It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

lunes, 21 de enero de 2019

Rara

Rara. Toda mi vida he cargado con esa etiqueta. Pero no lo digo como si hubiera sido algo que me haya pesado. Solo es una observación. Un papel que tengo asumido desde que tengo uso de razón y desde que la primera persona pronunció esas palabras en voz alta dirigiéndose a mí.

Callada, introvertida, solitaria. Siempre fui una niña a la que le gustó jugar sola, y si lo hacía acompañada tenía que ser con personas muy concretas cuando yo quisiera. En clase prefería tener un negativo antes que ofrecerme voluntaria a salir a la pizarra, aunque supiera todas las respuestas y estuviera deseando gritarlas a las cuatro vientos. Nunca olvidaré las palabras de aquella profesora "no basta con saber las cosas, hay que demostrarlo".

Me encantaba el colegio. Aprender, enseñar, ayudar a mis amigas con sus exámenes, estudiar, hacer mis deberes. Ver en mi horario que se acercaba la hora de matemáticas, conocimiento del medio o historia del arte era para mí motivo de celebración y motivación. Tenía tantas inquietudes, me gustaba tanto escuchar a los maestros (no solo a los de la escuela) y absorber sus conocimientos. Y de hecho aún recuerdo como si fuera ayer algunas de sus enseñanzas.

¡Empollona! Otra etiqueta que me pusieron en aquellos días. No es que me tirara horas estudiando, simplemente prestaba atención y tenía buena memoria. Sinceramente me interesaba lo que escuchaba. Aprendía con facilidad y sacaba notas excelentes. Y eso hizo que mis compañeros me miraran mal y se metieran conmigo. ¡Me lo gané a pulso por destacar!

Para rematar, atea. Por si fuera poco era la única niña en todo el colegio que no daba religión, no estaba bautizada (para mí abuela era "mora"), no creía en dios ni tenía interés en hacer la comunión (ni por los regalos, ni por llevar un vestido de "princesa" que me parecía de lo más ñoño). Y no es que me proclamara atea porque mis padres me impusieran esa creencia (o ausencia de ella). Ellos me explicaron las cosas y me dieron libertad para elegir. Y al parecer ya desde pequeña hice uso de mi racionalidad y sentido común y tuve claro que aquello de obedecer a un señor con barba imaginario y todopoderoso, no iba conmigo.

Estaba condenada a ser castigada e ir al infierno en cuanto muriera. O eso me decían mis compañeros de clase. Al parecer dios solo era bueno y misericordioso con sus seguidores (si dios tuviera Instagram su cuenta probablemente petaría). Esos que solo hacían la comunión por los regalos, y no por principios, sí serían salvados. Yo poco caso hacía a esas supuestas predicciones sobre mi futuro entre llamas. Me parecían ridículas (también crueles), pero nunca dejé que me afectaran porque el sinsentido pesaba más.

Por si fuera poco, mi color de piel y mis rasgos "exóticos" tampoco ayudaban. Negra o conguito eran apelativos que a menudo eran usados para referirse a mí. Y encima era bajita y menuda, lo cual mi físico no es que impusiera mucho, así que era fácil intimidarme (o intentarlo al menos). Hasta mi propio nombre llegó a ser motivo de insulto. Lo que nunca entendí fue la necesidad de "acosarme" de aquella manera cuando yo, no es que no me metiera con nadie, es que no hablaba con absolutamente nadie.

O quizá lo que les incordiara fueran mis extraños juegos, mi peculiar forma de vestir, o mis gustos personales. Al parecer jugar a ser "curadora de árboles" no estaba bien visto. Si no jugabas con los demás o a lo que a los demás quisieran, tenían que recordarte que la que se estaba saliendo del redil eras tú, y eso estaba mal. Y si encima proponías a tus amigos componer canciones, o escribir guiones de teatro en la hora del recreo y ellos te seguían, eras una mandona (y rara de cojones). Yo, a pesar de todo, seguía jugando a lo que me daba la gana.

