It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

martes, 31 de diciembre de 2019

Balance 2019

Y por fin llega uno de mis momentos favoritos del año: el final. Y no porque me gusten los finales, sino por la nostalgia de recordar cada momento vivido y reflexionar sobre lo aprendido. Pero también porque los finales marcan nuevos comienzos, y estos siempre son emocionantes para mí. 

El 2019 empezó regular, yo estaba algo depresiva y me auguraba un año pésimo, pero ¡qué equivocada estaba! La verdad es que este año ha sido genial. Y, normalmente, cuando tengo un buen año siempre lo despido con gran pena y con miedo a no vivir algo igual. Sin embargo, este año puedo decir que me da igual lo que pase en el 2020 porque sé que, al final, traerá algo bueno siempre.

Si tuviera que resumir el año con una palabra esa sería, sin duda, catarsis*. Porque, aunque enero y febrero fueron meses de debilidad mental de los que creía que me costaría salir, en marzo me purifiqué y liberé de esas trágicas emociones que lideraron el comienzo del 2019.



                                                              





LO MEJOR
  • Haber descubierto el increíble poder de los hábitos y haber sido capaz de implementar una rutina que me ha aportado estructura, disciplina y estabilidad.
  • El activismo feminista con el que tanto aprendí (talleres, jornadas, lecturas), así como conocer en persona a Lidia Falcón.
  • Haber leído más libros que nunca (unos 37 en total) y haber vuelto a hacer uso de la biblioteca pública. Favoritos: El mundo de Sofía, Libera tu magia, Neoliberalismo sexual, Homo deus, Sober curious y El camino del artista.
  • Haber aprendido muchísimo sobre nutrición gracias a profesionales como Lucía Martínez, Carlos Ríos, Julio Basulto y Aitor Sánchez.
  • Haber descubierto el método Ikigai.
  • Los conciertos de Mariah Carey en Barcelona y el de Jamie Cullum en Marbella.
  • Haber integrado la meditación y el yoga en mi rutina diaria.
  • Haber tenido un verano extremadamente productivo.
  • Haber conseguido escribir todos los días durante los últimos 6 meses.
  • Haber alcanzado el récord en el número de publicaciones en mi blog (29 en un solo año).
  • Mis viajes a Galicia, Asturias, Rumanía, Suiza, París, Madrid y Barcelona.
  • Los paseos por la naturaleza: Bosque de Cobre, sendero Río Fuengirola, Senda Litoral, Fragas do Eume, etc.
  • Las citas conmigo misma: visitas al Museo Thyssen y al Prado, almuerzos en veganos, tardes de cafeterías, rutas de librerías, etc.
  • Haber aprendido un poquito de rumano y de catalán.
  • Haber retomando mi pasión por la filosofía y haber leído a Nietzsche, Amelia Válcarcel o Ana de Miguel.
  • Series como Merlí, La Casa de Papel, Undone, Fleabag, Mindhunters o The end of the fucking world; y películas como Frozen 2, Una cuestión de género, Joker o Mujercitas.
  • Música: este año he escuchado a muchos compositores del romanticismo así como jazz instrumental. Aparte he descubierto a la cantante de pop moldava Irina Rimes.
  • Haberme sorprendido con el mundo de YouTube y algunos canales interesantes como: Raquel Bookish, Pick up Limes, Iris RoigNathaniel Drew o Mr Avelain.
  • Haberme reencontrado con mis amigos de Estados Unidos.
  • Haber disfrutado de mi trabajo, mis clases y mis alumnos más que nunca. 
  • Todos los métodos de organización que he descubierto: Konmari, Google Calendar, Google Keep, el bullet journal, cuadernos, la técnica pomodoro, etc.
  • Tener por fin un escritorio como lugar de trabajo, inspiración y creación.
  • El concepto danés hygge y su aplicación al hogar o a cualquier entorno.
  • Haber integrado el minimalismo un poco más a mi vida reduciendo mi consumo, reutilizando materiales viejos, yendo a mercadillos y tiendas de segunda mano, comprando a granel, etc.
  • Haberme carteado a la vieja usanza con algunos amigos.
LO PEOR
  • Crisis personal de principio de año.
  • Inseguridad, dudas, miedo.
  • Discusiones tontas.
  • Doble mudanza.
RESUMEN: 2019 ha sido el año de mi purificación, de reencontrarme con mi yo, de las citas a solas conmigo misma, de la contemplación de mis emociones, de los libros como mis mejores amigos, de la escritura como mi mejor terapeuta.

