It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Opus pleblem exaltavit

Karl Marx decía que el trabajo aliena, pero también se dice que nos puede realizar como personas. Yo estoy de acuerdo con ambas afirmaciones. También hay quien dice que todos los trabajos son iguales (no tengo muy claros cuáles son los criterios que se tienen en cuenta para tal medición), o que tienen el mismo valor (¿en qué sentido?), pero ante afirmaciones tan vagas y superficiales, me temo que tengo que disentir. ¿Son todos los oficios capaces de realizar a las personas de la misma manera? ¿De qué manera trabajar en un matadero, por ejemplo, puede realizar a una persona? Sin duda definirá a esa persona y dará forma a sus valores, pero ¿puede esa persona decir que su trabajo le hace feliz, que siente que aporta valor al mundo? Y si lo hace ¿qué valor es el que aporta? ¿Es lo mismo dedicarse a la medicina que a producir armas? 

Lo cierto es que yo no puedo hablar de profesiones que no sean exclusivamente la mía. Una que, casualmente, yo nunca elegí por voluntad propia ni nunca deseé o imaginé tener. La enseñanza siempre fue algo que jamás pensé que podría disfrutar. ¿Trabajar con niños o adolescentes? ¿Tener que hablar en público? ¿Tener la paciencia de explicar lo mismo una y otra vez? Imposible, eso no era para mí. No obstante, por casualidades -y fallos técnicos- de la vida, acabé en una academia (mi academia, donde yo había estudiado, aprendido y crecido) dando clases de inglés a niños de 6 años. Así empezó todo. Como un error, una emergencia, un trabajo que necesitaba y que no podía rechazar. Y 10 años después ahí sigo, en el mismo lugar, en el mismo puesto, pero con más grupos y algo más de experiencia. 

Yo quería ser veterinaria, y luego traductora. En ninguno de esos dos trabajos tenía que tener ningún contacto con personas, o al menos no demasiado. En el primero sólo quería estar cerca de animales y ayudarlos, y en el segundo me imaginaba en casa detrás de un ordenador, sola, traduciendo libros sin tener que relacionarme con otros seres humanos. La cosa es que no me veía transmitiendo nada a otras personas porque me veía incapaz de expresarme abiertamente sin sentir vergüenza o inseguridad. Prefería algo que me mantuviera en mi propio mundo. Y fíjate por dónde, acabé en un trabajo donde tenía que comunicarme constantemente con otros. Hablar, explicar, escuchar, propiciar conversaciones, repetir, ayudar, corregir, sugerir, animar, evaluar... todas ellas tareas que yo solita tenía que llevar a cabo. ¡Yo que me definía como tímida e insegura! Yo tenía que ayudar a otros a formarse, a aprender, a ser mejores cada día, a saber más y mejor, a aplicar lo aprendido, a creer en ellos y ellas. ¿Cómo iba a hacerlo? No sé cómo, pero lo hice y lo intento hacer cada día.

Este trabajo empezó como un reto, y a día de hoy se ha convertido en mi propia escuela de la vida. Este trabajo me ha demostrado que yo era capaz de hacer y conseguir mucho más de lo que yo jamás hubiera imaginado (no tanto porque no creyera en mis capacidades, sino, sobre todo, porque no me motivaban). Y no sólo eso, me ha enseñado muchísimas más cosas. 

Esta profesión me ha obligado a salir de mi burbuja introvertida y me ha obligado a "socializar" y estar en contacto con seres de mi especie. Y así me ha dado la oportunidad de asomarme a otras realidades: la de cada uno de los cientos de alumnos y alumnas que he tenido a lo largo de estos 10 años. El escuchar y conocer las historias que cada uno/a tenía que contar me ha ayudado a convertirme en una persona más abierta y tolerante. El tener que tratar con personas con gustos, ideas y opiniones tan diferentes entre sí y a las mías, ha puesto a prueba mi paciencia y mi comprensión. A día de hoy soy capaz de entender un poco mejor lo que lleva a cada persona a pensar y actuar de la manera en que lo hace (aunque siga sin estar de acuerdo en algunos casos). Y al ocurrir todo en un entorno principalmente profesional, no me queda otra que poner en práctica mi objetividad e imparcialidad. Esto hace que consiga ver y tratar a todo el mundo de la misma manera, dejando a un lado mis sentimientos y opiniones personales (que los tengo, por supuesto, pero en clase tengo que reprimirlos aunque sea un poquito), cosa que fuera del trabajo me cuesta horrores.

