba que había que dejar el pasado atrás.

Siempre repudié los años de instituto y me alegré de haber dejado atrás la adolescencia. No fue una etapa fácil. Entre las hormonas, mi introversión y timidez extremas, los problemas familiares y mis dificultades -y falta de interés- a la hora de socializar, no recuerdo esta etapa de mi vida como una especialmente feliz. Sin embargo, a día de hoy pienso a menudo en todo lo que haría y cómo me comportaría si pudiera volver a aquellos años. Hay veces en las que me encantaría volver a tener 16 años pero con la experiencia y conocimientos que tengo ahora. Claro que entonces no sería lo mismo, porque la gracia de ser adolescente es justamente el estar "empanada" e ir descubriendo la vida y sus contratiempos poco a poco y sobre la marcha. De seguro yo no sería hoy la persona que soy de no haber sido por aquella adolescencia.

Supongo que ahora entiendo cuando las madres y padres nos decían que hiciéramos esto o aquello. Ahora comprendo que lo que querían era enmendar los errores que habían cometido. Y a menudo yo siento la tentación -y a veces peco- de decirles a mis alumnas/os lo que creo que "deberían" hacer, o más bien, lo que me gustaría hacer a mí si volviera a tener su edad. Pero ya sabemos que todo consejo o sugerencia que venga de personas mayores será rechazado porque total, nos hablan desde su punto de vista de adultos amargados y frustrados... ¡Pero cuánta razón tenían muchas de las veces!

No me malinterpretéis, las personas adultas no siempre tienen razón, y no siempre tenemos que escucharlas. De hecho, a veces, la única manera de aprender es ignorándolas y haciendo lo que nos viene en gana. Las hostias hay que dárselas por cuenta propia, sin suelos acolchados. Lo que sí creo que deberíamos hacer más a menudo es escuchar a los más jóvenes, porque quizá nos ayuden a recordar todo aquello que fuimos o quisimos ser y que nunca deberíamos haber dejado de ser o intentado. Tal vez, volver a ser un poco niña o adolescente de vez en cuando no sea malo. A veces, quizá, deberíamos olvidarnos de ser personas maduras y sensatas y cometer alguna locura o ser un poco más impulsivas. La travesura es sana, y divertida. Y la diversión rejuvenece.

Como rezaba aquella frase de Oliver Wendell Holmes que leí en un muro: una no deja de jugar porque se hace mayor, se hace mayor porque deja de jugar. Y qué queréis que os diga, yo estoy a punto de cumplir la edad de Cristo y no quiero ni ser crucificada, ni envejecer. Entonces, habrá que jugar un poco, ¿no?

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Propósito vital

¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué estamos aquí? ¿Tenemos alguna misión que cumplir? ¿Cuál es nuestro cometido? Estas son algunas cuestiones que la filosofía se ha planteado desde que la humanidad se hizo consciente de su propia existencia. Pero, ¿tienen respuestas estas preguntas? Y si las tienen, ¿nos sirven de algo en nuestro día a día?

Hay quien cree que somos un cuerpo con alma, creaciones de un ser todopoderoso y omnipresente, y que nuestros actos tienen unas consecuencias que se pagarán en el más allá, ya sea yendo al cielo (si hemos sido "buenos") o yendo al infierno (si nos hemos portado "mal"). Hay quien, por el contrario, piensa que somos meros cuerpos con vida que un día morirán, se pudrirán y nadie tendrá en cuenta nuestro paso por el mundo. 

Para muchas personas, la primera opción da sentido a nuestra existencia, pues significaría que hemos venido aquí para algo, pues luego hay un más allá que poblar y el casting que hay que pasar es la propia vida. Por tanto, el sentido de nuestras vidas sería pasar esas pruebas y demostrarle a esa fuerza creadora -llamada dios por la mayoría- que somos dignos de ese paraíso y de servirle por toda la eternidad. Así que, supongo, que nuestro propósito vital en ese caso sería convertirnos en dignos y fieles siervos

Por otro lado, tenemos a aquellas personas que creen que nuestro paso por este planeta es puramente casual y carece de todo sentido espiritual. Esto, para muchos, podría ser motivo suficiente para vivir sin reglas, sin ética y sin moral porque total, ¿para qué portarse "bien" si no vamos a obtener ninguna recompensa? Las personas creyentes, a menudo piensan que los ateos no se rigen por ningún código moral, ni tienen la necesidad y que, por tanto, son peligrosos pues pueden tentar a los que sí intentan obrar "correctamente". Pero, ¿qué clase de afirmación simplista y vacía de análisis es esa? ¿Acaso es necesario que exista un ser todopoderoso para demostrar que podemos hacer el bien? ¿Acaso los mortales son tan insignificantes que obrar bien por y para ellos es tan inútil? 

La humanidad no es la misma ahora que antes, y ello se debe a la evolución natural que todos los seres vivos experimentamos. Sin embargo, la nuestra, la humana, es una evolución diferente, "especial" (que no superior o más valiosa), y todo porque disponemos de algo que otros no: la capacidad de razonar. Ese raciocinio nos ha hecho reflexionar y replantearnos nuestros principios y valores a lo largo de la historia. Lo que antes era aceptable, ahora no lo es. Y este cambio de perspectiva, se debe a nuestra capacidad de análisis y crítica.

Como animal tengo algo que se llama instinto de supervivencia y deseo de vivir. Por todos los medios, mi naturaleza me empujará a vivir. Y como ser racional que soy, entenderé que si yo deseo vivir, los demás también. Por tanto, por lógica, sabré que quitarle la vida a otro no está bien. No necesito ningún dictado moral proveniente de un ser superior. Mi propia conciencia es capaz de advertírmelo. Igualmente, mi intelecto también es capaz de deducir otros principios morales sin necesidad de que nadie ni nada me lo diga. 