El colegio parecía un lugar muy difícil en el que encajar. Sin embargo, gracias a mi poder de abstracción, yo fui muy feliz e hice algunos amigos con los que aún tengo contacto.

Pero luego llegó el instituto. ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a esforzarme por encajar, o iba a seguir dando la nota? Pues lo cierto es que ni me planteé esta pregunta. Fui de la única manera que supe ser: yo misma. Y eso significó acumular más etiquetas. Borde, antisocial, aburrida.

Aburrida fue quizá la que más años me acompañó. A día de hoy sigue siendo mi fiel compañera. ¿Salir con aquellos bullies que tenía por compañeros? Ni de coña. ¿Beber alcohol y matar a mis amadas neuronas mientras ingería un líquido de sabor asqueroso para acabar haciendo el idiota y no recordar nada al día siguiente? Tendría que ser muy tonta para haber querido eso por mí misma. ¡¿Y entonces qué iba a hacer para pasarlo bien?! ¿Cómo iba a ser socialmente aceptada y tener amigos guays? Pues supongo que mi concepto de diversión poco tenía que ver con consumir sustancias adictivas y que te hacían perder el control sobre tus propias acciones y recuerdos. Y que me aceptaran personas que, desde mi punto de vista del momento, parecían muy similares, tenían poca personalidad y además me juzgaban por tomar mis propias decisiones, no era precisamente una de mis prioridades.

El instituto fue una época extraña que ocupé haciendo pocos amigos (que aún conservo), descubriendo música nueva, explorando el mundo del cine, buceando en escritos sobre filosofía y política, escribiendo poesía, investigando la recién estrenada Red y enamorándome con el arte. Para la mayoría, tal vez, algunas de ellas cosas extremadamente aburridas o no propias de mi edad, pero que a mí me llenaban y hacían feliz. ¿Qué problema tenían los demás con que a mí no me atrajera nada meterme en un antro a reventarme los tímpanos con música machacona y letras denigrante (inicio del reggeaton), estar rodeada de babosos borrachos, y no poder intercambiar ni una sola palabra con los seres humanos (o zombis) que tenía a mi alrededor? A menudo me pregunto qué recuerdos guardan esas personas de aquellas noches de desfase. De qué manera les hicieron crecer. Seguro que algo aprendieron, no lo dudo. Lo que sospecho es que con cada copa que les sirvieron, todos recibieron una nota que decía "los que no beben son unos sosos", como en las galletitas de la suerte chinas. Y eso se les grabó a fuego. Y a mí también...

Pero bueno, quizá tuviera mi salvación en mis relaciones con los chicos. Ah no, que tampoco era cuestión de gran interés para mí. Una vez más, acabé siendo la oveja negra de mis amigas. Todas querían novio por San Valentín (cualquier chico valía) y recibir rosas y otros regalos cursis, pero yo no. No me apetecía dejar a mis amistades de lado por conformarme con cualquiera. Joder, si es que no me salvaba por ningún lado. ¡Normal que me llamaran rara!
Y mira que yo también creía en el amor ideal, y escribía poemas románticos a mi amante imaginario, y tenía unos padres con una relación de ensueño (o eso quería creer yo)... Hasta que se separaron. 
Vaya, parece que no había manera de que tuviera una vida "normal". Pero bueno, no pasaba nada, todo se solucionaba fingiendo durante un año que todo seguía igual. Que lo último que quería era ser el centro de atención (más aún).

Por si no fuera lo suficientemente introvertida, me cerré un poco más en banda. Me metí tanto en mi papel que acabé explotando. Y por primera vez, empecé a liberarme un poquito y a querer relacionarme un poco más. Al fin y al cabo iba a empezar una nueva etapa donde en un principio iba poder conocer a gente con mis mismos intereses. Sin embargo, eso no me quitó el sambenito de ser el bicho raro en todas partes.