*Entre los antiguos griegos, purificación de las pasiones del ánimo mediante las emociones que provoca la contemplación de una situación trágica.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Próxima Estación: Invierno

Nunca me ha gustado esta estación o, al menos, no que yo recuerde. Quizá es de esas cosas que el subconsciente entierra. Tal vez hubo una vez en la que amaba esta época del año: la llegada del frío (en el hemisferio norte), la ropa de abrigo, las vacaciones de navidad, las comidas familiares, la ilusión de recibir regalos... Quién sabe, puede que en el fondo de mis recuerdos quede algún resquicio de afecto hacia el invierno.

Lo cierto es que este año he conseguido reconciliarme con los ciclos de la vida. He aprendido, o más bien he recordado, que la vida es una sucesión de etapas, fases y experiencias, todas diversas e igual de necesarias. Hay un momento para todo. Hay una tiempo de cosecha, de recoger lo sembrado, de florecimiento de vida; hay una época para disfrutar del exterior, del calor, y la luz solar; hay otra para volver a la rutina, comenzar a organizarse, y acostumbrarse al acortamiento de los días; y luego está el invierno, época de recogimiento, introspección y cierre de ciclos por antonomasia. 

El invierno ha sido para mí durante los últimos años una época de ánimos bajos, de pocas energías, de días apagados y estados depresivos. Era pasar mi cumpleaños y siempre entraba en una espiral descendente hacia lo más profundo de mis penas. Y al pensar en enero sólo deseaba ser una osa para hibernar y no despertar hasta primavera. No encontraba nada en los meses de diciembre, enero y febrero que me motivara o me hiciera ilusión (quitando mi cumpleaños y Nochevieja). Estos son y han sido siempre para mí meses de frío, literal y figurado. Y el frío, cuando se te mete por dentro, no es agradable. Te destempla el cuerpo (y el alma), te deja con las defensas bajas (también las mentales), y te vuelve vulnerable y susceptible a coger catarros. O como decimos vulgarmente: nos ponemos malas. ¡Malas! ¡Qué palabra tan acertada! Así me solía poner cada vez en invierno: mal.

Sin embargo, este año, como decía más arriba, puedo decir orgullosa que me he reconciliado con el carácter cíclico de la vida en general y con el invierno en particular. Me he dado cuenta de que el invierno no sólo es necesario, sino que puede ser agradable. Puede que haya pocas horas de luz (en comparación con el verano) y que la oscuridad -en su amplio sentido- reine sobre todo, pero ¿acaso no precisamos de oscuridad para percibir o apreciar la luz? El invierno precede a la estación de la vida, de la alegría, de la cosecha... y para recoger frutos no sólo hay que sembrar, sino que también se ha de ser paciente y esperar. El invierno es ese momento perfecto para practicar ese no-hacer-nada, esa quietud. Y por eso estos meses son ideales para recogerse pronto, quedarse en casa y dedicarnos a la introspección. Es la época del año idónea para cerrar un ciclo, echar la vista atrás, hacer balance y crítica, y reflexionar sobre qué aspectos queremos mejorar o cambiar en el nuevo año que comienza.