Además, ser profesora, aparte de ser sinónimo de impartir un temario específico de la asignatura en cuestión, va más allá. Estar al frente de un aula me ofrece la oportunidad de dejar algún tipo de huella en las próximas generaciones, por ello creo que es importante para mí ser consciente de qué digo y cómo lo hago. Me da la oportunidad de mostrar a los demás otras formas de ver el mundo y de expresarse. Al ser un idioma lo que enseño, me permite plantar una semilla en las cabezas de los estudiantes, la de pensar y comunicarse de otra manera. Esto da a cualquiera una amplitud de miras envidiable y digna de admiración. Poder expresarse en otro idioma, uno que además es usado internacionalmente, es un regalo, pues permite al/la que lo maneje tener acceso a más mundos y culturas. 

Dedicarse a la enseñanza no es sólo explicar, mandar deberes y corregir exámenes en horario lectivo (y muchas horas de preparación fuera de clase). La persona que es docente, lo es prácticamente las 24 horas del día. Irremediablemente tenemos -o lo siento yo así- la obligación y la responsabilidad de, no sólo transmitir conocimientos, sino también valores. Y en el proceso, mi trabajo me regala la bonita oportunidad de ver crecer a esas personas con las que comparto espacio cada semana. El contacto con ellas me enseña nuevos puntos de vista y me hace crecer a mí también como ser humano. Todo este dar y recibir constante crea, irremediablemente, unos lazos a nivel personal difíciles de obviar. 

Mi trabajo, no es como otro cualquiera. Mi trabajo, creo yo, tiene un valor especial, añadido. Uno que lo hace más humano, más esencial, más imprescindible. Mi trabajo no es sólo una actividad que me da dinero cada mes, ni siquiera es sólo una parte de mi vida, es lo que me define en gran medida como persona. Es lo que da un propósito y dignidad a mi paso por este mundo.

sábado, 19 de octubre de 2019

Creatividad


Desde de la niñez nos hacen creer que la creatividad es algo que sólo atañe a las personas con algún talento especial o que se dedican a las artes tradicionales. En la escuela fomentan que hagamos uso de esa creatividad y nos invitan a dibujar, colorear, cantar, bailar... todo con el fin de aprender nociones básicas y de desarrollar nuestras capacidades psicomotrices e intelectuales. Normalmente, cualquier dibujo que hacemos o frase que construimos es aplaudida porque quieren reforzar nuestra autoestima y estimularnos para que sigamos adquiriendo destrezas. A medida que vamos creciendo, esos halagos empiezan a convertirse en pequeñas críticas y observaciones con la intención de que mejoremos y perfeccionemos nuestra técnica. No te salgas de las líneas, no uses esos colores, hazlo más pequeño, más grande, cópialo de nuevo, mejor déjalo... Este tipo de sugerencias nos empiezan a descubrir cuáles son nuestras limitaciones y qué se nos da mejor y qué peor, todo ello, obviamente, siempre en base a los cánones establec
idos.

Cuando nos hacemos mayores afirmamos frases como yo es que no sé dibujar, se me dan fatal los idiomas, no tengo absolutamente ningún talento, no tengo imaginación... Puede que estas afirmaciones sean verdaderas en cierto modo (ya sea por falta de interés, motivación, práctica o constancia), pero ello no quiere decir que no podamos aprender, avanzar, hacer otras cosas o intentarlo. La creatividad no es un don que sólo algunas personas tienen el privilegio de disfrutar. La creatividad es en realidad una cualidad inherente al ser humano.

Todas las personas poseemos creatividad, pues no hay nadie que no sea capaz de crear algo. Crear algo no tiene que ser lo que se entiende por una "obra de arte"-ya sea un cuadro, una pieza musical o una novela-. Crear algo es hacer cualquier cosa que salga o ocurra fuera de nuestras mentes. Pero hay quien piensa que para crear algo hay que ser artista, tener inspiración, tener un talento especial. Y la verdad es que estas creencias son a su vez falaces y ciertas. Falaces porque no hace falta ser músico, tener un oído absoluto o estar poseído por alguna musa inspiradora para crear nada. Y ciertas porque en el fondo todos somos artistas, tenemos algún talento y alguna vez nos visita la señora inspiración (aunque no nos demos cuenta).