En la universidad tuve de nuevo la oportunidad de intentar conectar con la gente. Mi primera y última toma de contacto: un botellón. Una vez más el alcohol era el protagonista ausente en mi vida, y el motivo primordial por el que no conseguí hacer clic con casi nadie. Por suerte, mis compañeros estaban tan obsesionados en competir con los demás que conseguí pasar un poco desapercibida. Dejé de ser la empollona (¡bien! ¡una etiqueta menos!), y pasé a ser alguien del montón. Eso sí, mis inquietudes no me ayudaron mucho a la hora de escapar de nuevas etiquetas. ¿Os acordáis de mi pasado como "curadora de árboles"? Pues de curadora pasé a ser la loca de los árboles. Eso me pasa por hippie y por meterme en asociaciones juveniles ecologistas y hacerme activista. Y como una cosa lleva a la otra, no me quedó otra que caer en las garras del animalismo.

¡¿Cómo?! ¿Qué te vas a hacer vegetariana? ¿Que no solo no bebes alcohol ni fumas, sino que ahora tampoco comes carne? Pero jamón sí, ¿no? Joder, en serio... ¿qué coño haces para divertirte? Si es que no te gusta nada. Parece que lo haces a posta. ¿Que quieres ir siempre a contracorriente? ¿Te crees superior por ser diferente? Venga va, haz un esfuerzo e intenta ser "normal" por un día. No seas tan radical. Qué intransigente eres. Hay que ser un poco más flexible. Vamos, ábrete y habla un poco más. Deberías ser más extrovertida. ¡Venga, bebe un poco! Si por un poquito no te va a pasar nada. ¿Y cómo aguantas hasta las 7 de la mañana sin beber? ¿De verdad nunca has bebido nada de nada? Pero vino sí, ¿no? ¿Una cervecita fresquita en verano? ¿Cava para brindar tampoco? ¿Y en la feria qué haces? ¡¿Que no te gusta la feria?! Joder, ¿y qué te gusta? ¿Cómo no te puede gustar la Navidad con lo bonita que es? Pero los regalos sí que te gustan, ¿eh? ¿Que pasas de los regalos porque no quieres contribuir al consumismo? ¿Que viviste 8 años sin tele? ¿Y cómo te entretenías? Joder, qué extremista eres. Qué vergüenza, ¿vas a sacar tu propia pajita de acero inoxidable?

Uy, que me pierdo. Pues eso, que no quiero invertir mi tiempo ni mi energías en explicarle a la gente por qué soy como soy, y aún así a veces me veo haciéndolo en contra de mi voluntad. Supongo que en el fondo todos queremos ser comprendidos, aceptados y amados tal y como somos, y pensamos que si lo explicamos y nos entienden, lo conseguiremos. A menudo, y gracias a las constantes preguntitas del todo el mundo (siempre me cuestioné si realmente estaban interesados en oír la respuesta), he llegado a pensar que todas esas etiquetas y rarezas pueden ser las responsables de mis inseguridades y miedos. Porque aunque yo siempre haya ignorado los comentarios de la gente y me haya sentido "orgullosa" de ser como soy, al final los juicios de la gente pesan y te hacen dudar. Siempre es más fácil expresar lo malo que lo bueno, y aunque algunas personas, casi en secreto, me hayan dicho que me admiran y que querrían ser como yo, han sido más las que -sin conocerme de nada- me han juzgado o me han mirado con desconfianza.

Yo no voy a cambiar por nadie. Ni puedo, ni quiero. Soy como soy y creceré en base a lo que yo experimente y necesite para sentirme bien conmigo misma en cada momento y ser feliz. Y aunque a veces se me haya pasado por la cabeza que si fuera más común o más como la mayoría, quizá las cosas serían más fáciles y tendría menos inseguridades, lo que en realidad he querido siempre es sentir que la gente que me importa me quiere no a pesar de, sino por mis "rarezas". Soy compleja, complicada o como queráis llamarlo, sí. Pero como humana, al final creo que tengo las mismas necesidades que todo el mundo. Y estas son muy básicas y esenciales

viernes, 11 de enero de 2019

Catarsis



catarsis

Del lat. mod. catharsis, y este del gr. κάθαρσις kátharsis 'purga', 'purificación'.
3. f. Purificaciónliberación o transformación interior suscitadas por una
experiencia vital profunda.