¿Necesitamos, pues, un dios para saber qué es lo correcto y qué no? ¿Necesito que alguien me explique que privar a alguien de libertad está mal? ¿Necesito que alguien me explique que humillar, denigrar o utilizar a alguien no está bien? ¿Acaso no me basta con saber que yo misma no querría eso para mí? Por tanto, podría concluir que el fin principal de hacer lo correcto es el de asegurarme una convivencia pacífica con las otras personas, pues si yo las trato bien, ellas también lo harán (ver la Regla de Oro de la ética o el Imperativo Categórico de Kant). 

Una vez sé que (independientemente de que exista o no un paraíso donde sólo van los buenos) aquí en la tierra necesito convivir en paz con otros, descubro que tal vez mi propósito vital no sea el de contentar a un solo ser poderoso y sediento de seguidores, sino el de hacer la vida de mis semejantes lo más llevadera posible pues así yo también me beneficiaré. Y entonces, me pregunto ¿no será por eso que hemos evolucionado como especie? ¿No será por eso que cada vez somos un poquito más humanos? ¿No será que hemos entendido que nuestros actos hoy, tienen consecuencias en el mañana? Y ¿no será que, aunque no podamos presenciar todas esas mejorías futuras, el sabernos parte del cambio nos reporta satisfacción? ¿No será que el querer ser mejor persona no tiene por qué ser un acto egoísta para ganarnos la simpatía de un dios todopoderoso sino un acto altruista que hacemos en beneficio de TODA la humanidad, presente y futura? Y ¿no será que nuestro deseo de cambiar el mundo podría ser nuestra misión, nuestro propósito vital y el sentido de nuestra vida?

miércoles, 30 de octubre de 2019

Opus pleblem exaltavit

Karl Marx decía que el trabajo aliena, pero también se dice que nos puede realizar como personas. Yo estoy de acuerdo con ambas afirmaciones. También hay quien dice que todos los trabajos son iguales (no tengo muy claros cuáles son los criterios que se tienen en cuenta para tal medición), o que tienen el mismo valor (¿en qué sentido?), pero ante afirmaciones tan vagas y superficiales, me temo que tengo que disentir. ¿Son todos los oficios capaces de realizar a las personas de la misma manera? ¿De qué manera trabajar en un matadero, por ejemplo, puede realizar a una persona? Sin duda definirá a esa persona y dará forma a sus valores, pero ¿puede esa persona decir que su trabajo le hace feliz, que siente que aporta valor al mundo? Y si lo hace ¿qué valor es el que aporta? ¿Es lo mismo dedicarse a la medicina que a producir armas? 

Lo cierto es que yo no puedo hablar de profesiones que no sean exclusivamente la mía. Una que, casualmente, yo nunca elegí por voluntad propia ni nunca deseé o imaginé tener. La enseñanza siempre fue algo que jamás pensé que podría disfrutar. ¿Trabajar con niños o adolescentes? ¿Tener que hablar en público? ¿Tener la paciencia de explicar lo mismo una y otra vez? Imposible, eso no era para mí. No obstante, por casualidades -y fallos técnicos- de la vida, acabé en una academia (mi academia, donde yo había estudiado, aprendido y crecido) dando clases de inglés a niños de 6 años. Así empezó todo. Como un error, una emergencia, un trabajo que necesitaba y que no podía rechazar. Y 10 años después ahí sigo, en el mismo lugar, en el mismo puesto, pero con más grupos y algo más de experiencia. 

Yo quería ser veterinaria, y luego traductora. En ninguno de esos dos trabajos tenía que tener ningún contacto con personas, o al menos no demasiado. En el primero sólo quería estar cerca de animales y ayudarlos, y en el segundo me imaginaba en casa detrás de un ordenador, sola, traduciendo libros sin tener que relacionarme con otros seres humanos. La cosa es que no me veía transmitiendo nada a otras personas porque me veía incapaz de expresarme abiertamente sin sentir vergüenza o inseguridad. Prefería algo que me mantuviera en mi propio mundo. Y fíjate por dónde, acabé en un trabajo donde tenía que comunicarme constantemente con otros. Hablar, explicar, escuchar, propiciar conversaciones, repetir, ayudar, corregir, sugerir, animar, evaluar... todas ellas tareas que yo solita tenía que llevar a cabo. ¡Yo que me definía como tímida e insegura! Yo tenía que ayudar a otros a formarse, a aprender, a ser mejores cada día, a saber más y mejor, a aplicar lo aprendido, a creer en ellos y ellas. ¿Cómo iba a hacerlo? No sé cómo, pero lo hice y lo intento hacer cada día.

Este trabajo empezó como un reto, y a día de hoy se ha convertido en mi propia escuela de la vida. Este trabajo me ha demostrado que yo era capaz de hacer y conseguir mucho más de lo que yo jamás hubiera imaginado (no tanto porque no creyera en mis capacidades, sino, sobre todo, porque no me motivaban). Y no sólo eso, me ha enseñado muchísimas más cosas. 

Esta profesión me ha obligado a salir de mi burbuja introvertida y me ha obligado a "socializar" y estar en contacto con seres de mi especie. Y así me ha dado la oportunidad de asomarme a otras realidades: la de cada uno de los cientos de alumnos y alumnas que he tenido a lo largo de estos 10 años. El escuchar y conocer las historias que cada uno/a tenía que contar me ha ayudado a convertirme en una persona más abierta y tolerante. El tener que tratar con personas con gustos, ideas y opiniones tan diferentes entre sí y a las mías, ha puesto a prueba mi paciencia y mi comprensión. A día de hoy soy capaz de entender un poco mejor lo que lleva a cada persona a pensar y actuar de la manera en que lo hace (aunque siga sin estar de acuerdo en algunos casos). Y al ocurrir todo en un entorno principalmente profesional, no me queda otra que poner en práctica mi objetividad e imparcialidad. Esto hace que consiga ver y tratar a todo el mundo de la misma manera, dejando a un lado mis sentimientos y opiniones personales (que los tengo, por supuesto, pero en clase tengo que reprimirlos aunque sea un poquito), cosa que fuera del trabajo me cuesta horrores.