El problema es que no nos lo creemos porque, por una parte, idealizamos el concepto de creatividad y, por otra, nos han bloqueado la fuerza creativa. Y esto se debe a lo que vivimos en nuestra infancia. Si nuestro entorno estaba impregnado de no puedes, no sabes hacer nada bien y anda quita que ya lo hago yo, probablemente estas sean nuestras creencias actuales, o como mínimo serán el motivo por el que no nos atrevemos a hacer más cosas o por el que no valoramos lo que hacemos como creaciones. No obstante, si creciste en un ambiente donde reforzaban tu libertad creativa y te felicitaban -aunque fuera de vez en cuando- por las cosas que hacías "bien", tienes más posibilidades de creerte una persona creativa o con capacidad de serlo al menos.

Una parte de mí siempre creyó que ser creativo tenía que ver con hacer cosas artísticas, y a menudo me frustraba pensar que no sabía dibujar, que era incapaz de rimar dos palabras, que se me daba mal tocar el piano, que no afinaba al cantar, o que me movía como un pato mareado al bailar. Me entristecía un poco no tener ningún talento artístico. Y por tanto pensaba que, simplemente, yo no era una persona creativa, aunque hubiera otras muchas cosas que sí se me daban bien (y de las cuales era consciente). Sin embargo, otra parte de mí creía que yo, en el fondo, era capaz de hacer casi cualquier cosa que me propusiera si le ponía ganas y era perseverante porque, por suerte, tuve unos padres que así me lo hacían creer. ¡Qué importante es que te refuercen la autoestima desde temprana edad!

Ahora, empiezo a comprender que ser creativa no tiene nada que ver con componer una ópera, escribir una novela digna de ser un superventas o pintar un Guernika. Cada vez que escribo sobre mi cotidianidad en mi diario, estoy creando. Cada vez que cocino algún plato -ya sea un potaje o un sándwich-, estoy creando. Cada vez que preparo café, estoy creando. Cada vez que explico algo en clase, estoy creando. Cada vez que produzco una oración, estoy creando. Cada vez que enciendo una vela, estoy creando. No hace falta mistificar el momento de creación, basta con ponerse a la tarea, sea la que sea. Simplemente se trata de hacer algo que te guste y de hacerlo lo mejor que sepas. En el proceso, estarás creando algo sin darte cuenta. Puede ser un perfecto poema dodecasílabo con rima asonante, pero también unas simples galletas o el dobladillo de un pantalón. Todo es creación en el momento en que la idea sale de nuestras mentes y se vuelven tangibles. Todo está impregnado de creatividad, porque esa es nuestra seña de identidad como especie, eso es lo que nos diferencia de otros animales: la capacidad creadora, el hacer las cosas no por mero instinto o reflejo, sino por puro placer.

Así que deja de ponerte excusas, deja de decir que no tienes talentos, que nada se te da bien, y ponte a crear algo. Pero hazlo porque sí, porque te gusta, por amor al arte. Y nunca dejes de hacerlo ni de creer que eso que haces por gusto no es algo fruto de tu creatividad sólo porque no sea considerado una obra de arte o no siga los cánones establecidos. Sigue haciéndolo hasta que deje de hacerte feliz, sin importar el resultado ni lo que opinen los demás. Porque creamos para compartir o dejar huella, pero también para expresarnos, conocernos mejor o simplemente disfrutar del momento.

viernes, 4 de octubre de 2019

Animal de costumbres


Se dice que el ser humano es un animal de costumbres, un ser social que necesita de unos hábitos y una rutina para funcionar correctamente. Y la verdad es que, en la sociedad que vivimos actualmente, no podría estar más de acuerdo.

Pero no siempre fuimos así. Hubo una vez en la que fuimos animales salvajes, nómadas que tenían que moverse para buscarse alimento. Nuestro día a día consistía en salir a cazar o recolectar con el único fin de sobrevivir. Luego, con el tiempo, encontramos la manera de hacer posible una vida más asentada, en la que nuestro objetivo no fuera simplemente comer para no morir, sino construir un hogar para no tener que estar en continuo movimiento, y tener un lugar a partir del cual desarrollar todas nuestras actividades.

Ahora somos todo lo opuesto a seres nómadas. Llevamos una vida de lo más sedentaria y de lo más cronometrada. Ya apenas queda lugar para la impredicibilidad, la incertidumbre o la improvisación. Tenemos unos horarios, unos deberes y unas tareas que cumplir. Esto suena aburrido, pero también puede usarse a nuestro favor.