A veces es necesario hacer limpieza. Limpiar ayuda, no sólo a deshacernos de aquello que no nos hace falta o nos sobra, sino también a transformar lo limpiado en algo radicalmente nuevo. Llevo semanas pensando que necesito hacer una limpieza en casa y en mi vida en general para lograr vivir con lo mínimo, quiero decir, con los justo (que obra según justicia y razón) y necesario. Quiero que el eslogan de mi vida sea, "cuanto menos mejor". Y que lo poco con lo que me quede sea de calidad, me haga feliz, y aporte valor a mi vida.

Hacer limpieza no es tarea fácil. Algunas personas lo consideran una tarea tediosa y siempre aplazable. Pero procrastinar tiene un precio: el de acumular más cosas innecesarias, y el de hacer la labor de limpieza algo menos apetecible si cabe. Y a medida que pasa el tiempo, te acabas olvidando de muchas de las cosas que tienes. Hecho que puede ayudar a la hora de tirar cosas cuando finalmente te pones manos a la obra, porque piensas "si en todo este tiempo ni me he acordado de esto, ¿para qué lo quiero?" Sin embargo, a menudo, las cosas cuanto más olvidadas las tenías, más valor parecen cobrar al reencontrarlas. Y entonces la limpieza se convierte en un viaje en el tiempo en el cual acabas aferrándote aún más a esas cosas que durante años eran inexistentes para ti. O al menos, así ha sido para mí durante muchos años.

Pero hace unos meses, gracias al auge de las "nuevas" filosofías de vida como el minimalismo (algo que yo siempre había llamado vida austera o sencilla), empecé a oír hablar de métodos de limpieza y orden como el método KonMari. Éste consiste en sacar todas las cosas de un mismo tipo que tengas (ropa, libros, etc) de su sitio, coger cada objeto individualmente, aproximarlo a tu cuerpo -o ponértelo si es una prenda- y preguntarte si realmente te hace feliz. Si ya no te aporta nada, lo miras, le das las gracias por lo que en su día significó para ti, y finalmente lo tiras (o mejor dicho lo das para que otra persona le dé uso). Me pareció una forma muy bonita de desapegarse de cosas materiales y conseguir un espacio más limpio y ordenado. Pero lo mejor de todo es que este método es aplicable a cualquier cosa, ya sea material o no. Valen personas o recuerdos.

Yo inicié mi método KonMari antes del verano, y puedo decir que el resultado obtenido fue una sensación de liberación total. La verdad es que no hay nada como sentirse ligero, porque al fin y al cabo esas cosas acaban convirtiéndose en una carga emocional que difícilmente te dejan avanzar. Y si es así con objetos, no os podéis ni imaginar lo que pesan las relaciones personales o los recuerdos que ya no sirven de nada. Porque al fin y al cabo las cosas no son más que pedazos de plástico, metal, madera u otro material que por sí mismos no tienen demasiada importancia a nivel vital. Sin embargo, las historias y emociones que encierran esas cosas, lugares o las personas con las que las compartiste, no tienen precio. O sí... el precio de vivir eternamente atado a lo que te hicieron sentir.