Además, ser profesora, aparte de ser sinónimo de impartir un temario específico de la asignatura en cuestión, va más allá. Estar al frente de un aula me ofrece la oportunidad de dejar algún tipo de huella en las próximas generaciones, por ello creo que es importante para mí ser consciente de qué digo y cómo lo hago. Me da la oportunidad de mostrar a los demás otras formas de ver el mundo y de expresarse. Al ser un idioma lo que enseño, me permite plantar una semilla en las cabezas de los estudiantes, la de pensar y comunicarse de otra manera. Esto da a cualquiera una amplitud de miras envidiable y digna de admiración. Poder expresarse en otro idioma, uno que además es usado internacionalmente, es un regalo, pues permite al/la que lo maneje tener acceso a más mundos y culturas. 

Dedicarse a la enseñanza no es sólo explicar, mandar deberes y corregir exámenes en horario lectivo (y muchas horas de preparación fuera de clase). La persona que es docente, lo es prácticamente las 24 horas del día. Irremediablemente tenemos -o lo siento yo así- la obligación y la responsabilidad de, no sólo transmitir conocimientos, sino también valores. Y en el proceso, mi trabajo me regala la bonita oportunidad de ver crecer a esas personas con las que comparto espacio cada semana. El contacto con ellas me enseña nuevos puntos de vista y me hace crecer a mí también como ser humano. Todo este dar y recibir constante crea, irremediablemente, unos lazos a nivel personal difíciles de obviar. 

Mi trabajo, no es como otro cualquiera. Mi trabajo, creo yo, tiene un valor especial, añadido. Uno que lo hace más humano, más esencial, más imprescindible. Mi trabajo no es sólo una actividad que me da dinero cada mes, ni siquiera es sólo una parte de mi vida, es lo que me define en gran medida como persona. Es lo que da un propósito y dignidad a mi paso por este mundo.

sábado, 19 de octubre de 2019

Creatividad


Desde de la niñez nos hacen creer que la creatividad es algo que sólo atañe a las personas con algún talento especial o que se dedican a las artes tradicionales. En la escuela fomentan que hagamos uso de esa creatividad y nos invitan a dibujar, colorear, cantar, bailar... todo con el fin de aprender nociones básicas y de desarrollar nuestras capacidades psicomotrices e intelectuales. Normalmente, cualquier dibujo que hacemos o frase que construimos es aplaudida porque quieren reforzar nuestra autoestima y estimularnos para que sigamos adquiriendo destrezas. A medida que vamos creciendo, esos halagos empiezan a convertirse en pequeñas críticas y observaciones con la intención de que mejoremos y perfeccionemos nuestra técnica. No te salgas de las líneas, no uses esos colores, hazlo más pequeño, más grande, cópialo de nuevo, mejor déjalo... Este tipo de sugerencias nos empiezan a descubrir cuáles son nuestras limitaciones y qué se nos da mejor y qué peor, todo ello, obviamente, siempre en base a los cánones establec
idos.

Cuando nos hacemos mayores afirmamos frases como yo es que no sé dibujar, se me dan fatal los idiomas, no tengo absolutamente ningún talento, no tengo imaginación... Puede que estas afirmaciones sean verdaderas en cierto modo (ya sea por falta de interés, motivación, práctica o constancia), pero ello no quiere decir que no podamos aprender, avanzar, hacer otras cosas o intentarlo. La creatividad no es un don que sólo algunas personas tienen el privilegio de disfrutar. La creatividad es en realidad una cualidad inherente al ser humano.

Todas las personas poseemos creatividad, pues no hay nadie que no sea capaz de crear algo. Crear algo no tiene que ser lo que se entiende por una "obra de arte"-ya sea un cuadro, una pieza musical o una novela-. Crear algo es hacer cualquier cosa que salga o ocurra fuera de nuestras mentes. Pero hay quien piensa que para crear algo hay que ser artista, tener inspiración, tener un talento especial. Y la verdad es que estas creencias son a su vez falaces y ciertas. Falaces porque no hace falta ser músico, tener un oído absoluto o estar poseído por alguna musa inspiradora para crear nada. Y ciertas porque en el fondo todos somos artistas, tenemos algún talento y alguna vez nos visita la señora inspiración (aunque no nos demos cuenta).

El problema es que no nos lo creemos porque, por una parte, idealizamos el concepto de creatividad y, por otra, nos han bloqueado la fuerza creativa. Y esto se debe a lo que vivimos en nuestra infancia. Si nuestro entorno estaba impregnado de no puedes, no sabes hacer nada bien y anda quita que ya lo hago yo, probablemente estas sean nuestras creencias actuales, o como mínimo serán el motivo por el que no nos atrevemos a hacer más cosas o por el que no valoramos lo que hacemos como creaciones. No obstante, si creciste en un ambiente donde reforzaban tu libertad creativa y te felicitaban -aunque fuera de vez en cuando- por las cosas que hacías "bien", tienes más posibilidades de creerte una persona creativa o con capacidad de serlo al menos.