Las rutinas pueden ser nuestras aliadas a la hora de aprovechar mejor nuestro tiempo en vez de ser algo que nos ata, condiciona y dice qué hacer y cuándo. Podemos usarlas para hacer aquello que nos inspira, motiva y divierte, en lugar de para hacer lo que se espera de nosotras/os. A menudo nos quejamos de que no tenemos tiempo para nosotros/as, y en la mayoría de los casos, así es. Pero eso no quiere decir que no podamos hacer nada y que sólo debamos limitarnos a trabajar 8 horas -o más-, dormir 6 -o menos-, y estar zombis el tiempo restante. Ya sean 4-5 horas o 30 minutos, está en nuestras manos el usar ese tiempo de forma eficiente o no.

Crear unos hábitos y llevarlos a cabo pueden marcar un antes y un después en nuestras vidas. Yo antes, aparte de seguir mi horario diario de trabajo como debía, mi tiempo libre lo dedicaba a descansar, hacer cosas que me gustaran o simplemente a hacer nada. Y luego, cómo no, me quejaba de que había muchas cosas que quería haber hecho y que no hice. Y no me refiero a obligaciones, sino a cosas que realmente me hacen sentir bien: escribir, leer, escuchar, música, ver películas, pasear por la naturaleza... A veces, hacía estas cosas, pero no con tanta frecuencia como yo quería, y no lo disfrutaba tanto como me hubiera gustado.

Ahora aprovecho mi tiempo al máximo, soy más eficiente y disfruto cada minuto. Y todo gracias a las rutinas que me impuse. Sí, me forcé a hacer las cosas que me gustaban. Porque me di cuenta de que si no lo hacía y no las convertía en un hábito, jamás las integraría en mi vida. Dicen que se tarda entre 21 y 60 días en integrar un nuevo hábito, y yo quería probarlo. Quería hacer de mis hobbies y pasiones unos hábitos de obligado cumplimiento y no acciones que, a veces por pura suerte, tenían lugar. 

Nos obligamos a levantarnos para ir a trabajar aún cuando no nos apetece porque sentimos que es nuestro deber. Sin embargo, con las cosas que nos hacen felices, nos relajamos y las dejamos de lado. Hace unos meses diseñé una rutina de mañana con cada hora cronometrada a la que asigné una actividad: una hora para meditar/hacer yoga, una hora para pasear, desayunar, leer, escribir y hasta para mirar redes sociales. Me puse un horario para absolutamente todo. Mi vida parecía la de un robot, todo medido al milímetro. Al principio pensé que podría resultar ridículo, exagerado y artificial, pero cuando pasaron unos días y veía que había automatizado esas cosas y que ya las hacía sola sin mirar a la hora y que las disfrutaba tantísimo, me di cuenta de que había merecido la pena pasar por esa etapa de robotización.

Pensamos que si queremos hacer algo, lo haremos. Pero no es así. A veces tenemos que obligarnos. Estamos rodeados de tantos estímulos y distracciones, que es normal que nos aparten de nuestras prioridades, como pueden ser nuestros hobbies, amigos, seres queridos o nuestro propio bienestar.

Todos queremos cuidarnos, estar sanos, pasar tiempo con los nuestros, hacer aquellas cosas que nos gustan, pero simplemente no hacemos nada -o no lo suficiente- por cumplirlo. Por ello, no está mal sentarse a veces, escribir una lista de cuáles son nuestros objetivos o propósitos y pensar qué podemos hacer para acercarnos a ellos. Y creedme, si no actuamos y no nos damos ese empujón, las cosas no ocurren solas. Si quieres pasar tiempo con los tuyos, tienes que levantarte, coger el teléfono y organizar una quedada. Si quieres leer, tienes que coger un libro, abrirlo y zambullirte en él. Y si no lo haces, lo apuntas en tu calendario como quien apunta una cita importante con el jefe y no faltas. Te programas y lo ejecutas. 

Los hábitos son necesarios, o al menos ayudan muchísimo. Pero estos no surgen de la nada, deben ser creados. Lo bueno de esto es que podemos elegir cómo y cuándo llevarlos a cabo, es decir, está en nuestras manos qué hacemos con nuestro tiempo. Así que basta ya de ponernos excusas para no realizar aquello que más nos gusta e intentémoslo al menos.