Hay que reconocerlo: deshacerse de aquello que en su día fue importante no es fácil. Pero a veces es la única manera de poder mirar hacia delante con otros ojos. A menudo no queda otra y es necesario para ser capaz de afrontar una nueva etapa que puede que llegue de manera forzada y por sorpresa.
Y no hay que preocuparse porque al fin y al cabo todo es efímero y caduco, pero lo hacemos porque nos asusta y abruma lo desconocido, sobre todo cuando no es por elección propia, sino que simplemente ocurre. Y a veces esos contratiempos o reveses de la vida nos obligan a tomar medidas urgentes y desesperadas que necesariamente tienen que venir acompañadas de algún tipo de catarsis por el bien de nuestro estado emocional, porque sólo liberándonos de lo que nos amarra podemos transformarnos en nuevas personas preparadas para disfrutar las aventuras que puedan aparecer en nuestro camino. Y cuanto más ligero el equipaje, con más fluidez caminaremos.


jueves, 3 de enero de 2019

Balance 2018

Este año más que nunca me aterra un poco sentarme a escribir el balance del 2018 porque siento que la etapa que se cierra va a dar paso a una de más incertidumbre. Y aunque en general la incertidumbre me excita, esta vez, no sé si por la edad o por lo que he conseguido, me hace preocuparme más que motivarme.

Ahora mismo estoy un poco bloqueada, y este sentimiento no me deja recordar con claridad los acontecimientos que tuvieron este año que hoy me dispongo a despedir. Tengo algunos bonitos e intensos recuerdos que se me vienen a la cabeza, pero siento que es más un sentimiento agridulce el que me invade en este instante. Porque mientras el 2017 se caracterizó por la tranquilidad y la estabilidad, siento que el 2018 ha estado empañado de un halo de inseguridades y dudas. Dicho así suena como si hubiera tenido un año de mierda, y no es así, sólo que creo que esos son los sentimientos que más fuerza cobraron o cobran ahora desde la perspectiva nostálgica actual (y desde el momento de ovulación en el que me encuentro).

¿Dudas e inseguridades respecto a qué? Pues yo diría que hacia todo lo que me rodeaba y lo que sentía dentro. Dudas sobre mis ideas, mis creencias, mis sentimientos, mis pensamientos, mis relaciones. En fin, todo. Un año lleno de cuestionamientos, de no tener claro nada o casi nada. Un año en el que quitarme la venda (o tan solo mirar de reojillo por encima de ella), desconcertaba más que nunca. 

Ese choque de realidad me ha servido para replantearme muchas cosas, y no sé a las demás personas, pero el poner en duda todo cuanto siempre había creído ha sido más duro de lo que pensaba. Sin embargo, a la vez, ha sido liberador y no lo he llevado tan mal. El "problema" es que, como siempre digo, la libertad acarrea una responsabilidad: la de tomar mis propias decisiones. Dejarlo todo en mis propias manos y ser dueña y señora de mis elecciones y sus consecuencias. Algunos, invadidos por la ignorancia, lo tienen más fácil pues tan sólo tienen que dejarse llevar por el rebaño con sus ojitos cerrados.

Ahora yo tengo tantas opciones en mi abanico, que me abruma no tener ni idea de cuál podría ser la mejor para mí como otras veces sí he creído saber. Y lo peor de todo es que el 2019 parece presentarse como un año lleno de decisiones a tomar, y algunas de ellas no sólo no son fáciles, sino que parecen suponer para mí un cambio sustancial de mi realidad actual. Una realidad que me ha costado labrarme y que, sinceramente, no sé si quiero modificar en estos momentos. ¿Será que he sufrido tantos cambios de parecer en mi mente últimamente que ahora estoy en ese punto de "¡Virgencita, que me quede como estoy!" -con el que, por cierto, yo jamás me he visto identificada-? ¿Será que necesito aferrarme un poquito a esa estabilidad que conseguí en el 2017 y darle un poco de tregua a las sorpresas? ¿Será que ya no confío tanto en mi capacidad de empezar de cero como solía? 