Después de depositar estas palabras aquí a modo de casi terapia y releerlas puedo decir que, así sobre papel, ¡me encanta el invierno! Porque, aunque siempre la haya visto como la "muerte" del año, ¿acaso la muerte no es también parte de la vida? Así que, ¿por qué seguir tratando esta muerte figurada como un tema tabú cuando podría estar despidiéndome con cariño de mi yo del 2019 y preparándome con ilusión para mi yo futura?

domingo, 15 de diciembre de 2019

Amarga navidad

Si hay una época del año extremadamente desconsiderada e irrespetuosa con el planeta, las personas y los animales, esa es sin duda la navidad. Así con minúsculas, porque no se merece más. Y como ya bastante navidad tenemos por todas partes en este mes de diciembre y la semana que viene la tendremos hasta en la sopa (la de mariscos que todo el mundo se estará comiendo a pesar de no poder permitírselo), quería hacer mi pequeña reflexión sobre estas fechas ahora, para no tener que dedicarle ni un minuto de atención en los días en los que nadie hablará de otra cosa.

Como cada año, me queda soportar caras de asombro y medio indignación de la gente cuando me oye decir que no soporto la navidad, como si fuera impensable que alguien pudiera sentir rechazo por esta festividad. Y lo cierto es que la navidad se ha convertido en un tema tabú, intocable, sagrado, al que no se le puede mencionar de forma crítica ni negativa. Podemos hablar de política y criticar a sus representantes, podemos hasta debatir sobre religión y recriminar a sus dirigentes, pero la navidad no. La navidad es un ente precioso digno de alabar y adorar. ¡Es tan bonita la magia de la navidad! Joder, qué bien se lo ha montado el capitalismo para que hasta los más ateos y antisistema acaben celebrando con orgullo e ilusión estas fechas (mi yo pasada incluida, que aquí no se libra nadie).

Porque colegas, en navidad no celebramos el nacimiento de Jesús, y tampoco es una excusa de origen pagano para tener vacaciones, salir de fiesta y ver a la familia y amistades. La navidad, hoy día, es un producto muy bien moldeado por el sistema capitalista. El señor Capital quiere que consumas, y para ello te habla de las bondades de estas fechas, te la vende con anuncios ñoños, y mensajes con sobredosis de azúcar para que te resulta una dulce, dulce experiencia. ¿Porque a quién le amarga un dulce? ¡Hasta el Grinch, con lo rancio que es, acaba cayendo ante los encantos de la navidad! Porque da igual cómo la celebres, lo importante es que le des tu propio significado y lo hagas. Y si no, es que tienes un trauma.

Si pensamos en la navidad, ¿qué se nos/me viene a la cabeza? Luces pagadas con los impuestos de todos (cristianos, musulmanes, ateos y agnósticos); negocios decorados excesivamente durante dos o tres meses; villancicos relatando lo grande que fue Jesús, nuestro único salvador, sonando a todas horas en edificios públicos; niños ilusionados porque unos señores de Oriente -o un gordo bonachón diseñado por Coca Cola- van a traerle decenas de presentes a ellos mientras que a los niños  de los países empobrecidos seguirá obsequiándolos con malnutrición y guerras; padres endeudados con el banco para poder comprar a sus criaturas la última Barbie anoréxica o el último juego de pegar tiros; contenedores llenos de envoltorios de plástico o de materiales de un sólo uso (que acabará en los océanos contaminando sus aguas y matando animales); comidas copiosas donde los protagonistas son los animales muertos (cochinillo -que viene a ser una cría de cerdo-, cordero, ternera... sí, todos esos bichos tan monos que decoran los almanaques del año nuevo y que dan forma a los peluches que regalamos a los niños); madres y abuelas esclavizadas en la cocina para tener a todos contentos; encuentros con familiares a los que vemos una vez al año y con los que no hablamos casi nunca; mensajes de WhatsApp en cadena donde te sugieren que bombardees a 15 de tus contactos con el mismo mensaje impersonal y carente de sentido para que la Virgen (que, por cierto, ni era virgen ni santa, porque las mujeres también follan) no te maldiga con un año de mala suerte... En fin, todo muy bonito.