Una parte de mí siempre creyó que ser creativo tenía que ver con hacer cosas artísticas, y a menudo me frustraba pensar que no sabía dibujar, que era incapaz de rimar dos palabras, que se me daba mal tocar el piano, que no afinaba al cantar, o que me movía como un pato mareado al bailar. Me entristecía un poco no tener ningún talento artístico. Y por tanto pensaba que, simplemente, yo no era una persona creativa, aunque hubiera otras muchas cosas que sí se me daban bien (y de las cuales era consciente). Sin embargo, otra parte de mí creía que yo, en el fondo, era capaz de hacer casi cualquier cosa que me propusiera si le ponía ganas y era perseverante porque, por suerte, tuve unos padres que así me lo hacían creer. ¡Qué importante es que te refuercen la autoestima desde temprana edad!

Ahora, empiezo a comprender que ser creativa no tiene nada que ver con componer una ópera, escribir una novela digna de ser un superventas o pintar un Guernika. Cada vez que escribo sobre mi cotidianidad en mi diario, estoy creando. Cada vez que cocino algún plato -ya sea un potaje o un sándwich-, estoy creando. Cada vez que preparo café, estoy creando. Cada vez que explico algo en clase, estoy creando. Cada vez que produzco una oración, estoy creando. Cada vez que enciendo una vela, estoy creando. No hace falta mistificar el momento de creación, basta con ponerse a la tarea, sea la que sea. Simplemente se trata de hacer algo que te guste y de hacerlo lo mejor que sepas. En el proceso, estarás creando algo sin darte cuenta. Puede ser un perfecto poema dodecasílabo con rima asonante, pero también unas simples galletas o el dobladillo de un pantalón. Todo es creación en el momento en que la idea sale de nuestras mentes y se vuelven tangibles. Todo está impregnado de creatividad, porque esa es nuestra seña de identidad como especie, eso es lo que nos diferencia de otros animales: la capacidad creadora, el hacer las cosas no por mero instinto o reflejo, sino por puro placer.

Así que deja de ponerte excusas, deja de decir que no tienes talentos, que nada se te da bien, y ponte a crear algo. Pero hazlo porque sí, porque te gusta, por amor al arte. Y nunca dejes de hacerlo ni de creer que eso que haces por gusto no es algo fruto de tu creatividad sólo porque no sea considerado una obra de arte o no siga los cánones establecidos. Sigue haciéndolo hasta que deje de hacerte feliz, sin importar el resultado ni lo que opinen los demás. Porque creamos para compartir o dejar huella, pero también para expresarnos, conocernos mejor o simplemente disfrutar del momento.

viernes, 4 de octubre de 2019

Animal de costumbres


Se dice que el ser humano es un animal de costumbres, un ser social que necesita de unos hábitos y una rutina para funcionar correctamente. Y la verdad es que, en la sociedad que vivimos actualmente, no podría estar más de acuerdo.

Pero no siempre fuimos así. Hubo una vez en la que fuimos animales salvajes, nómadas que tenían que moverse para buscarse alimento. Nuestro día a día consistía en salir a cazar o recolectar con el único fin de sobrevivir. Luego, con el tiempo, encontramos la manera de hacer posible una vida más asentada, en la que nuestro objetivo no fuera simplemente comer para no morir, sino construir un hogar para no tener que estar en continuo movimiento, y tener un lugar a partir del cual desarrollar todas nuestras actividades.

Ahora somos todo lo opuesto a seres nómadas. Llevamos una vida de lo más sedentaria y de lo más cronometrada. Ya apenas queda lugar para la impredicibilidad, la incertidumbre o la improvisación. Tenemos unos horarios, unos deberes y unas tareas que cumplir. Esto suena aburrido, pero también puede usarse a nuestro favor.

Las rutinas pueden ser nuestras aliadas a la hora de aprovechar mejor nuestro tiempo en vez de ser algo que nos ata, condiciona y dice qué hacer y cuándo. Podemos usarlas para hacer aquello que nos inspira, motiva y divierte, en lugar de para hacer lo que se espera de nosotras/os. A menudo nos quejamos de que no tenemos tiempo para nosotros/as, y en la mayoría de los casos, así es. Pero eso no quiere decir que no podamos hacer nada y que sólo debamos limitarnos a trabajar 8 horas -o más-, dormir 6 -o menos-, y estar zombis el tiempo restante. Ya sean 4-5 horas o 30 minutos, está en nuestras manos el usar ese tiempo de forma eficiente o no.

Crear unos hábitos y llevarlos a cabo pueden marcar un antes y un después en nuestras vidas. Yo antes, aparte de seguir mi horario diario de trabajo como debía, mi tiempo libre lo dedicaba a descansar, hacer cosas que me gustaran o simplemente a hacer nada. Y luego, cómo no, me quejaba de que había muchas cosas que quería haber hecho y que no hice. Y no me refiero a obligaciones, sino a cosas que realmente me hacen sentir bien: escribir, leer, escuchar, música, ver películas, pasear por la naturaleza... A veces, hacía estas cosas, pero no con tanta frecuencia como yo quería, y no lo disfrutaba tanto como me hubiera gustado.

Ahora aprovecho mi tiempo al máximo, soy más eficiente y disfruto cada minuto. Y todo gracias a las rutinas que me impuse. Sí, me forcé a hacer las cosas que me gustaban. Porque me di cuenta de que si no lo hacía y no las convertía en un hábito, jamás las integraría en mi vida. Dicen que se tarda entre 21 y 60 días en integrar un nuevo hábito, y yo quería probarlo. Quería hacer de mis hobbies y pasiones unos hábitos de obligado cumplimiento y no acciones que, a veces por pura suerte, tenían lugar. 