No obstante, todas estas incógnitas sé que, en el fondo, siembran en mí las ganas de buscar soluciones, de sortear los obstáculos y de levantarme una vez más. Tengo la certeza de que todas estas preguntas sin respuestas el día de mañana me darán la risa y me fortalecerán, y por eso no es exactamente miedo lo que siento, sino más bien vértigo. Pero a veces el vértigo viene acompañado de una sensación de subidón, como cuando caes por una montaña rusa. Y lo más importante es que, a fin de cuentas, todos esos loopings en los que me he visto atrapada este año, me han servido para aprender y ser un poquito más consciente del mundo en el que vivo. Un mundo lleno de contratiempos, pero también de maravillas e inspiración. Y es gracias a esto último por lo que siempre acabo sobreviviendo a cualquier revés que trae la vida.

Así que después de todo este resumen global, tenía pensado elegir la palabra inseguridad para definir el 2018, pero finalmente he optado por deconstrucción porque me parece mucho más constructiva, valga la redundancia.

Ahora por partes. Lo mejor y lo peor del año:

LO MEJOR:
  • Compartir 365 días junto al mejor compañero de vida que podría tener.
  • Los días de improductividad elegidos y disfrutados al 100% sin ningún tipo de remordimiento.
  • Las noches de cine, series, y documentales en casa.
  • Los días de verano al sol, en la playa, en el campo, bajo las estrellas, frente al eclipse lunar...
  • Películas como Bohemian Rhapsody o Todos lo saben, y series como Manhunt: Unabomber, Better call Saul, The sinner, Mindhunters, o la última temporada de BoJack Horseman.
  • Haber adquirido el maravilloso hábito de leer y disfrutarlo tantísimo, hecho que hace sentirme muy orgullosa de mí misma. Libros tan interesantes y variados como: La maestría del ser (espiritualidad), La expulsión de lo distinto (filosofía), Feminismo para principiantes (política), Sapiens (historia), #HolaGuerrera (feminismo), por mencionar algunos.
  • Haber desaprendido ideas que tenía muy arraigadas desde la infancia, ayudándome a descubrir otro enfoque sobre la sociedad y entender en profundidad el concepto de género. Esto me ha llevado a reflexionar muchísimo sobre lo que realmente significa el feminismo y lo necesario que es para luchar contra las desigualdades. Gracias a personas concretas y sus brillantes e inspiradoras reflexiones en redes sociales, así como artículos de crítica social y a ensayos políticos y filosóficos como El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir, Política social (1970) de Kate Millet, Neoliberalismo sexual (2015) de Ana de Miguel y documentales como She's beautiful when she's angry, entre otros (todos disponibles en Netflix).
  • Haber retomado el yoga y habérmelo tomado más en serio, disfrutando no sólo de las asanas sino también de la meditación y todo lo que conlleva el estilo de vida yogui del que aún tengo mucho que aprender.
  • Haber tenido conversaciones y debates extremadamente profundos, trascendentales y enriquecedores con amistades y personas conocidas, y haber aprendido muchísimo con ellas.
  • Haber retomado el precioso hábito de cartearme con amigos y también personas desconocidas de todas partes del mundo.
  • Haber escrito en mi blog y en mi diario más que nunca en los últimos años.
  • Haber viajado a Tenerife con mi amado, y haber visitado sitios tan impresionantes como las playas de rocas volcánicas y los mágicos bosques de laurisilva. 
  • Haber vuelto a EEUU de vacaciones y haberme reencontrado con mis amigos Ahmed y Pedro, y descubrir que ni el tiempo ni la distancia borra las conexiones auténticas.
  • Regresar a casa y sentir que la magia volvía a empezar desde cero sintiendo esa felicidad y seguridad inmensas que tanta fuerza me dan.
  • Haber visto a Mariah Carey en concierto una vez más y que haya sacado nuevo disco.

LO PEOR
  • Haber sentido sentimientos tan feos y destructivos como la inseguridad y los celos.
  • No haber progresado nada en la relación que tuve que congelar el año pasado.
  • Haber sentido miedo a perder algo importante.

En cuanto a los propósitos para el 2019, supongo que de momento tendré que ir viendo cómo se desarrolla el año, pero lo que sí tengo claro es que estarán relacionados con trabajar internamente en la reconstrucción de mis ideas.