«Pero luego bien que disfrutas de las vacaciones de navidad, ¿eh?» Esta frase no sé si me da pena o risa. Aunque luego recuerdo que cuando uno se ve invadido por el espíritu del capitalismo de la navidad, se olvida de la clase obrera y de su lucha para conseguir derechos para los trabajadores como podían ser las vacaciones, o de que miles de años antes de Jesús ya existían otras tradiciones paganas (¡incluso las vacaciones!).

Hablando de trabajadores, ¿alguien se para a pensar en esta clase social y las horas extra y de estrés que echa cuando hace sus compras navideñas? ¡Ay, qué bueno es el capitalismo! Siempre ofreciendo trabajo a las clases más desfavorecidas para ellos poder seguir enriqueciéndose a costa de las "necesidades" de la plebe. Porque, ¿cómo vas a dejar a un niño sin regalos y sin inculcarle el valor de los bienes materiales? ¿Cómo vas a dar un regalo envuelto en papel reciclado -¡o sin envolver!- teniendo en el chino el rollo de plástico con brillantina a 1€? ¿Cómo vas a comerte una ensalada o una cremita de verduras en nochebuena pudiéndote comer un cochinillo, una sopa de mariscos, un plato de jamón ibérico, y una bandeja llena de turrones?

Lo último que queremos en navidad es dar imagen de cutres y miserables, vaya ser que Papá Noel nos vea y se dé cuenta de que hemos tenido en cuenta al planeta, a las personas más desfavorecidas y a los animales y nos quedemos sin regalos. Y quedarse sin el reloj de pulsera, la colonia, el pijama, los calcetines y la caja de Ferrero Rocher en estas fechas es muy triste...

¡Y que conste que me encantan los pijamas y los calcetines!





sábado, 7 de diciembre de 2019

Multiorgásmica



orgasmo

Del gr. ὀργασμός orgasmós.
1. m. Culminación del placer sexual.

El diccionario, como siempre, tan impreciso y deficiente. Porque, ¿acaso sólo se puede sentir esa culminación de placer extremo y rebosante tras acabar el acto sexual? Y, ¿qué es un acto sexual de todos modos? ¿Es que sólo se puede hablar de sexo cuando dos (o más) personas unen sus cuerpos para proporcionarse placer físico? ¿Acaso los otros tipos de placeres no podrían equipararse al obtenido en el acto sexual?

No me gusta reducir la palabra orgasmo a aquello que sentimos cuando "terminamos" de mantener relaciones íntimas o, quizá, es que deberíamos hablar de diferentes tipos de orgasmos (se me vienen a la cabeza conceptos como "orgasmo cerebral" o ASMR) porque a mí se me ocurren infinidad de situaciones en las que lo que siento se parece mucho a lo que se experimenta en un orgasmo. Y tal vez sea ese realmente el significado de ser una persona multiorgásmica: el de obtener orgasmos de múltiples formas.

La propia concepción de sexo está equivocada. A menudo, cuando se habla de sexo, se visualiza un hombre y una mujer e, inevitablemente, se piensa en penetración y eyaculación (¡todo tan falocéntrico!). Y en el peor de los caso se piensa en reproducción de la especie. ¡Qué visión tan simplista y aburrida del sexo y del placer! Reducirlo todo al contacto físico de dos (o más) cuerpos, como si la mente o el alma no tuvieran capacidad de sentir placer y experimentar orgasmos. O tal vez sea cierto que haya personas que sólo sean capaces de sentir placer a través del físico. ¡Qué tristeza!, pienso yo. Por suerte, no es mi caso.

Porque a fin de cuentas, ¿qué es un orgasmo en realidad? Es una descarga de tensión (sexual) que nos produce un aumento de la presión sanguínea, aceleración del ritmo cardíaco, espasmos musculares, liberación de oxitocinas, prolactina y endorfinas, y, además, nos proporciona euforia primero, y un efecto relajante después. ¿De verdad hay personas que sólo experimentan estas sensaciones con la estimulación genital? Una conversación interesante, un paisaje impresionante, un libro que te atrapa, una película u obra teatral, la belleza de una pieza musical, un buen festín gastronómico, una fantasía, un sueño... se me ocurren tantos escenarios donde experimentar un orgasmo. Llamadme exagerada, decidme que hago un mal uso de la lengua (castellana), vale, puede que tengáis razón, pero entonces dadme una palabra más exacta para definir lo que siento cuando mi mente se ve invadida por hormonas del placer y todo mi ser experimenta ese estremecimiento eufórico y deliciosamente sensual.