Nos obligamos a levantarnos para ir a trabajar aún cuando no nos apetece porque sentimos que es nuestro deber. Sin embargo, con las cosas que nos hacen felices, nos relajamos y las dejamos de lado. Hace unos meses diseñé una rutina de mañana con cada hora cronometrada a la que asigné una actividad: una hora para meditar/hacer yoga, una hora para pasear, desayunar, leer, escribir y hasta para mirar redes sociales. Me puse un horario para absolutamente todo. Mi vida parecía la de un robot, todo medido al milímetro. Al principio pensé que podría resultar ridículo, exagerado y artificial, pero cuando pasaron unos días y veía que había automatizado esas cosas y que ya las hacía sola sin mirar a la hora y que las disfrutaba tantísimo, me di cuenta de que había merecido la pena pasar por esa etapa de robotización.

Pensamos que si queremos hacer algo, lo haremos. Pero no es así. A veces tenemos que obligarnos. Estamos rodeados de tantos estímulos y distracciones, que es normal que nos aparten de nuestras prioridades, como pueden ser nuestros hobbies, amigos, seres queridos o nuestro propio bienestar.

Todos queremos cuidarnos, estar sanos, pasar tiempo con los nuestros, hacer aquellas cosas que nos gustan, pero simplemente no hacemos nada -o no lo suficiente- por cumplirlo. Por ello, no está mal sentarse a veces, escribir una lista de cuáles son nuestros objetivos o propósitos y pensar qué podemos hacer para acercarnos a ellos. Y creedme, si no actuamos y no nos damos ese empujón, las cosas no ocurren solas. Si quieres pasar tiempo con los tuyos, tienes que levantarte, coger el teléfono y organizar una quedada. Si quieres leer, tienes que coger un libro, abrirlo y zambullirte en él. Y si no lo haces, lo apuntas en tu calendario como quien apunta una cita importante con el jefe y no faltas. Te programas y lo ejecutas. 

Los hábitos son necesarios, o al menos ayudan muchísimo. Pero estos no surgen de la nada, deben ser creados. Lo bueno de esto es que podemos elegir cómo y cuándo llevarlos a cabo, es decir, está en nuestras manos qué hacemos con nuestro tiempo. Así que basta ya de ponernos excusas para no realizar aquello que más nos gusta e intentémoslo al menos.


martes, 10 de septiembre de 2019

Odio

Se dice que la palabra odio es muy fea, pero más que la palabra en sí, obviamente, es su significado. Esta palabra evoca emociones muy desagradables, es cierto. Nadie quiere vivir en un mundo lleno de odio, porque este provoca rabia, ira, desprecio, repulsa... ¿pero quién no ha sentido estas emociones alguna vez?

Somos seres humanos y todos hemos sentido o sentimos a menudo estas sensaciones tan  negativas. A veces se nos llena la boca usando la palabra odio. Odio esto, odio aquello. A mí, sin ir más lejos, a menudo me dicen que uso muchísimo esta palabra, y es cierto. Aunque también es cierto que creo que soy una persona que en el fondo, realmente, no alberga nada de odio.

Yo soy una persona muy pasional y extremista con ciertos temas. También suelo ser bastante intransigente con las cosas que creo que debo serlas y tengo opiniones radicales. Y no lo voy a negar, por economía del lenguaje me sale más a cuenta decir que odio algo a decir que algo me indigna, enfada, o repele. ¿Pero qué hacemos con estas emociones? ¿Las reprimimos, las camuflamos, las maquillamos? De alguna forma habrá que canalizarlas para que no se nos enquisten, ¿no? Porque yo soy de las que piensan que la mierda hay que sacarla. Como cuando nos hacemos una herida. Esta no se cura hasta que no ha salido todo el pus. Pues con el "odio", o como queramos llamarlo igual.

¿Pero qué es el odio? ¿Cómo se ve el odio desde un punto de vista psicológico o, incluso, filosófico? Descartes veía el odio como la conciencia de que algo estaba mal combinada con el deseo de alejarse de ello. De forma un poco más extrema, Aristóteles creía que el odio era un fuerte deseo de aniquilación. Tras muchos siglos de análisis, la psicología también llegó a estudiar este sentimiento y Freud -en la línea de Aristóteles- lo definió como un estado del Yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. Vemos que más o menos todas hacen referencia a algo que nos provoca malestar y al deseo de eliminarlo. Pero, ¿eliminarlo cómo? ¿Se puede realmente eliminar ese sentimiento, ese objeto de discordia? ¿O, por el contrario, lo único que podemos hacer es transformarlo en otra cosa?

Yo personalmente creo que mientras no podamos eliminar de nuestro sistema ese sentimiento de odio, deberíamos al menos intentar canalizarlo de una forma sana y usarlo para construir algo que nos ayude a sentirnos mejor. Y no hablo de reprimir o fingir que no sentimos enfado o indignación. Sino de no dejar que nos afecte demasiado en nuestro día a día impidiéndonos hacer cosas productivas. A mí hay muchísimas cosas que me repatean y me revuelven el estómago, y no van a dejar de hacerlo. Tampoco voy a dejar de expresar mi rechazo por ellas, pues me sienta bien desahogarme ya sea sola en mi diario o con las personas más cercanas y que mejor me entienden. Lo que no voy a dejar que ocurra es que ese sentimiento me corroa por dentro y me impulse a llevar a cabo actos destructivos. Puedo fantasear con ello a veces, no lo voy a negar, pero no lo voy a materializar.

Y ¿qué hacer, pues, cuando nos invade la rabia, la ira o el enfado? Pues eso dependerá de cada persona. Lo más importante es dejarlo salir, nunca reprimirlo ni negar que existe. Podría dar miles de ideas de cómo transformarlo en algo constructivo: haciendo ejercicio físico, yendo al campo a gritar, vomitándolo en palabras en nuestro diario, haciendo técnicas de relajación, usando ese impulso para participar en alguna asociación que luche contra aquello que nos cabrea, expresándolo de forma artística, meditando, con visualizaciones...

