It's hard to stay mad when there's so much beauty in the world.
Sometimes I feel like I'm seeing it all at once and it's too much, my heart fills up like a balloon that's about to burst.

domingo, 12 de abril de 2020

Dolce far niente (Oda a la improductividad)

En Italia tienen un concepto que me encanta que es lo que ellos llaman il dolce far niente (literalmente  "el dulce no hacer nada"), y básicamente se traduce como el placer de la ociosidad o de no hacer absolutamente nada. Y en tiempos en los que no ser una persona productiva es una carga social que nadie quiere llevar encima, este concepto puede ser todo un acto de rebelión. Y ya sabéis que a mí todo lo que tenga sabor a rebeldía o irreverencia, me puede.

En estos momentos estamos atravesando un acontecimiento histórico, que es el de estar confinados. Para muchos esto es un castigo porque creen que quedarse en casa "sin hacer nada" es un aburrimiento, un desperdicio de tiempo y una tragedia para la economía. ¿Pero qué es "no hacer nada"? ¿No trabajar? ¿No ser personas productivas? ¿Productivas para quién, para el sistema? ¿Qué es exactamente lo que deberíamos producir para no sentirnos mal? Supongo que cualquier cosa que pueda ser consumida por otros y así mantener la economía a flote y que esta no colapse cuando volvamos a la "normalidad", ¿no? (Y ¿qué es la normalidad?)

La gente no sabe parar, no sabe estarse quieta sin consumir ni producir nada, no sabe disfrutar de la ociosidad. Y tampoco tiene interés en ello porque la culpa -¡ay, la culpa cristiana!- sería demasiado grande. Sin embargo, esta situación extraordinaria está obligando a mucha gente a probar un poco de ese "dulce no hacer nada" de la bella Italia. Y no sé si la gente aprenderá a apreciarlo, pero alguna que yo me sé se está quedando enganchada a ese agradable sabor. El sabor de la improductividad elegida.

Siempre tuve curiosidad -y no me malinterpretéis- por probar la vida de una monja de clausura por unos días (quitando la parte de rezar, claro está). Me llamaba la atención esa vida sencilla y minimalista basada en lo más esencial. Quería experimentar esa rutina de recogimiento, silencio y conexión (en mi caso no con dios, sino con la naturaleza y conmigo misma). Algo así como lo que cuenta Henry D. Thoreau en su obra "Walden". Y creo que esto es lo más parecido que voy a experimentar en mi vida. Y no voy a mentir, esta calma mental es adictiva. Los días se pasan más rápido que nunca, y cuanto menos contacto tengo con el exterior o, mejor dicho, cuanto más selectivo es ese contacto, menos necesidad tengo de él.

Pero lo cierto es que ese "no hacer nada" en mi caso, no es está siendo (siempre) así. Estoy haciendo más que nunca, sólo que para la mayoría puede que lo que yo haga "no sirva de nada" o sea una pérdida de tiempo. Sólo hay que ver la cantidad de academias en línea que hay ofreciendo descuentos para que te formes en algo que te sirva en tu futuro profesional (sin saber si quiera si existe tal cosa). ¿Y si no quiero formarme en nada que me sirva para trabajar? ¿Y si simplemente quiero disfrutar del tiempo libre o aprovecharlo para aprender cosas sin ningún tipo de objetivo ni resultado? ¿Y si prefiero leerme un libro que hable sobre la menstruación antes que hacer un curso online de marketing para emprendedores? ¿Y si prefiero refrescar mis conocimientos de una lengua minoritaria en lugar de sacarme un B2 de francés? ¿Y si prefiero pegarme toda la tarde viendo vídeos sobre feminismo, filosofía o historia de la música en lugar de hacer 50 abdominales para tener un vientre plano que lucir en verano? ¿Y si prefiero escribir cartas a desconocidos antes que dar clases particulares por Skype? ¿Y si prefiero tirarme toda la tarde pensando en el tipo de sociedad que quiero construir en lugar de estar subiendo selfies a Instagram?

El confinamiento pone de manifiesto qué cosas nos satisfacen realmente y cuáles hacemos por obligación, qué cosas son esenciales y cuáles superfluas. Y sobre todo esta situación nos enseña -o más bien, recuerda- la magnífica capacidad de adaptación de los seres humanos. Nadie se ha muerto por quedarse en casa sin hacer nada. El mundo no se ha acabado porque hayamos dejado de producir ni consumir al ritmo al que lo hacíamos. En todo caso, la vida se ha regenerado, la tierra ha respirado de alivio, y la naturaleza está equilibrándose. Y que queréis que os diga, si volver a la normalidad es romper ese equilibrio, prefiero quedarme en casa escuchando el trinar de las aves y deleitándome con el silencio, que seguir siendo una máquina destructiva en nuestra sociedad capitalista.



La mayoría de los lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida no sólo no son indispensables, sino que resultan un obstáculo evidente para la elevación espiritual de la humanidad."Walden", Henry David Thoreau (1854)

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