¿Alguna sugerencia?

domingo, 1 de diciembre de 2019

Tempus fugit

Se aproxima el día de mi natalicio y nunca había pensado tanto en el paso del tiempo y en cumplir años como ahora. Cumplir años no ha sido nunca motivo de trauma para mí, al revés, siempre lo he celebrado como algo por lo que estar feliz y agradecida. Cumplir años significa estar viva, crecer, ganar en vivencias, aprendizaje y experiencias varias, lo cual es muy positivo. Pero,  últimamente -no sé si por mi continuo trato con niños y personas más jóvenes- pienso demasiado en aquellos años de niñez o adolescencia.

Siempre he sido muy nostálgica y he recordado el pasado con añoranza y cariño, como algo hacia lo que mirar con mucho mimo, pero nunca como algo a lo que volver. Bueno, no voy a negar que a veces he querido volver mil veces a mi infancia y quedarme ahí eternamente, pero nunca me había ocurrido con otras etapas de mi vida. Como decían en El Rey León, pensaba que había que dejar el pasado atrás.

Siempre repudié los años de instituto y me alegré de haber dejado atrás la adolescencia. No fue una etapa fácil. Entre las hormonas, mi introversión y timidez extremas, los problemas familiares y mis dificultades -y falta de interés- a la hora de socializar, no recuerdo esta etapa de mi vida como una especialmente feliz. Sin embargo, a día de hoy pienso a menudo en todo lo que haría y cómo me comportaría si pudiera volver a aquellos años. Hay veces en las que me encantaría volver a tener 16 años pero con la experiencia y conocimientos que tengo ahora. Claro que entonces no sería lo mismo, porque la gracia de ser adolescente es justamente el estar "empanada" e ir descubriendo la vida y sus contratiempos poco a poco y sobre la marcha. De seguro yo no sería hoy la persona que soy de no haber sido por aquella adolescencia.

Supongo que ahora entiendo cuando las madres y padres nos decían que hiciéramos esto o aquello. Ahora comprendo que lo que querían era enmendar los errores que habían cometido. Y a menudo yo siento la tentación -y a veces peco- de decirles a mis alumnas/os lo que creo que "deberían" hacer, o más bien, lo que me gustaría hacer a mí si volviera a tener su edad. Pero ya sabemos que todo consejo o sugerencia que venga de personas mayores será rechazado porque total, nos hablan desde su punto de vista de adultos amargados y frustrados... ¡Pero cuánta razón tenían muchas de las veces!

No me malinterpretéis, las personas adultas no siempre tienen razón, y no siempre tenemos que escucharlas. De hecho, a veces, la única manera de aprender es ignorándolas y haciendo lo que nos viene en gana. Las hostias hay que dárselas por cuenta propia, sin suelos acolchados. Lo que sí creo que deberíamos hacer más a menudo es escuchar a los más jóvenes, porque quizá nos ayuden a recordar todo aquello que fuimos o quisimos ser y que nunca deberíamos haber dejado de ser o intentado. Tal vez, volver a ser un poco niña o adolescente de vez en cuando no sea malo. A veces, quizá, deberíamos olvidarnos de ser personas maduras y sensatas y cometer alguna locura o ser un poco más impulsivas. La travesura es sana, y divertida. Y la diversión rejuvenece.

Como rezaba aquella frase de Oliver Wendell Holmes que leí en un muro: una no deja de jugar porque se hace mayor, se hace mayor porque deja de jugar. Y qué queréis que os diga, yo estoy a punto de cumplir la edad de Cristo y no quiero ni ser crucificada, ni envejecer. Entonces, habrá que jugar un poco, ¿no?