Sin embargo, creo que lo más sensato y lo que realmente ayuda a sobrellevarlo es aceptándolo. Aceptando que no somos seres de luz angelicales que sólo sienten paz y amor, y asumiendo que tenemos nuestras partes oscuras. Reconociendo que somos animales y que la agresividad (que no la violencia, que es una conducta aprendida) es un instinto que durante milenios nos ha acompañado y hasta nos ha ayudado en nuestra supervivencia. Y teniendo claro que si no fuera por ese sentimiento de rechazo e indignación jamás habríamos evolucionado como especie. Porque es desde la rabia y desde el inconformismo donde nace el análisis crítico y la fuerza para transformar las cosas. Si no nos molestara las injusticias del mundo, si simplemente estuviéramos anestesiados y tan sólo sonriéramos complacientes y sumisos, jamás habríamos cambiado el mundo.

Así que, seguid enfadándoos, no os avergoncéis de sentir rabia. Eso os hace estar alerta y, sobre todo, os hará reaccionar y actuar de forma constructiva siempre y cuando no os dejéis dominar y consumir por ese veneno que puede llegar a ser el odio.



*Enlaces de interés:


jueves, 29 de agosto de 2019

Ilusiones

¿Qué sería de nosotros sin los sueños, las metas y las ilusiones? Muchos afirmarán que tener sueños no sirve de nada si no eres una persona con "suerte", o que son una pérdida de tiempo y que hay tener los pies en la tierra, ser realista y vivir el día a día que nos "ha tocado" vivir. Estoy de acuerdo en que hay que vivir en el aquí y en el ahora, pero lo cierto es que esas ilusiones que tenemos son sin duda el motor de nuestra existencia y es gracias a esas ensoñaciones por las que nuestra realidad se convierte en la que es.

Digan lo que digan, nosotros creamos nuestra realidad. Eso es lo que yo pienso. No hay suerte, azar, ni destino que valga. Todo lo que ocurre ha sido forjado por nuestros pensamientos, nuestros sueños y nuestros actos. Puede que todo esto suene muy místico (y quizá haya algo de ello teniendo en cuenta que, según la RAE, místico es aquello que incluye misterio o que trata de la vida espiritual y contemplativa), pero la verdad es que a mí me parece de una lógica aplastante. Si sueñas con algo, luchas por conseguirlo. Si haces todo lo posible por acercarte a ese propósito, al final conseguirás encaminar tus acciones hacia esa meta, y cuantos más pasos des en esa dirección, más rápido llegarás a tu destino. [OJO. Todo expresado en la primera condicional: oración que describe un hecho bastante probable]. Fácil.

Todos tenemos sueños, y el que dice que no los tiene, en realidad los está reprimiendo o aún no ha aprendido a creer en las múltiples posibilidades que ofrece el mundo y la vida. Yo tengo un sueño, o mejor dicho, tengo varios. Algunos más abstractos, otros más específicos. Algunos perduran en el tiempo, otros se van subiendo al carro sobre la marcha. Y, como ya he dicho antes, para mí los sueños son un motor, pues me ayudan a vivir la vida más intensamente y me permiten, no sólo disfrutar del momento presente, sino también ilusionarme por lo que está por venir. Mirar el calendario y ver tantos días por delante y pensar "¿Qué pasará mañana? ¿Y pasado?" O mejor dicho, "¿Qué quiero que pase?"

El que me conozca, ya sea mucho o poco, sabe bien cuál es mi pasión: VIAJAR. Por tanto, como es obvio pensar, algunos de mis sueños tienen que ver con recorrer lugares insólitos de este increíble planeta. Quiero dar la vuelta al mundo y visitar cada país que existe. Lo vuelvo a repetir pero a modo de afirmación, por si así cobrara más fuerza y se hiciera realidad. Voy a dar la vuelta al mundo y visitar cada país que existe. Lo podría decir más alto (de poder usar mi voz por este medio), pero no más claro. Sé que unos pocos me entienden, muchos creerán que es una locura, y algún que otro debe estar ya harto y aburrido de escucharme hablar de esta debilidad mía por coger una maleta y perderme...

Tengo ya en mente varios destinos y mi cabecita loca elucubra sobre ello a menudo. Imagino los países que visitaré, la época del año que elegiré, las personas que conoceré y que me acompañarán en mi travesía, los buenos momentos que viviré, también los contratiempos que tanta adrenalina me proporcionan, los instantes que dedicaré a escribir en mi diario, las fotografías que tomaré de los paisajes que tendré el placer de contemplar, las cartas que escribiré a aquellos con los que -desgraciadamente- no tendré la oportunidad de compartir la experiencia en primera persona, y también las postales que me llevaré de recuerdo a casa. Lo veo todo difuminado como si de una película mal sintonizada se tratase. 

¡Pero hoy no me centraré en viajar! Eso merece una entrada propia y hasta varios capítulos. Si me he sentado aquí (sin saber que fuera a salir todo esto de mis dedos), era para hablar de la importancia de ilusionarse por el devenir. Quiero dejar claro que tener ilusiones no debe ser sinónimo de vivir en un tiempo que no existe ni obsesionarse con lo que aún no ha pasado, es decir, con el futuro. Más bien se trata de tener fechas inconcretas marcadas en el calendario con aquellas cosas que nos gustaría lograr, y vivir el PRESENTE de acuerdo a lo que conseguir esos objetivos nos haría sentir, para así motivarnos a hacer realidad esas sensaciones. Pero, ¡cuidado con las expectativas! Se trata de imaginarse "superficialmente" lo que queremos pero dejando lugar al factor sorpresa. Ay, ¡qué emocionante es la incertidumbre! Confiar en que algo ocurrirá pero no saber cómo, cuándo, ni dónde. ¿No os parece fascinante?

Como digo, tengo muchos sueños que cumplir, pero en general no me gusta hablar mucho de ellos porque soy un poco reservada con mis deseos más íntimos y personales. Me gusta fantasear sobre ello yo sola para evitar que la gente opine demasiado sin tener por qué o escuchar comentarios desalentadores o de mofa (sí, hay a quien le gusta hacer estas cosas). Disfruto más planearlos en secreto y luego dar la noticia a los demás sin demasiadas explicaciones (como hice cuando me fui a EE. UU.). Así cuando se cumple el plan me siento -no sé por qué- más orgullosa de mí misma, por haberlo hecho todo yo sola. El "problema" es cuando alguna de esas ilusiones implica a otra persona... en ese caso el secretismo no ayuda. Así que no queda otra que abrirse y lanzarse a planteárselo.

Sea como sea, ya tengáis una ilusión individual o que queráis compartir con otra persona, no dejéis nunca de vivir por y para convertirla en un hecho. Si queréis hacer algo, no esperéis a que "la suerte os sonría", ni a que los "planetas se alineen", ni a que los demás te propongan la idea o te sirvan todo en bandeja. ¡Aventúrate! Y si tienes que llevar a cabo tu plan de vida en solitario, que así sea. Que nada ni nadie te frene. Que no llegue el día en que te arrepientas por no haberlo ni tan siquiera intentado. Nada hay más reconfortante y satisfactorio que saber que hiciste todo lo que pudiste por alcanzar esa meta. 


domingo, 18 de agosto de 2019

Inconformista crónica

La gente que me conoce sabe que soy muy crítica e inconformista. No suelo callarme las cosas y tengo opiniones bastante rígidas respecto a ciertos temas, y algunos me consideran tajante, extremista e intransigente. Y sí, muy probablemente estén en lo cierto.

Soy una persona que suele mostrar abiertamente su descontento siempre que tiene ocasión. Y sí, reconozco que soy muy crítica con la especie humana en general y muy exigente con la gente que me rodea. Estas características de mí pueden verse de tal manera que se me considere una persona negativa o pesimista, antisocial o, en el peor de los casos, amargada. Pero lo cierto es que me considero una persona bastante optimista y positiva.

Yo soy muy de reflexionar mucho sobre mí misma y mi alrededor y darle muchas vueltas a todo, analizando cada detalle y sacando conclusiones para aprender algo que me sea útil en mi crecimiento personal. Pero soy humana, y me equivoco (mucho). Y a veces en vez de crecer me ofusco, me agobio y no me entiendo ni yo.

El otro día mientras pensaba en cómo se me podría ver desde fuera (con esa imagen aparente de persona dura y tajante), llegué a la conclusión de que sólo se puede ser crítico si se tiene la esperanza y la seguridad de que ese algo que criticas puede mejorar. Así que viéndolo así, puedo decir que soy una persona muy positiva. Como ejemplo se me vienen a la cabeza varias situaciones. Pensad en vuestros padres o en aquellos profesores que creían en vosotros y os daban caña y os hacían crítica con el fin de que os esforzarais para conseguir ser la mejor versión de vosotros mismos.
No es que mi intención sea criticar a la gente y decirle lo que no me gusta de ellos para que cambien y sean como yo creo que deberían ser. Lo que quiero decir es que si alguna vez me indigno con la sociedad o los seres humanos es porque creo que pueden ser mucho mejores (todos podemos siempre aspirar a más), y me frustra que la gente no crea en sus capacidades y en el poder que tienen.

A menudo oigo a gente quejarse por cómo está la vida, pero pocas veces oigo que hagan autocrítica o miren cómo pueden cambiar su realidad. Siempre lo achacan a algo externo, y lo peor de todo, usando eso como excusa, afirman que ellos nada pueden hacer por cambiar el mundo, que no son nadie. ¡¿Y luego soy yo la pesimista?! Ay, cómo me gustaría que la gente creyera en sí misma y confiara en el poder de mejorar su situación y, por efecto dominó, la de su entorno.

Esto me lleva a pensar que las personas complacientes y conformistas, las personas que no expresan su descontento, que no son autocríticos constructivos, son personas que en realidad tienen cero fe en la especie humana. Simplemente se limitan a sobrevivir y a esperar a que todo pase. Porque cuando uno cree que algo puede ser diferente, ¿acaso no intenta hacerlo ver a los demás de alguna manera, ya sea diciéndolo, cambiando su actitud o sirviendo de ejemplo?

Los inconformistas estamos mal vistos en la sociedad. Tenemos fama de criticones, de soberbios, de rebeldes, de irreverentes, de maleducados, de intransigentes, de intolerantes, de antisistema...Yo seré todo eso, y criticaré al ser humano más que nadie, pero soy feliz. Puede que vaya a contracorriente y me pase ciertas normas sociales por el arco del triunfo, pero vivo como quiero y tengo una vida "perfecta". No puedo quejarme por nada en mi vida. Disfruto con donde vivo, me fascino con lo que experimento y aprendo cada día, trabajo donde quiero, crezco cada día con la gente que me rodea y todo -no por suerte, sino por mi actitud- me ha venido siempre rodado.

Si fuera una amargada de la vida o viera la vida con pesimismo, todo eso no sería posible y sería miserable. Repito. Sí, critico, y la gente me saca de quicio con muchos de sus actos, pero me encanta que esas diferencias me hagan pensar y me ayuden a ver qué es lo que no quiero en mi vida y qué debo hacer YO para modificar MI realidad. 

(in)Versos matinales

Tengo el alma nublada por un sentimiento precoz.
Cuanto más me acerco, más lejos estoy.
El tiempo se acelera, y con él las nubes se deforman con prisa.
La nitidez se difumina, y yo empiezo a ver borroso.
Pero entre la maraña de recuerdos logro vislumbrar una cerradura
a través de la cual miro y solo veo oscuridad... y estrellas.
Sueño con escurrirme a través de ella y caer boca abajo hacia el País de las Maravillas.
Y entonces ocurre.Mi mundo se pone del revés y lo que antes se apresuraba, ahora se ralentiza.
Todo cae. Todo es empujado hacia una fuerza imperiosa pero benevolente.
Mi cuerpo tira, pero mi alma me impulsa hacia la superficie.
Y nado.
Nado con todas mis fuerzas apartando con mis brazos todos los momentos que,fugaces, pasan por mi lado, ignorándome.
Pasados, presentes y futuros.
Todos entremezclados, como en una película mal montada.
Como si paseara por un bosque donde el follaje otoñal
no fuera más que un puñado de fotogramas dispersos, desordenados.

Y los pisoteo. Con fuerza. Con ganas. Con rabia.
¿Por qué es esta mi vida? Me pregunto.
Pero, ¿lo hago con desprecio o con gratitud?

sábado, 3 de agosto de 2019

Ambivalente

Tengo una confesión...

Soy misántropa.

Para el que no sepa lo que significa la palabra diré que viene del griego clásico: μίσω (miso): «yo odio», y άνθρωπος (anthropos): «ser humano».

No lo puedo evitar. Siento aversión hacia el ser humano, y el trato con las personas a veces se me hace muy difícil de llevar. La idea de pasar tiempo con personas aleatorias a menudo me incomoda por el simple hecho de imaginarme lo que esas personas puedan llegar a decir, hacer o pensar. En la mayoría de los casos creo que no me van a caer bien o no voy a sentir que encajo con ninguna de ellas. En el momento en el que me veo rodeada de gente, no puedo evitar callarme, meterme en mi mundo y observar.

Hay ocasiones en las que me irrita casi todo lo que hacen las personas. Me molesta cuando hablan de banalidades, cuando ríen falsamente, cuando hacen lo que "deben", cuando actúan como se espera de ellas, cuando se quejan por tonterías superficiales, cuando se muestran indiferentes ante las injusticias, cuando finjen que algo les gusta, cómo saludan y cómo se despiden (en España sobre todo), cuando dicen que te llamarán (y no lo hacen), cuando opinan sin saber, cuando repiten frases por inercia sin analizarlas, cuando no prestan atención a su alrededor, cuando no escuchan, cuando no aprecian lo que tienen, cuando se conforman con lo que hay, cuando no dicen lo que verdaderamente piensan, cuando son bienquedas, cuando responden de forma robótica a la pregunta "¿qué tal?", y así un largo etcétera. Por no mencionar lo mucho que me repugna lo destructivas que pueden llegar a ser algunas personas y las atrocidades que son capaces de cometer.
La cosa es que en lo más profundo de mi alma, esa misantropía se entremezcla con un sentimiento de curiosidad, fascinación e incluso amor hacia la humanidad, así como concepto abstracto.
Curiosa y extrañamente contrario a lo que dije previamente, a veces, me encanta verme sola rodeada de personas desconocidas con las que parece que no hay más remedio que comunicarse. Me alegra el día que alguien se me acerque y me pregunte algo con la intención de conocer algo de mí desde el más sincero interés. Me sorprende gratamente descubrir que tengo un lado paciente y comprensivo con las personas. Me encanta descubrir que tengo cosas en común con ellas (sorprendentemente, a veces, suelen ser muchas), pero también hablar de todas las cosas que nos diferencian y que tanto chocan pero que no impiden que podamos seguir hablando con respeto y hasta admiración.  Me encanta sentir esa "torta en toda la cara" cuando conecto o encajo con alguien que previa y prejuiciosamente no soportaba. Me encanta pensar por dentro "pues fíjate, me equivocaba y ahora tengo que tragarme mis palabras".
Me puedo pasar horas escuchando o leyendo a personas hablar de sus experiencias en la vida, sus sentimientos, aprendizajes y reflexiones. Me encanta cuando desde la más profunda honestidad (e incorrección política si fuera necesario) alguien se expresa abiertamente. Me fascina ver cómo la gente emprende aventuras en solitario sin importarle lo que los demás piensen. Me encanta la valentía de las personas que se atreven a ser ellas mismas. Me inspira ver a las personas unirse y luchar por aquello en lo que creen. Me deleito con las obras de arte y maravillas que algunas personas son capaces de crear, construir o aportar a la comunidad. Admiro enormemente a las personas inteligentes, organizadas en sus ideas y capaces de comunicarlas eficientemente. Me encanta cruzarme con personas desconocidas y que con pura y espontánea complicidad nos sonriamos. Me encanta subirme a un tren o un autobús e imaginar de dónde vienen y a dónde van las personas con las que comparto el mismo espacio durante horas. Disfruto mucho escuchando a las personas hablar de cosas cotidianas con total sencillez y desparpajo, haciendo de algo simple algo trascendental. Me enternece ver la complicidad y la sinceridad que se respira entre personas que se conocen y quieren profundamente.
¿Es esto posible? ¿Estaré más loca de lo que pensaba? ¿Se puede sentir amor y odio en la misma medida hacia la misma cosa?
Por suerte, mi incoherencia tiene nombre. O eso dicen las personas expertas en psicología:


En psicoanálisis, el concepto de ambivalencia (introducido por Bleuler en 1911) se refiere a una subrayada actitud emocional en la cual coexisten los impulsos contradictorios (usualmente el amor y el odio) que derivan de una fuente común y por lo tanto considerados como interdependientes. 

Pues nada, ya me quedo más tranquila.